Wednesday, August 31, 2011
El cardenal es un buen tipo, me consta.
El cardenal Juan Luis Cipriani es una buena persona, me consta. Lo conocí cuando era obispo de Ayacucho. Una mañana llegué tarde al aeropuerto de Lima y perdí el vuelo que me llevaría a Huamanga. El entonces obispo me ayudó a comprar los pasajes y viajar a la ciudad que entonces comenzaba a ser el lugar pacífico de hoy y del futuro.
Se me había encomendado en el canal donde trabajé la misión de viajar a Ayacucho con un grupo numeroso de personas que retornaba a su tierra natal luego de haber estado en Lima, lugar al que llegaron huyendo de entre dos fuegos: la salvaje y cruel de los terroristas de Sendero Luminoso y la represora y arbitraria de las fuerzas del orden.
Era el director del 'noticioso', como a él le gustaba decir, don Carlos Miano. Un tipo de mal carácter, pero una persona de gran corazón. Al principio desconfiaba de mí y estuvo a punto de sacarme del grupo de reporteros que comandaba, pero con mi empeño y trabajo lo fui ganando. Un día me 'castigo' por algo que a su parecer estuvo mal, pero cuando se dio cuenta que él se había equivocado, me premió. Sus premios era sacarnos de la capital para mandarnos a provincias y respirar un nuevo aire.
Le habían llamado de un Organismo No Gubernamental ONG para pedir la cobertura de una noticia esperada: el retorno de los ayacuchanos a la tierra que habían abandonado por culpa del terrorismo. Un equipo de televisión debería estar en el aeropuerto a las 6.00 a.m. para acompañar a un centenar de personas que volvían al terruño a bordo de un vuelo comercial.
La cobertura de la noticia me la encomendaron a mí como premio. Don Carlos me dijo busque usted el camarógrafo que desee para que lo acompañe. Como ibamos al rincón de los muertos, decidí que el muerto Orlando Cánepa me acompañara en la tarea. El muerto, le decíamos así por sus grandes ojeras, empezaba a hacer sus pininos como camarógrafo y desde entonces demostró ser lo que hoy es, uno de los mejores camarógrafos peruanos. Yo era un reportero jodido, siempre detrás de las tomas que mis camarógrafos hacían y al muerto le gustaba eso, porque aprendía.
Todo se coordinó a último momento y nos llegaron a dar los viáticos respectivos para el viaje muy tarde. Recuerdo que Panchito, el encargado de la economía del canal, se quejaba: “siempre prensa a última hora”.
-No - le respondía- la noticia es así, se presenta en el momento menos esperado, y hay que estar preparado para eso.
Lo cierto es que nos aparecimos al aeropuerto cinco minutos antes de las 6.00 a.m. Cuando el avión con los retornantes ayacuchanos se disponía a partir. Habíamos hecho planes con el muerto respecto a las tomas que deseaba en el avión, con las caras sorprendidas de los ayacuchanos que por primera vez se trepaban a un avión, pero todo eso se fue por la borda, debido a la mala coordinación de los miembros de la ONG. Sí sabían que partían a la hora señalada, nos debieron citar a las 5.00 a.m. para los chequeos respectivos. La noticia me parecía interesante desde todo punto de vista y además teníamos la exclusividad. Era, además, la primera vez que viajaba a Ayacucho y no me quería perder la oportunidad.
-¿Y ahora qué hacemos? A mí no me gusta levantarme temprano y no puede ser que me hayan sacado de la cama de madrugada- dije, cuando vi venir a lo lejos al entonces obispo Juan Luis Cipriani. Había ya hecho las consultas respectivas y los viáticos no me alcanzaban para comprar el pasaje del muerto Cánepa. No podía irme a Ayacucho sin el camarógrafo. En ese momento se me prendió el foco, Cipriani era la solución. Orlando se moría de verguenza. 'Déjame usar mis métodos de periodista de tabloide sensacionalista', recuerdo que le dije. Y me acerqué al prelado. Me presenté exhibiendo mi carnet de hombre de prensa, le expliqué mi situación, le dije de mi deseo de hacer el reportaje y que necesitaba dinero en calidad de préstamo. Ahí el obispo se sorprendió y respondió.
-A usted no lo conozco y ese carnet lo puede tener cualquiera, ¿me está tratando de sorprender?.
-Cómo podría sorprenderlo, señor Obispo con un engaño de esta naturaleza.
-Entonces usted esta tratando de salvar su responsabilidad pues se quedo dormido y no llego a tiempo al aeropuerto- dijo sonriente.
- No, mire... Le expliqué el asunto de la mala coordinación y se me ocurrió sacar el 'as' que tenía debajo de la manga. - Además, esto es un encargo del presidente Fujimori, quien desea que se de a conocer este hecho. Ayacuchanos regresando a su terruno abandonado por culpa del terrorismo- dije, sabiendo que el corazoncito de Cipriani latía por las acciones del dictador.
- ¿Y qué es lo que desea? Preguntó.
- Dinero - dije.
- Aaa no, dinero es lo que no tengo...
- Pero señor Obispo, créame, llegando a Ayacucho me reporto con mi mesa de informaciones y pediré mas viáticos, de inmediato le devuelvo, se lo aseguro. Casi me sale 'se lo juro', pero como estaba frente a un obispo, esa palabra no iba a ser la correcta.
- ¿Quién lo garantiza?
- Yo, le estoy dando mi palabra- respondí, picado.
El obispo sonrió sorprendido.
- Ojalá usted no sea como muchos- respondió llevándose la mano a los bolsillos – ¿Cuánto necesita?
Le dije la cantidad que equivalía a los pasajes, los impuestos por uso del aeropuerto y me aseguré para tener un poco de dinero que cubriera algo del transporte al llegar a Huamanga. Entonces el obispo sacó varios billetes de cien soles y me alcanzó algo más de lo que necesitaba
- Traígame el vuelto, por favor- me dijo.
Entonces me hice varias preguntas: ¿le gustaba mi atrevimiento, le parece también interesante el hecho que los ayacuchanos vuelvan a sus tierras despojadas y recuperadas, es tan fuerte la relación que tiene con Fujimori? Opté por la primera, para darme ánimo.
Así fue, regresé y di al obispo católico el vuelto respectivo. El sonrió.
Tomamos el avión y tras un vuelo sin contratiempos -por espacio de una hora- llegamos a Ayacucho. La otrora ciudad donde los terroristas de Sendero Luminoso montaron el escenario siniestro de lo que llamaban el inicio de la conquista del poder “del campo a la ciudad”. Ayacucho se desangró por muchos años, haciendo honor a lo que significa su nombre: el rincón de los muertos. Entonces, después de miles de muertes, Ayacucho volvía a la calma, a la relativa normalidad. Seguía entonces pobre, pero ahora uno podía caminar maravillándose de su cielo serrano esplendoroso, azul. Ahora la gente volvía. No por nada, Ayacucho es hoy, el centro de las celebraciones por Semana Santa. Las cervecerías estan contentas con Ayacucho -en las fiestas religiosas, sobre todo- porque es el lugar número 1 donde las cervecas corren como sí fueran ríos. En Ayacucho uno olvida las penas.
Cuando llegué a Ayacucho no vi al obispo Cipriani. Hice mis coordinaciones con Lima, hablé con don Carlos Miano y le conté lo ocurrido. Me felicitó por mi osadia, 'así es como tiene un periodista que solucionar una situación adversa', me dijo.
-¿Cuánto necesita?
Mientras se hacía el envio, llegué al lugar donde estaban los retornantes, me puse en contacto con los miembros de la ONG y para disculparse me dieron todas las atenciones. Luego del desayuno ayacuchano respectivo, empezamos la tarea. 'Tenemos que hacer algo de cine', le dije al muerto, conociendo su talento inicial. Más tarde fui al banco, recogimos el envio y me encaminé a la catedral de Ayacucho en busca del obispo. Me dijeron que vaya a una casa cercana, donde tocamos la puerta y preguntamos por él. Su secretario nos dijo que no estaba. Entonces le expliqué la ayuda y le di aquello que me había dado su superior en calidad de préstamo.
El reportaje fue muy simpático, recuerdo que le dije también al camarógrafo 'quiero una toma que me permita pasar de la noche al día' y el muerto hizo un enfoque-desenfoque que me permitió narrar aquello. De una imagen de un niño durmiendo junto a sus padres, nos fuimos a la luz de un foco, de ahí a la luz del día y a un chofer manejando un bus, entonces los retornantes viajaban a una zona más elevada de la serranía ayacuchana. Cantar el himno a más de 2 mil metros de altura nos dejó exhaustos, pero lo hicimos con orgullo. Quienes volvían a casa, contaron -entre sollozos- que volverían a levantar su pueblo, su pueblo donde ya no estaban algunos Mamanis o Quispes que habían muerto por culpa del fuego cruzado.
Cuando volví a Lima, recuerdo que conté lo ocurrido con Cipriani a algunos amigos, ellos sonrientes me decían: “Caray, eso sí que es un logro, es como sacarle los huevos al aguila” .
Vi a Cipriani un año después, en las Pampas de Ayacucho, allí donde se selló la independencia de America, junto al gran monumento levantado en la memoria de los caídos, estaba solo, parado, meditando, quizás pensando en lo que había sido la batalla o librando su propia batalla, 'ser o no ser, ser o llegar a ser cardenal'. Lo cierto es que me acerqué y le di las gracias, le dije que el dinero se lo había dejado con su secretario y él movió la cabeza asintiendo y siguió sumergido en sus pensamientos, entendí que deseaba seguir solo y me alejé. Nunca más volvi a ver al obispo, que luego llegó a ser lo que es, cardenal y primado de la Iglesia Católica peruana.
En otro canal hice un reportaje, consultando con obispos y entendidos, acerca de quién sería el sucesor del extinto cardenal Vargas Alzamora, mi predicción periodística fue correcta. Su sotana negra, Cipriani la cambio por una de color roja. Ya le tocó elegir a un Papa en el Vaticano.
Hoy anda tratando de conquistar más poder, quiere una universidad, una de las más prestigiosas de Lima. La Pontificia Universidad Católica del Perú. Ojalá obre con bondad, como lo hizo conmigo en aquella oportunidad, porque sé que bajo ese hábito habita un hombre, una persona buena, cuando así lo desea. Cipriani tiene que ser la solución, como pensé antes. Hoy lo pienso sin la argucia de periodista de diario sensacionalista. Hoy quiero lo mejor para mi país, lejos de religiones o grupos de poder.
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