-Cadete parece que hoy por fin
tendremos algo bueno- le dijo Chantada al flaco que llegó hasta su
pequeña oficina para pedir su cámara y salir a trabajar.
-Siempre la misma mierda- dijo el
camarógrafo, fastidiado. Había salido corriendo de su casa donde sólo tomó una taza de leche fría con café Kirma instántaneo y se
molestó porque el café no se disolvió como quería. 'Debí calentar
esta mierda primero', pensó. Su mujer estaba en la cama,
recuperándose de una gripe, se había negado a hacer el amor
aduciendo cansancio. El flaco también estaba cansado, pero deseaba
tener un momento de placer. Deseaba olvidar el mal rato que había
pasado el día anterior.
Salió de casa sin despedirse.
En los diarios leyó los titulares. Los
empresarios se habían reunido con el ministro de Economía, la
oposición no quería dialogar con los militares, el hijo de un
general había matado a alguien y la policía lo había liberado.
Esta última información le fastidió un poco y decidió dejar el
puesto de periódicos de la esquina, junto al canal, para subir a
recoger su equipo.
-No te olvides de hacer el balance de
color, cadete. Ayer trajiste las imágenes tiradas al verde- dijo
Chantada, picándolo.
-No se preocupe tío y quédese aquí en
su chingana tranquilo. Ojalá no le salgan raíces de tanto estar
sentado en esa silla- contestó. -Le traeré la primicia más tarde.
-Ojalá cadete, ya es hora que
aprendas- volvió a la carga Chantada, viendo que el camarógrafo se
alejaba.
El día estaba gris, el reportero
andaba apurado, le habían llamado por la radio portátil diciéndole
que se dirigiera a una plaza en Lince, donde habían descubierto el
cadáver de una persona colgando de un árbol.
-¿Dónde andabas, cadete?. Puta madre,
tenemos que salir corriendo. Así lo recibió el reportero.
-Recogiendo la cámara, pue compadre, o
quieres salir sin cámara- contestó el cadete fastidiado.
-Hay un huevón que se ha suicidado y
la policía esta esperando al fiscal de turno para hacer el
levantamiento del cadáver. Dónde mierda está el chofer con el
carro, carajo- dijo el reportero ya a punto de desmoralizarse.
-Tiene que echar gasolina pue compadre-
terció el cadete. -Los carros se mueven con gasolina, no?- remató,
un poco más tranquilo, mirando que el reportero se desesperaba. Lo
que veía era algo parecido a lo que le pasaba, pero el cadete no lo
notó o no supo explicarse.
El carro apareció.
-Encima me dan el carro más viejo y el
chofer que tiene miedo de meterle la pata- volvió a molestarse el
reportero.
-Puta madre, maneja tú pue huevón-
terció el cadete impacientándose.
Se subieron al auto, un Nissan 4x4,
rojo, con los asientos en mal estado.
-Puta madre, pareciera que tenemos
dientes en el culo, mira cómo estan los asientos- volvió a la carga
nuevamente el reportero.
-El tuyo tendrá muelas porque el mío
es de esponjita- respondió el cadete, un poco tratando de salir de
la monotonía y de la estúpida manera de enfrentar las cosas. Sonrió
y saludó al chofer.
-Para dónde muchachos- preguntó el
chofer tratando de arreglarse los bigotes canos en la comisura de su
boca.
-¿Conoces el parque Matamula, viejito?
-Cómo no voy a conocer, si ahí juego
pelota.
-¿Juegas todavía? A tu edad deberías
estar en el asilo Canevaro- bromeó feo el reportero.
El chofer escupió hacía la calle.
-Parece que uno de tus patas ha
decidido acabar con sus días. Hay un huevón que se ha colgado por
ahí.
-Bueno, ojalá no sea ninguno de los
muchachos que conozco- dijo el chofer dándole primera y
disponiéndose a partir.
-No estamos lejos viejito y quiero que
le metas la pata sin miedo- dijo el reportero.
El chofer se acómodo en el asiento
algo fastidiado y prefirió guardar silencio.
El cadete iba revisando la cámara.
Estaba seguro de haber hecho el balance de color, antes de salir,
pero deseaba estar seguro. Notó que tenía la cinta en la casetera
de la máquina y observó que todo estuviera en orden, dos cintas
adicionales, baterías y una canana por sí tuviera que necesitar
luces en alguna oficina oscura. El micrófono se lo pasó al
reportero.
El cadete -así lo conocían todos
porque cuando empezó a trabajar se presentaba como tal. Casi nadie
recordaba su nombre. Incluso las mujeres le decían cadete. Y él
para parecer un conquistador, respondía, 'para ti puede ser
general'. Llegó a trabajar en el canal luego de tentar ser militar.
Era muy bajo y su peso no le ayudó. Su padre siempre había soñado
con tenerlo en el Ejército y no lo logró. Tentó luego en la
policía y volvió a ser rechazado, porque no estaba dentro de los
patrones exigidos para ser oficial. Siempre se mostraba sorprendido
cuando en alguna oportunidad veía un teniente o capitán bajito y
les preguntaba cómo habían llegado a ser oficiales. Los oficiales
le decían su verdad a medias, sin aceptar que habían tenido que
pagar una coima. Aunque recordándolo bien, uno con nariz
prominente, piel oscura y pelo hirsuto como el suyo, que ostentaba el
grado de teniente le dijo ya entrando en confianza, 'varias vacas
para varios generales'. El recordó que su padre, con su sueldito de
trabajador administrativo del ministerio de Salud, jamás había
tenido ni siquiera un becerro. Fue su padre quien acostumbró en
llamarlo 'cadete' desde pequeño y él aceptó el apelativo. Es más,
él también llamaba a todos cadete, entonces todos olvidaron su
nombre y comenzaron a llamarlo como tal.
Desde sus inicios fue curioso con la
cámara, sin conocer mucho del mecanismo del mismo se arriesgaba a
llevar la máquina pesada al hombro e intentaba grabar.
-Deja eso cadete, carajo-. Le decían
algunos camarógrafos. -Si se te cae no va a ser tu responsabilidad,
va a ser la mía, y todo por dejarte cargar algo que no puedes.
Renacuajo.
El se molestaba, deseaba ser admitido
en el círculo de camarógrafos que habían hecho historia. Comenzó
como asistente, cargando esas caseteras que se unían a las cámaras y
que pesaban más de diez kilos y había que llevarlas aparte. Los
camarógrafos tenían a un ayudante que hacía el trabajo de cargar
la casetera e ir pegado a su costado, velar por el audio y encargarse
de las baterías del equipo. Cadete entendió que tenía que ser
rápido y atento con los movimientos de quien llevaba la cámara al
hombro. El cadete sufrió al principio, porque llevar ese peso
requería tener algo de buen estado físico. Hasta que se acostumbró.
Los camarógrafos más experimentados, sin embargo, dudaban cuando
les asignaban al cadete como ayudante. “Este huevón se me va a
desmayar' decían riendo. Un poco para picarlo.
Algunos camarógrafos, sin embargo,
eran condescendientes y le enseñaban los trucos de la cámara al
aspirante cadete que deseaba ser camarógrafo.
-Vamos cadete, saca tu pañuelo, no
olvides hacer blanco- le decían quienes deseaban verlo ascendido.
-Puta madre, no tienes pañuelo blanco-
le gritaban los que no deseaban compartir su experiencia.
Entonces el cadete se acostumbró a
llevar un pañuelo blanco, incluso hoy que no era necesario exhibir
un pañuelo para hacer el balance de color de las cámaras de
televisión.
Fue admitido como trabajador del canal
por un hecho casual. En su deseo de convertirse en camarógrafo, un
día prendió la cámara en plena Plaza de Armas y grabó lo que
veía. Alan García se preparaba a dar uno de sus conocidos discursos
en una de las alas laterales de la sede de Gobierno. Todos hablaban de sus famosos
'balconazos', pero sólo cadete fue el testigo de algo sorprendente.
Esa mañana limeña, con el cielo gris
y el frío húmedo en el ambiente, cientos de campesinos y
trabajadores se habían dado cita a la plaza principal de Lima para
escuchar al mozo presidente. Todos los camarógrafos del canal
estatal que tenían como fuente de información 'Palacio de Gobierno'
sabían que García tenía un micrófono de pecho inalámbrico que
iba conectado a la cámara del equipo de televisión para lograr con
ese dispositivo la nitidez de su voz durante sus presentaciones.
Con la cámara, como aspirante a
camarógrafo, practicando y sin pago, el cadete pretendió ser uno de
los consagrados del canal. Puso la cámara al hombro e hizo lo que
enseñaron: una toma general, planos medios, diversos rostros
congregados en la plaza y luego se enfocó en la figura del
presidente que reía a carcajadas con Quique Rojas, un joven
parlamentario aprista. Los enfocó a ambos, escuchó lo que hablaban,
nadie más que él y se quedó sorprendido, quiso decir algo, pero lo
callaron.
-Deja de gastar la batería, carajo- le
gritó el camarógrafo 'guayabera sucia' -Este 'huevón' habla un
montón durante sus balconazos y me vas a dejar sin batería para
grabar todo lo que dice. Puta mare-.
El cadete apagó la máquina, cargó la
casetera y se dedicó a seguir las indicaciones del camarógrafo,
pues el presidente iba a iniciar su perorata. El cadete lo había
escuchado y lo que experimentó entonces no supo definirlo con
exactitud. Su rostro se vio contrariado, había cierto fastidio, no
era porque el peso de la casetera lo estaba haciendo estragos en el
escuálido cuerpo del cadete. No.
En ese momento, dejando de divagar en
el recuerdo, el cadete escuchó requintar al reportero.
-Puta madre cadete, se llevaron el
cuerpo del suicida ¿y ahora?-. La desilusión del muchacho podía
entenderse como algo así, “me jodi, ahora me votan del canal.Todo
por tu culpa, por demorarte con la cámara y ese otro viejo cojudo
que no le pone todo el acelerador a ese maldito carro viejo”.
-Calmate, huevón... El cadete no había
terminado de hablar cuando escuchó el sonido de la radio portátil.
-Oye Carrión, deja esa huevada y anda
a dar una mano a Susana en el hotel Bolívar, se esta preparanbdo una
conferencia de prensa de Popy-. Se referían al congresista Fernando
Olivera, quien decía tener en manos un video que pondría fin al
régimen dictatorial de Alberto Fujimori.
Cuántos años habían pasado desde
aquel momento que el cadete se había animado a prender la cámara y
grabar a un presidente, más de diez años. Ahora era ya un
camarógrafo con experiencia. Había tenido buenas y malas. Pensaba
estar en las malas, pues había echado a perder una entrevista
importante el día anterior y no sabía porqué había grabado unas
imágenes verdes que no se pudieron usar en la edición central del
noticiario. Había recibido una carajeada del director y su mujer se
había negado a complacerlo para paliar la situación. La vida ofrece
siempre oportunidades y había que levantar la cabeza.
En el hotel Bolívar se enteró por
boca de la reportera Susana Echevarría que se venía algo grande.
Popy estaba insoportable, decía tener una bomba contra Fujimori.
Popy el mismo que había perseguido a García diciendo que había
estado inmerso en una serie de actos de corrupción. El congresista
que nadie tomaba muy en serio porque decían que era el típico
parásito que vive gracias a que se alimenta de un pez más grande,
una lámprea. Ya García Pérez no figuraba en su agenda de primera
mano, el ex presidente aprista vivía cómodo entre Bogotá y París.
¿Cómo? Nadie lo explicó. En fin, ahora Olivera tenía a Fujimori y
al parecer lo tenía 'haciendo de las suyas'. El japonés, nacido ni
bien sus padres habían puesto los pies en territorio peruano, se
había convertido en dictador y gobernaba a su antojo. Todos decían
que compraba conciencias bajo dinero o amenazas, aunque nadie tenía
una prueba de todo eso. El dictador tenía un personaje en la sombra
del que todos hablaban lo peor, pero nunca figuraba. El propio
Fujimori lo defendía y parecía que quien ejercía el verdadero
poder era este sujeto. Se llamaba Vladimiro Montesinos, decían que
era la 'materia gris' -salvando las distancias- del régimen
fujimorista. Lo habían fotografiado algunas veces, lograr una
entrevista con este personaje siniestro era algo que daba cierto aire
de superioridad a algunos periodistas. Todos sabían que era
siniestro, pero habían quienes lo defendian, no sólo desde la
presidencia, también desde el fuero castrense, del poder judicial,
en el Congreso. Cuando los congresistas de Fujimori se referían a
Montesinos, decían 'el doctor' dándole a ese epíteto un rango de
pleitesía, el miedo se entendía también en esas bocas.
En el hotel Bolívar, en pleno centro
de Lima, se vivía un ambiente de tensa calma. Popy desconfiaba
incluso de su sombra.
-Espero que Fujimori no queme este
hotel- dijo el reportero, recordando la jornada del 28 de julio,
durante la marcha de los cuatro suyos, que terminó con el incendio
de la sede central del Banco de la Nación y la muerte de seis
vigilantes. -Nos achicharrara a todos ese sátrapa.
-Dicen que se trata de un video que
traerá abajo al régimen dictatorial- dijo Susana que regresaba de
conversar con Luis Iberico, otro congresista que estaba junto a
Olivera. Iberico había sido reportero de televisión, así que el
trato con los hombres de prensa era casi de confianza.
El cadete preparaba su cámara, todo lo
tenía listo. Para evitar cualquier inconveniente, sacó la cinta que
andaba dentro de su equipo de filmación y la revisó nuevamente para
devolverla de inmediato. Estaba cuadrada al principio. Le pidió
hablar al reportero y notó que el audio estaba bien calibrado.
Bromeó con otros colegas y se aseguró que las patas de su trípode
esten bien afirmadas al piso, en este caso la experiencia le decía
que una cámara al hombro por mucho tiempo no garantizaba una buena
estabilidad pasado algunos minutos.
En la sala de pronto aparecieron los
congresistas Olivera e Iberico. Contaron que en los últimos días un
amante de la democracia les había hecho entrega de un video donde se
iba a constatar la corrupción del régimen nefasto de Alberto
Fujimori. El cadete estaba haciendo historia, por lo menos estaba
actuando como testigo de un hecho sin precedentes. Cuando de pronto
se mostró un video, cadete observó la pésima calidad del mismo,
quien había registrado lo que estaban viendo todos en la sala era un
aficionado. Un tarado jugando a camarógrafo. Las imágenes no
reflejaban un color definido, sin embargo, lo que se veía era
asqueroso. Un congresista aparecía sentado en una sala arreglada con
evidente mal gusto, con muebles de color beige oscuro, casi
marrón, se paraba y trataba de relajarse sin saber que estaba siendo
grabado. Se le veía nervioso, no era el mismo tipo arrogante de las
entrevistas. Cadete le habia hecho algunas entrevistas. Montesinos,
el siniestro asesor, hizo su aparición en escena, empezó el
diálogo. El cadete creía recordar sus inicios, sus imágenes
lavadas, la primera vez que captó unos tres minutos en la plaza
principal eran igual de terribles, tiradas esta vez al rojo. De
pronto, Montesinos salió de escena y cuando regresó comenzó a
poner billetes apilados en la mesita de centro de esa salita de
estar, el congresista se veía incómodo al principio, luego parecía
estar disfrutando lo que veía frente a sus ojos.
-Esta bien 10 mil- se le escuchó decir
a Montesinos en el video.
-Mejor 15 mil- retrucó el congresista.
Ambos hablaban y acordaban un pago
mensual en dólares.
Aquí el cadete puso más atención a
su trabajo, sus años le habían enseñado que debía chequear su
trabajo, al principio y a la mitad de la grabación. Había cinta aún
grabando, se ajustó los audífonos en el oído y el audio andaba
como lo que oía con sus oídos, algo encajonado, pero era como se
estaba mostrando el video. Sin duda, lo visto significaría el fin
del régimen dictatorial. Montesinos estaba comprando a un
congresista de la oposición y el muy tonto, creyéndose muy vivo, lo
estaba registrando todo en imágenes.
Cuando el cadete salió del hotel
Bolívar se veía relajado, aunque por dentro había algo que no le
cuadraba del todo. El reportero se veía feliz, habían empezado a
ajustarle la correa en el cuello al dictador. Fujimori se
estrangularía solo. Lo cierto es que los reporteros iban a dividirse
el trabajo. Carrión tocaría un tópico y Susana abordaría el otro,
el central. El cadete junto al reportero habían logrado incluso
algunos comentarios de quienes estuvieron en la sala del hotel. Eran
algunos miembros de la prensa extranjera que dieron a conocer su
observación y su comentario sorprendido.
-Con el video se evidenciaba que el
'asesor' de Fujimori estaba comprando a un congresista de la
oposición, era un descaro, una verguenza- dijeron los entrevistados.
El cadete andaba en otra.
Había que buscar al chofer y partir al
canal, era una primicia mundial la que tenían en manos y en la cinta
de video que estaba en la cámara del cadete.
-Chequea todo cadete, tenemos que
llegar al canal y soltar la primicia, aunque ya el Canal N nos llevó
la delantera. Lo han pasado todo en vivo-.
Cuando llegaron al canal, el director
tenía otra cara, estaba preocupado, se podía leer sin mucha
equivocación su pensar 'qué hago con esta papa caliente'. No les
dijo nada al equipo que regresaba de comisión y todos esperaban por
lo menos algo como “qué bueno, lo lograron. No habrá más
corrupción”.
El cadete era testigo una vez más de
algo sorprendente. La primera se había quedado en una cinta de video
que jamás apareció, la segunda podría correr en ese mismo camino.
Se aseguró esta vez, grabaría todo en otra cinta.
Más de diez años atrás, cuando Alan
pidió ver las imágenes que el equipo del cadete había registrado,
fue el cadete quien le entregó la cinta, cuadrada en el principio.
Cuando todo estaba listo, los encargados llamaron al mozo presidente.
García se sentó y ordenó a quien estaba a cargo de un pequeño
módulo de televisión en el sótano de Palacio que le diera la orden
de correr al video y fue cuando aparecieron las imágenes del cadete.
Malas, todas tiradas al verde. Un plano
general de la plaza, las caras de los campesinos y trabajadores que
llegaron al centro de la ciudad. Alan riendo y diciendo a su
interlocutor que mirase a los peruanos congregados, eran miles, la
plaza estaba llena, con pancartas y con gritos, la gente daba vivas
al presidente, pero en primer plano se escuchaba la voz de García.
-Mira, mira, mis cholos. Esos son mis
cholos-. Alzaba la mano, agitaba un pañuelo blanco en su mano
izquierda y sonreía. Entonces se escuchaba el griterio de la gente
congregada en la plaza.
-¿Quién grabó esto, quién fue?-
Preguntó García, se notaba preocupado.
El camarógrafo y el cadete estaban
detrás y se miraron.
-¿Quién grabó esto? El camarógrafo
miró al cadete, quien tuvo que decir casi con miedo.
-Yo, señor presidente.
-¿Cómo te llamas?- Inquirió García
sentado en una silla de plástico.
El cadete dio su nombre.
-¿Desde cuando trabajas en el canal?-
Se escuchó preguntar a García con voz de mando.
-No señor, no trabajo, estoy
practicando.
-Ahh- dijo Garcia, acomodándose y
llevándose la mano al bolsillo de la camisa, detrás del saco azul
que solía usar siempre. Sacó una tarjeta y escribió algo.
-Dale esto al presidente del directorio
de mi parte. Dile que te contrate.
El cadete esbozó una sonrisa de
alegría y gratitud.
No era una sonrisa de gratitud lo que
exhibia ahora, era la misma expresión que tenía al dejar el hotel
Bolívar. No tenía la experiencia entonces, de haber sabido, hubiese
guardado la cinta para después. La hubiese también copiado. No
tenía ninguna prueba. Quizás se hubiese quedado sin trabajo, pero
hubiese hecho historia.
El cadete decidió mirar a otro lado.
Devolvió la cinta y no escuchó cómo Chantada volvía a la carga,
le tomaba el pelo.
-Vete a la mierda- dijo entre dientes.
Cuando llegó a su casa, de noche, le
pidió a su mujer hacer el amor, felizmente esta vez ella accedió y
el cadete se sintió feliz. Renació un poco al terminar, aunque no
pudo pegar los ojos en toda la noche.
1 comment:
Juanito Vela con una narración muy audiovisual de los hechos. El camarógrafo Cadete es un símbolo del ojo que todo lo ve en el Perú, en el comment compartido en FB me faltó decir que ese ojo que todo lo ve no siempre cuenta todo lo que ha visto. Conozco historias de camarógrafos que grabaron la escena para el Pulitzer, pero el material desapareció misteriosamente.
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