Sunday, September 22, 2013

Manos milagrosas.

“Yo leo para crecer, creyendo firmemente que quien soy ahora y seré en cinco años depende de dos cosas: de la gente con quien me reuna y los libros que lea”. Es más o menos lo que dice la coreógrafa estadounidense, Twyla Tharp, en su encantador libro titulado 'Creative Habits' (Hábitos creativos).
Lo que dice Tharp lo suscribo porque lo estoy sintiendo y viviendo. Aunque la expresión no debemos tomarla de manera literal. Evidentemente si tenemos un mentor con quien analizamos y discutimos la vida, el asunto cambia. Pero eso de 'conocer gente' puede pasar también de la siguiente manera.
Acabo de ver la película 'Gifted hands' (Manos milagrosas, dice la traducción) y siento que conocí a alguien valioso. La pelicula cuenta la historia del neurocirujano estadounidense, Benjamin Carson. Reitero, encontrar no significa necesariamente que tienes que estar con la persona, frecuentarla, cenar o jugar a los naipes. No, aunque bien podría tratarse de eso también.
Al ver la película en la que se cuenta la vida de Carson descubrí algo, que al margen del dolor y el sufrimiento que uno sienta o viva, tenemos que seguir adelante. Se me ocurre las siguientes imágenes para graficar lo que digo: avanzar como sí fueramos un pequeño barco de vela en el mar enfrentando una tempestad o una vela que da luz y no se apaga ante el paso de un fuerte viento.
Uno debe de hacer el esfuerzo de seguir pese a la adversidad.
Ben Carson, como ustedes conocen, es un neurocirujano afroamericano, con raíces muy pobres, sin padre, la madre se separó del marido bigamo, la madre era analfabeta, pero sabia. La madre supo dar a sus hijos (Ben tiene un hermano ingeniero) el empuje que ellos necesitaban para salir adelante.
'You can do it better', es lo que siempre les decía la mamá. Bastó eso, tú lo puedes hacer mejor, para que sus hijos avanzaran pese a los obstáculos que se les presentaba.
Sabemos que ser un afroamereicano en los Estados Unidos en la época de los 60 fue difícil (sin olvidar claro esta los años anteriores) Carson se debió enfrentar al rechazo sútil de sus compañeros blancos y de algunos de sus profesotres racistas (pocos a Dios gracias) quienes al ver sus buenas calificaciones estudiantiles renegaban de los padres blancos. “Debería darles verguenza que este chico les gane a sus hijos”, dijo alguna vez una de sus profesoras en un acto de clausura del año escolar.
Y una vez más notamos que el asunto intelectual no es cuestión de piel, sino de grandes deseos de superarse. Con fortaleza (se nutrió con buenas lecturas y estuvo rodeado de gente buena) uno puede llegar a la meta que se ha trazado. Pasando, claro esta, por el simple hecho de 'aceptarse'. Aceptar lo que somos o tenemos es vital.
Una digresión importante.
Hace poco leí la biografia de Steve Jobs, el extinto creador e innovador de la gran parte de la tecnología que usamos en este momento, y descubri algo adicional: cuando uno se pone a lamentarse de las cosas feas que tenemos (las tenemos todos) nos paralizamos. Al paralizarnos dejamos que el buen devenir de nuestras vidas fluyan por el cauce normal. Parece una perogrullada, sí, pero ¿cuántos se han puesto a pensar en lo que acabo de escribir con un hondo sentido de realidad? Lo hago aquí con el deseo de ayudar.
Les decía que leí la biografia de Jobs y me enteré que fue adoptado por una joven pareja de californianos que no podían concebir uno propio. Sus verdaderos padres engendraron a Steve muy jóvenes -inmaduros- y aún sin casarse. Con unos abuelos maternos de ascendencia alemana que no aceptaban a un progenitor de ascendencia siria e hijos fuera del matrimonio, el asunto se le hizo terrible para el niño recién nacido. Jobs se enteró que era adoptado y sufrió por eso. No aceptaba el hecho de que sus padres se separaran de él de la manera como lo habían hecho. Jobs se estancó en ese sufrimiento, se revolcó en ese dolor, con rabia y pena. Se fue a la India para buscar a un gurú que le ayudara a 'limpiar' esa pena tremenda y ese sufrimiento lacerante. Hizo después meditación budista Zen en California (no tiene nada de malo que lo haya hecho, les estoy contando todo esto por lo que pasaré a decirles luego) En esta búsqueda, Jobs quizás encontró la fuerza positiva necesaria que había perdido, la fuerza positiva que le permitió hacer frente a la fuerza negativa que lo amarraba y no lo dejaba crecer. Lo que aprendió en la India y con la meditación que realizó en el budismo Zen pudo llegar a aceptar su realidad, sin buscar explicaciones culposas y punitivas consigo mismo. Aceptar, sin buscar explicaciones definitivas (nunca las hay) compadecerse de él y de los demás, perdonar y estar focalizado en el presente, fue lo que permitió a Steve avanzar, ser quien todos reconocemos que es. Ojo, creo estar especulando bien, lo prueban sus inventos deseados y soñados, aunque quizás no completó todos, porque la muerte lo truncó, pero quién puede contra la muerte (es también algo que hay que aceptar) Hasta hoy no he encontrado una bibliograía que hable acerca del “despertar” de Steve Jobs. ¿Cuándo y cómo lo hizo de manera definitiva? No lo sé con certeza, para mi será una incógnita. Lo que sabemos es que avanzó. Tal vez no exista tal libro, el que hable de su misticismo, de su superación de la pena y el sufrimiento, pero lo que les digo resultará suficiente.
Jobs, como Carson, como Martin Luther King Jr. debieron aceptar su condición de 'marginados' y avanzar. Siempre que hablo con alguien que no se ubica en el presente y no se acepta, le digo ¿te imaginas a Luther King Jr. blanco? No, no podemos separarlo de su esencia. Necesitamos que fuera quien fue y apareció en el momento que lo necesitabamos. Jobs también pasó por ese trance. Aceptándose nos pudo dar lo que ahora tenemos en la mano.
Todos venimos con un buen propósito en la vida, tenemos que descubrir cuál es ese propósito. Cuesta, no es una linea recta. En el caso de Jobs, sus padres fueron una circunstancia, su misión era otra. En el caso de Luther King Jr. su raza, su color fue importante para luchar por la igualdad. Ambos descubrieron su razón de existir y a eso se abocaron. Ganó la humanidad. Es lo que ahora sucede también con Carson.
Benjamin Carson, neurocirujano.
No les quiero dejar sin la historia de Ben Carson. Les recomiendo ver su historia en 'Gifted hands'.
La película no sólo cuenta la vida de este neurocirujano de manos afortunadas para la cirugía cerebral, también sirve para aprender a hacer algunas historias y llevarlas al cine.
La película comienza con el doctor Carson en el quirófano, esta a punto de realizar una de sus cirugías complicadas, ahí recibe la llamada telefónica urgente con un caso mucho más complicado: siameses unidos por el cerebro que necesitaban ser separados para poder sobrevivir. Los padres han buscado a Carson porque saben que es el mejor. El galeno no niega la dificultad y el riesgo de la cirugía, uno de los bebés o ambos pueden morir. Sin embargo, tras pensarlo y analizarlo, acepta el reto.
Con ese gancho y tratando de conocer qué es lo que hizo Carson para ayudar a estos siameses alemanes (ver caso de Patrick y Benjamin Binder) no nos separaremos de la historia.
Y vamos en un flashback hacía el año de 1961, cuando Ben Carson era materia de burla de sus compañeros de clase pues no podía componer una pequeña historia de 40 palabras. Desde el año citado avanzaremos para resolver el misterio al final y en orden.
Vamos observando los esfuerzos de la madre por dar a sus hijos una educación que ella no ha tenido, se ha casado a los 13 años y cuando el hijo mayor tiene 8, descubre que el marido es un bigamo. Tras el divorcio se queda con la casa y es la responsable de sus dos pequeños. Debe trabajar limpiando casas y cuidando bebés y se siente desfallecer. En su trabajo descubre a un hombre rico, quien le pide ordenar su biblioteca. La mujer se sorprende de la cantidad de libros, muchos de los cuales han sido leídos ya por su propietario. Cómo. Dejando de ver televisión. Entonces decide cortar las horas de televisión de sus hijos y les da sólo 3 programas como opción. Felizmente los chicos no tenían tantos programas basura como ahora. Ellos escogen ver el programa de pruebas de conocimientos. La madre va más allá. Cada semana, sus hijos deben de leer un libro y escribir sobre eso. Los chicos se van dando cuenta de sus limitaciones en cultura general, deciden escuchar música clásica y visitar museos. Cuentan también con profesores que los alientan y educan.Y van creciendo. Por las malas juntas escolares, Carson casi tira su futuro por la borda. Arrepentido y con voluntad de enmienda, Ben va a la universidad, estudia medicina y decide ser uno de los muchos internistass que buscan ser neurocirujanos en el John Hopkins University. Sólo son seleccionados tres. Pasa la prueba y en una emergencia, corriendo el riesgo de fallar, realiza una operación al cerebro que resulta exitosa. Desde aquel momento comenzará su carrera de cirujano. A la lectura, suma su amor a la música clásica, es un cristiano creyente y adventista y gusta de jugar billar en sus ratos libres. Es también sacudido por la desgracia cuando su esposa pierde a los mellizos que estaban en camino y es por esa razón que acepta el reto de seprarar a los siameses.
Sus pasiones musicales, su observación y todo lo que aprendió en su vida le dan la idea de cómo separar a los bebés. En la sala de operación se convierte en una suerte de director de orquesta, con neurocirujanos, cardiólogos, anastecistas, cirujanos plásticos, enfermeras y técnicos, a su cargo, decide operar. Una operación quirúrgica de más de 22 horas que resulta un éxito. ¿Quiere vivir la emoción? Vea la película.

Saturday, September 14, 2013

Cadete (Ficción)



-Cadete parece que hoy por fin tendremos algo bueno- le dijo Chantada al flaco que llegó hasta su pequeña oficina para pedir su cámara y salir a trabajar.
-Siempre la misma mierda- dijo el camarógrafo, fastidiado. Había salido corriendo de su casa donde sólo tomó una taza de leche fría con café Kirma instántaneo y se molestó porque el café no se disolvió como quería. 'Debí calentar esta mierda primero', pensó. Su mujer estaba en la cama, recuperándose de una gripe, se había negado a hacer el amor aduciendo cansancio. El flaco también estaba cansado, pero deseaba tener un momento de placer. Deseaba olvidar el mal rato que había pasado el día anterior.
Salió de casa sin despedirse.
En los diarios leyó los titulares. Los empresarios se habían reunido con el ministro de Economía, la oposición no quería dialogar con los militares, el hijo de un general había matado a alguien y la policía lo había liberado. Esta última información le fastidió un poco y decidió dejar el puesto de periódicos de la esquina, junto al canal, para subir a recoger su equipo.
-No te olvides de hacer el balance de color, cadete. Ayer trajiste las imágenes tiradas al verde- dijo Chantada, picándolo.
-No se preocupe tío y quédese aquí en su chingana tranquilo. Ojalá no le salgan raíces de tanto estar sentado en esa silla- contestó. -Le traeré la primicia más tarde.
-Ojalá cadete, ya es hora que aprendas- volvió a la carga Chantada, viendo que el camarógrafo se alejaba.
El día estaba gris, el reportero andaba apurado, le habían llamado por la radio portátil diciéndole que se dirigiera a una plaza en Lince, donde habían descubierto el cadáver de una persona colgando de un árbol.
-¿Dónde andabas, cadete?. Puta madre, tenemos que salir corriendo. Así lo recibió el reportero.
-Recogiendo la cámara, pue compadre, o quieres salir sin cámara- contestó el cadete fastidiado.
-Hay un huevón que se ha suicidado y la policía esta esperando al fiscal de turno para hacer el levantamiento del cadáver. Dónde mierda está el chofer con el carro, carajo- dijo el reportero ya a punto de desmoralizarse.
-Tiene que echar gasolina pue compadre- terció el cadete. -Los carros se mueven con gasolina, no?- remató, un poco más tranquilo, mirando que el reportero se desesperaba. Lo que veía era algo parecido a lo que le pasaba, pero el cadete no lo notó o no supo explicarse.
El carro apareció.
-Encima me dan el carro más viejo y el chofer que tiene miedo de meterle la pata- volvió a molestarse el reportero.
-Puta madre, maneja tú pue huevón- terció el cadete impacientándose.
Se subieron al auto, un Nissan 4x4, rojo, con los asientos en mal estado.
-Puta madre, pareciera que tenemos dientes en el culo, mira cómo estan los asientos- volvió a la carga nuevamente el reportero.
-El tuyo tendrá muelas porque el mío es de esponjita- respondió el cadete, un poco tratando de salir de la monotonía y de la estúpida manera de enfrentar las cosas. Sonrió y saludó al chofer.
-Para dónde muchachos- preguntó el chofer tratando de arreglarse los bigotes canos en la comisura de su boca.
-¿Conoces el parque Matamula, viejito?
-Cómo no voy a conocer, si ahí juego pelota.
-¿Juegas todavía? A tu edad deberías estar en el asilo Canevaro- bromeó feo el reportero.
El chofer escupió hacía la calle.
-Parece que uno de tus patas ha decidido acabar con sus días. Hay un huevón que se ha colgado por ahí.
-Bueno, ojalá no sea ninguno de los muchachos que conozco- dijo el chofer dándole primera y disponiéndose a partir.
-No estamos lejos viejito y quiero que le metas la pata sin miedo- dijo el reportero.
El chofer se acómodo en el asiento algo fastidiado y prefirió guardar silencio.
El cadete iba revisando la cámara. Estaba seguro de haber hecho el balance de color, antes de salir, pero deseaba estar seguro. Notó que tenía la cinta en la casetera de la máquina y observó que todo estuviera en orden, dos cintas adicionales, baterías y una canana por sí tuviera que necesitar luces en alguna oficina oscura. El micrófono se lo pasó al reportero.
El cadete -así lo conocían todos porque cuando empezó a trabajar se presentaba como tal. Casi nadie recordaba su nombre. Incluso las mujeres le decían cadete. Y él para parecer un conquistador, respondía, 'para ti puede ser general'. Llegó a trabajar en el canal luego de tentar ser militar. Era muy bajo y su peso no le ayudó. Su padre siempre había soñado con tenerlo en el Ejército y no lo logró. Tentó luego en la policía y volvió a ser rechazado, porque no estaba dentro de los patrones exigidos para ser oficial. Siempre se mostraba sorprendido cuando en alguna oportunidad veía un teniente o capitán bajito y les preguntaba cómo habían llegado a ser oficiales. Los oficiales le decían su verdad a medias, sin aceptar que habían tenido que pagar una coima. Aunque recordándolo bien, uno con nariz prominente, piel oscura y pelo hirsuto como el suyo, que ostentaba el grado de teniente le dijo ya entrando en confianza, 'varias vacas para varios generales'. El recordó que su padre, con su sueldito de trabajador administrativo del ministerio de Salud, jamás había tenido ni siquiera un becerro. Fue su padre quien acostumbró en llamarlo 'cadete' desde pequeño y él aceptó el apelativo. Es más, él también llamaba a todos cadete, entonces todos olvidaron su nombre y comenzaron a llamarlo como tal.
Desde sus inicios fue curioso con la cámara, sin conocer mucho del mecanismo del mismo se arriesgaba a llevar la máquina pesada al hombro e intentaba grabar.
-Deja eso cadete, carajo-. Le decían algunos camarógrafos. -Si se te cae no va a ser tu responsabilidad, va a ser la mía, y todo por dejarte cargar algo que no puedes. Renacuajo.
El se molestaba, deseaba ser admitido en el círculo de camarógrafos que habían hecho historia. Comenzó como asistente, cargando esas caseteras que se unían a las cámaras y que pesaban más de diez kilos y había que llevarlas aparte. Los camarógrafos tenían a un ayudante que hacía el trabajo de cargar la casetera e ir pegado a su costado, velar por el audio y encargarse de las baterías del equipo. Cadete entendió que tenía que ser rápido y atento con los movimientos de quien llevaba la cámara al hombro. El cadete sufrió al principio, porque llevar ese peso requería tener algo de buen estado físico. Hasta que se acostumbró. Los camarógrafos más experimentados, sin embargo, dudaban cuando les asignaban al cadete como ayudante. “Este huevón se me va a desmayar' decían riendo. Un poco para picarlo.
Algunos camarógrafos, sin embargo, eran condescendientes y le enseñaban los trucos de la cámara al aspirante cadete que deseaba ser camarógrafo.
-Vamos cadete, saca tu pañuelo, no olvides hacer blanco- le decían quienes deseaban verlo ascendido.
-Puta madre, no tienes pañuelo blanco- le gritaban los que no deseaban compartir su experiencia.
Entonces el cadete se acostumbró a llevar un pañuelo blanco, incluso hoy que no era necesario exhibir un pañuelo para hacer el balance de color de las cámaras de televisión.
Fue admitido como trabajador del canal por un hecho casual. En su deseo de convertirse en camarógrafo, un día prendió la cámara en plena Plaza de Armas y grabó lo que veía. Alan García se preparaba a dar uno de sus conocidos discursos en una de las alas laterales de la sede de Gobierno. Todos hablaban de sus famosos 'balconazos', pero sólo cadete fue el testigo de algo sorprendente.
Esa mañana limeña, con el cielo gris y el frío húmedo en el ambiente, cientos de campesinos y trabajadores se habían dado cita a la plaza principal de Lima para escuchar al mozo presidente. Todos los camarógrafos del canal estatal que tenían como fuente de información 'Palacio de Gobierno' sabían que García tenía un micrófono de pecho inalámbrico que iba conectado a la cámara del equipo de televisión para lograr con ese dispositivo la nitidez de su voz durante sus presentaciones.
Con la cámara, como aspirante a camarógrafo, practicando y sin pago, el cadete pretendió ser uno de los consagrados del canal. Puso la cámara al hombro e hizo lo que enseñaron: una toma general, planos medios, diversos rostros congregados en la plaza y luego se enfocó en la figura del presidente que reía a carcajadas con Quique Rojas, un joven parlamentario aprista. Los enfocó a ambos, escuchó lo que hablaban, nadie más que él y se quedó sorprendido, quiso decir algo, pero lo callaron.
-Deja de gastar la batería, carajo- le gritó el camarógrafo 'guayabera sucia' -Este 'huevón' habla un montón durante sus balconazos y me vas a dejar sin batería para grabar todo lo que dice. Puta mare-.
El cadete apagó la máquina, cargó la casetera y se dedicó a seguir las indicaciones del camarógrafo, pues el presidente iba a iniciar su perorata. El cadete lo había escuchado y lo que experimentó entonces no supo definirlo con exactitud. Su rostro se vio contrariado, había cierto fastidio, no era porque el peso de la casetera lo estaba haciendo estragos en el escuálido cuerpo del cadete. No.
En ese momento, dejando de divagar en el recuerdo, el cadete escuchó requintar al reportero.
-Puta madre cadete, se llevaron el cuerpo del suicida ¿y ahora?-. La desilusión del muchacho podía entenderse como algo así, “me jodi, ahora me votan del canal.Todo por tu culpa, por demorarte con la cámara y ese otro viejo cojudo que no le pone todo el acelerador a ese maldito carro viejo”.
-Calmate, huevón... El cadete no había terminado de hablar cuando escuchó el sonido de la radio portátil.
-Oye Carrión, deja esa huevada y anda a dar una mano a Susana en el hotel Bolívar, se esta preparanbdo una conferencia de prensa de Popy-. Se referían al congresista Fernando Olivera, quien decía tener en manos un video que pondría fin al régimen dictatorial de Alberto Fujimori.
Cuántos años habían pasado desde aquel momento que el cadete se había animado a prender la cámara y grabar a un presidente, más de diez años. Ahora era ya un camarógrafo con experiencia. Había tenido buenas y malas. Pensaba estar en las malas, pues había echado a perder una entrevista importante el día anterior y no sabía porqué había grabado unas imágenes verdes que no se pudieron usar en la edición central del noticiario. Había recibido una carajeada del director y su mujer se había negado a complacerlo para paliar la situación. La vida ofrece siempre oportunidades y había que levantar la cabeza.
En el hotel Bolívar se enteró por boca de la reportera Susana Echevarría que se venía algo grande. Popy estaba insoportable, decía tener una bomba contra Fujimori. Popy el mismo que había perseguido a García diciendo que había estado inmerso en una serie de actos de corrupción. El congresista que nadie tomaba muy en serio porque decían que era el típico parásito que vive gracias a que se alimenta de un pez más grande, una lámprea. Ya García Pérez no figuraba en su agenda de primera mano, el ex presidente aprista vivía cómodo entre Bogotá y París. ¿Cómo? Nadie lo explicó. En fin, ahora Olivera tenía a Fujimori y al parecer lo tenía 'haciendo de las suyas'. El japonés, nacido ni bien sus padres habían puesto los pies en territorio peruano, se había convertido en dictador y gobernaba a su antojo. Todos decían que compraba conciencias bajo dinero o amenazas, aunque nadie tenía una prueba de todo eso. El dictador tenía un personaje en la sombra del que todos hablaban lo peor, pero nunca figuraba. El propio Fujimori lo defendía y parecía que quien ejercía el verdadero poder era este sujeto. Se llamaba Vladimiro Montesinos, decían que era la 'materia gris' -salvando las distancias- del régimen fujimorista. Lo habían fotografiado algunas veces, lograr una entrevista con este personaje siniestro era algo que daba cierto aire de superioridad a algunos periodistas. Todos sabían que era siniestro, pero habían quienes lo defendian, no sólo desde la presidencia, también desde el fuero castrense, del poder judicial, en el Congreso. Cuando los congresistas de Fujimori se referían a Montesinos, decían 'el doctor' dándole a ese epíteto un rango de pleitesía, el miedo se entendía también en esas bocas.
En el hotel Bolívar, en pleno centro de Lima, se vivía un ambiente de tensa calma. Popy desconfiaba incluso de su sombra.
-Espero que Fujimori no queme este hotel- dijo el reportero, recordando la jornada del 28 de julio, durante la marcha de los cuatro suyos, que terminó con el incendio de la sede central del Banco de la Nación y la muerte de seis vigilantes. -Nos achicharrara a todos ese sátrapa.
-Dicen que se trata de un video que traerá abajo al régimen dictatorial- dijo Susana que regresaba de conversar con Luis Iberico, otro congresista que estaba junto a Olivera. Iberico había sido reportero de televisión, así que el trato con los hombres de prensa era casi de confianza.
El cadete preparaba su cámara, todo lo tenía listo. Para evitar cualquier inconveniente, sacó la cinta que andaba dentro de su equipo de filmación y la revisó nuevamente para devolverla de inmediato. Estaba cuadrada al principio. Le pidió hablar al reportero y notó que el audio estaba bien calibrado. Bromeó con otros colegas y se aseguró que las patas de su trípode esten bien afirmadas al piso, en este caso la experiencia le decía que una cámara al hombro por mucho tiempo no garantizaba una buena estabilidad pasado algunos minutos.
En la sala de pronto aparecieron los congresistas Olivera e Iberico. Contaron que en los últimos días un amante de la democracia les había hecho entrega de un video donde se iba a constatar la corrupción del régimen nefasto de Alberto Fujimori. El cadete estaba haciendo historia, por lo menos estaba actuando como testigo de un hecho sin precedentes. Cuando de pronto se mostró un video, cadete observó la pésima calidad del mismo, quien había registrado lo que estaban viendo todos en la sala era un aficionado. Un tarado jugando a camarógrafo. Las imágenes no reflejaban un color definido, sin embargo, lo que se veía era asqueroso. Un congresista aparecía sentado en una sala arreglada con evidente mal gusto, con muebles de color beige oscuro, casi marrón, se paraba y trataba de relajarse sin saber que estaba siendo grabado. Se le veía nervioso, no era el mismo tipo arrogante de las entrevistas. Cadete le habia hecho algunas entrevistas. Montesinos, el siniestro asesor, hizo su aparición en escena, empezó el diálogo. El cadete creía recordar sus inicios, sus imágenes lavadas, la primera vez que captó unos tres minutos en la plaza principal eran igual de terribles, tiradas esta vez al rojo. De pronto, Montesinos salió de escena y cuando regresó comenzó a poner billetes apilados en la mesita de centro de esa salita de estar, el congresista se veía incómodo al principio, luego parecía estar disfrutando lo que veía frente a sus ojos.
-Esta bien 10 mil- se le escuchó decir a Montesinos en el video.
-Mejor 15 mil- retrucó el congresista.
Ambos hablaban y acordaban un pago mensual en dólares.
Aquí el cadete puso más atención a su trabajo, sus años le habían enseñado que debía chequear su trabajo, al principio y a la mitad de la grabación. Había cinta aún grabando, se ajustó los audífonos en el oído y el audio andaba como lo que oía con sus oídos, algo encajonado, pero era como se estaba mostrando el video. Sin duda, lo visto significaría el fin del régimen dictatorial. Montesinos estaba comprando a un congresista de la oposición y el muy tonto, creyéndose muy vivo, lo estaba registrando todo en imágenes.
Cuando el cadete salió del hotel Bolívar se veía relajado, aunque por dentro había algo que no le cuadraba del todo. El reportero se veía feliz, habían empezado a ajustarle la correa en el cuello al dictador. Fujimori se estrangularía solo. Lo cierto es que los reporteros iban a dividirse el trabajo. Carrión tocaría un tópico y Susana abordaría el otro, el central. El cadete junto al reportero habían logrado incluso algunos comentarios de quienes estuvieron en la sala del hotel. Eran algunos miembros de la prensa extranjera que dieron a conocer su observación y su comentario sorprendido.
-Con el video se evidenciaba que el 'asesor' de Fujimori estaba comprando a un congresista de la oposición, era un descaro, una verguenza- dijeron los entrevistados.
El cadete andaba en otra.
Había que buscar al chofer y partir al canal, era una primicia mundial la que tenían en manos y en la cinta de video que estaba en la cámara del cadete.
-Chequea todo cadete, tenemos que llegar al canal y soltar la primicia, aunque ya el Canal N nos llevó la delantera. Lo han pasado todo en vivo-.
Cuando llegaron al canal, el director tenía otra cara, estaba preocupado, se podía leer sin mucha equivocación su pensar 'qué hago con esta papa caliente'. No les dijo nada al equipo que regresaba de comisión y todos esperaban por lo menos algo como “qué bueno, lo lograron. No habrá más corrupción”.
El cadete era testigo una vez más de algo sorprendente. La primera se había quedado en una cinta de video que jamás apareció, la segunda podría correr en ese mismo camino. Se aseguró esta vez, grabaría todo en otra cinta.
Más de diez años atrás, cuando Alan pidió ver las imágenes que el equipo del cadete había registrado, fue el cadete quien le entregó la cinta, cuadrada en el principio. Cuando todo estaba listo, los encargados llamaron al mozo presidente. García se sentó y ordenó a quien estaba a cargo de un pequeño módulo de televisión en el sótano de Palacio que le diera la orden de correr al video y fue cuando aparecieron las imágenes del cadete.
Malas, todas tiradas al verde. Un plano general de la plaza, las caras de los campesinos y trabajadores que llegaron al centro de la ciudad. Alan riendo y diciendo a su interlocutor que mirase a los peruanos congregados, eran miles, la plaza estaba llena, con pancartas y con gritos, la gente daba vivas al presidente, pero en primer plano se escuchaba la voz de García.
-Mira, mira, mis cholos. Esos son mis cholos-. Alzaba la mano, agitaba un pañuelo blanco en su mano izquierda y sonreía. Entonces se escuchaba el griterio de la gente congregada en la plaza.
-¿Quién grabó esto, quién fue?- Preguntó García, se notaba preocupado.
El camarógrafo y el cadete estaban detrás y se miraron.
-¿Quién grabó esto? El camarógrafo miró al cadete, quien tuvo que decir casi con miedo.
-Yo, señor presidente.
-¿Cómo te llamas?- Inquirió García sentado en una silla de plástico.
El cadete dio su nombre.
-¿Desde cuando trabajas en el canal?- Se escuchó preguntar a García con voz de mando.
-No señor, no trabajo, estoy practicando.
-Ahh- dijo Garcia, acomodándose y llevándose la mano al bolsillo de la camisa, detrás del saco azul que solía usar siempre. Sacó una tarjeta y escribió algo.
-Dale esto al presidente del directorio de mi parte. Dile que te contrate.
El cadete esbozó una sonrisa de alegría y gratitud.
No era una sonrisa de gratitud lo que exhibia ahora, era la misma expresión que tenía al dejar el hotel Bolívar. No tenía la experiencia entonces, de haber sabido, hubiese guardado la cinta para después. La hubiese también copiado. No tenía ninguna prueba. Quizás se hubiese quedado sin trabajo, pero hubiese hecho historia.
El cadete decidió mirar a otro lado. Devolvió la cinta y no escuchó cómo Chantada volvía a la carga, le tomaba el pelo.
-Vete a la mierda- dijo entre dientes.
Cuando llegó a su casa, de noche, le pidió a su mujer hacer el amor, felizmente esta vez ella accedió y el cadete se sintió feliz. Renació un poco al terminar, aunque no pudo pegar los ojos en toda la noche.

Tuesday, September 10, 2013

Funes el memorioso y lúcido espectador del mundo.

Recuerdo (yo tampoco tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado) que mis amigos adolescentes tenían cierto temor de leer a Jorge Luis Borges. Les asustaba su erudición, lo encontraban difícil y les disgustaba su arrogancia argentina. Sin embargo a mi me pareció fácil desde el principio. (Fácil es un decir, claro esta. Borges seduce y tiernamente te entregas a su buena prosa. Pensé que yo podía hacer lo que él hizo con poco trabajo, poca inteligencia o poca habilidad. Soberbia adolescente, sin duda).
Con los años aprendí que ser simple exige el mayor de los esfuerzos. Pero en fin, vayamos a lo que interesa.
Recuerdo que por allá en 1980 llegó a mis manos uno de sus libros de cuentos y 'Funes el memorioso' fue el primer relato que leí. Inmediatamente surgió en mi el deseo de escribir algo parecido. Me lancé a buscar a mi personaje, un tipo que llevaba impreso en alguna parte de su cuerpo el gran mensaje del universo, la cura de todos los males del mundo: el cáncer del alma, por ejemplo. Cuando lo descubren - quienes lucran- lo tratan de secuestrar y como se esconde bien y se niega a servir a pocos, comienzan a buscarlo con el firme objetivo de matarlo.
La historia yace ahí, durmiendo hasta el día que yo despierte.
Pero no voy a hablar de mis intentos fallidos, quiero hablar del gran logro que tuvo Borges al escribir su historia de Fray Bentos (quienes han leído el cuento entenderán que Fray Bentos es el pueblo uruguayo donde vivió el memorioso de la ficción del argentino).
En mi opinión, si alguien desea comenzar con Borges, debería empezar por leer este cuento. Es una pequeña joya. Además, es un buen ejemplo de cómo se debe escribir un relato. Me animo a decir que García Márquez concibió su 'Crónica de una muerte anunciada', contando su historia como lo hizo el literato universal bonaerense. Empezando por el final. Matando a su personaje.

Funes el memorioso.

Borges recuerda a Funes. Desde el inicio, con tan sólo ese verbo, el argentino nos invita a pensar, a recordar, a preguntarnos ¿quién podría recordar todo el pasado? Nos enfrentamos a una empresa imposible. Quizás el tiene la respuesta escondida en su relato, es lo que colegimos de inmediato.
Nos presenta entonces a Funes, el hombre al que lamenta ya muerto. Todo relato es -en la mayoría de casos- el contar o llevar la cuenta de algo que ya ocurrió.
En la pequeña introducción tenemos la información sustancial, pero Borges nos hinca más en nuestra curiosidad. Funes es el precursor de los superhéroes, nos dice. Aparece en una tormenta, sale de la oscuridad, apenas el brillo que hace el cigarrillo prendido en sus labios nos da cuenta de su rostro.
Borges habla de sus limitaciones, sólo ha visto al personaje central de su historia en tres oportunidades, las suficientes, las que dan cuenta de un relato. El principo (la presentación), el medio (la información necesaria para darnos luces) y el final (cómo ocurre el deceso de Funes, cómo se extingue esa luz). La última vez que lo vio, según confesión del autor, data de 1887.
Tras la introducción, pasamos al inicio de la historia, desde donde el narrador nos guiará paso a paso y con determinación. Borges va a caballo, cabalga junto a su primo. Esta veraneando en Fray Bentos. Es su primo quien le presenta al memorioso. Y lo hace de una forma sencilla, le pregunta la hora. Funes contesta sin titubear. ¿Por qué Borges usa un diálogo tan simple para introducir al personaje? Por una razón sencilla. Por el orgullo local de su primo, dice. De lo que realmente nos quiere hablar Borges es del tiempo que se va o se ha ido. Del tiempo que sólo nos ha dejado pequeños recuerdos. Del tiempo inconmensurable de su personaje.
Funes, según Borges, es un simple muchacho de pueblo, con una madre modesta -planchadora- y de un padre desconocido. Irineo Funes, lleva tan sólo el apellido de su madre María Clementina.
Ya tenemos al personaje delineado.
Borges vuelve a Buenos Aires en 1884. Regresa a Fray Bentos en 1887. Y como es natural (para el interés del relato) pregunta por Funes. Se entera entonces de un accidente. Un redomón lo ha tirado al piso (Borges rescata la palabra de caballo chúcaro, que no se deja aún montar) Me gusta la figura del caballo, porque nos recuerda además, que mientras Borges andanba a caballo con su primo conoció a Funes. El memorioso (de quien aún no tenemos más datos) está prostado en cama, sin poder moverse, tullido. El escritor nos mantiene en vilo, nos invita así a 'domar su caballo', a conocer más de su relato. Borges -en esta visita a la localidad uruguaya- no va a visitar a Funes, sólo pasa por su casa y ve cuando Funes esta observando abstraído el atardecer.
Borges nos cuenta que ha empezado a estudiar Latín, una lengua muerta, sólo de superhéroes ahora. Para seguir estudiando en sus ratos libres -suponenos- ha traído algunos libros. Funes se entera de eso, le escribe y le pide prestado lo que trajo consigo para leer. El argentino habla y se burla de su propia condición de argentino orgulloso, “cómo un simple provinciano me va a pedir estos libros”, reniega. Para acabar con esa soberbia provinciana, Borges le envia los libros más dificiles y el diccionario pedido. Volvemos una vez más a poner la atención en Funes,
Para efectos del relato, Borges habla de una enfermedad repentina de su padre, debe dejar una vez más Fray Bentos y volver a su país. Al hacer su maleta -otro recurso de narrador- se dará cuenta de la falta de los libros que prestó a Funes. Borges precisa la fecha, 14 de Febrero. ¿Algún dato escondido?
El barco parte al día siguiente, Borges va por sus libros a casa de Funes. Observo aquí cómo Borges juega con la tensión del relato.
Va de noche, en la oscuridad. Este es un detalle interesante de la historia. Conoció a Funes en tiempo de tormenta, cuando el cielo se oscureció y el viento sopló con furia. Los lectores debemos recordar esos datos. ('Son sus pilares con los que sostiene su casa').
La madre es quien recibe a Borges, si él habló de ella al principo, tiene que presentarla más adelante. La vemos superficialmente, es lo único que interesa.
Funes esta a oscuras, sin ninguna vela alumbrando. De esa oscuridad emerge la voz de Funes en latin (es como que Borges diría: 'emerge la luz') Irineo Funes invita a Borges a pasar a su cuarto. Esta fumando, no le puede ver la cara hasta el alba. Borges se disculpa con su anfitrión, debe volver por la enfermedad de su padre, se excusa. Y sabe que va al meollo de su historia. Tarea difícil, lo confiesa. No desea reproducir el diálogo completo (para un cuentista eso no tiene sentido, menos para Borges. Un novelista gusta ahondar) Borges da sus razones sútiles de narrador breve.
Por su parte, Funes da cuenta de su saber, habla de sus predecesores memoriosos, de Mitrídates Eupator, de Ciro, de Simónides, de Metrodoro, todos con memoria prodigiosa.
El memorioso juzga su desgracia como una bendición. Estaba ciego, dice, y ahora puedo ver, era un desmemoriado hoy es lo contrario. (Borges esta hablando de él mismo y quizás de su experiencia mística y budista). Funes apenas tenía 19 años cuando le ocurrió el accidente con el caballo. Había vivido como en un sueño. Ahora estaba despierto (¿más datos budistas?). Cuando cayó perdió el conocimeinto, cuando lo recobró, todo estaba ahí. Más rico y más nítido. Recordaba todo. La inmovilidad era el precio que debia pagar por la lucidez (Borges parece hablar de sí mismo. Reitero mi pregunta ¿fue cuando empezó su conocimiento profundo del budismo zen? Es un detalle que se conoce poco, sólo dio una conferencia al respecto, está en youtube. Ojalá María Kodama cuente este detalle de la vida de Borges).
Funes podía ver todo, recordar incluso las nubes del amanecer del 30 de abril de 1882 (¿otro dato escondido del escritor?) Funes podía reconstruir los sueños, un día entero. Mis sueños son como las vigilias de ustedes, se confiesa. Pero también en Funes hay pena y tristeza 'mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras', señala.
Lo que Funes pensaba una vez, jamás se le olvidaba. Funes se sorprendía de su cara en el espejo minuto a minuto. El podía llegar a ver el avance de la corrupción de una caries, de la fatiga. El progreso de la muerte.
¿De qué sirve recordar todo? Nos preguntamos los lectores.
Para hacer creíble su historia, Borges dice que no hay pruebas, no había cine aún y no se le hicieron pruebas al memorioso.
Funes era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instántaneo, casi intolerablemente preciso. Dormir le distraía, sus recuerdos eran minuciosos.
Imaginaba, se veía en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente (¿Budismo?)
No era capaz de pensar, sólo tenía detalles. Hablaba varios idiomas.
Cuando llegó la madrugada Borges vio la cara de Funes. Se veía monumental como el bronce, más antiguo que Egipto. El escritor zarpó aquel día en el 'Saturno'.
Funes nació en 1868. Borges lo vio a los 19 años.
El memorioso murió de una congestión pulmonar en 1889. Apenas tenía 21 años.