Saturday, September 14, 2013

Cadete (Ficción)



-Cadete parece que hoy por fin tendremos algo bueno- le dijo Chantada al flaco que llegó hasta su pequeña oficina para pedir su cámara y salir a trabajar.
-Siempre la misma mierda- dijo el camarógrafo, fastidiado. Había salido corriendo de su casa donde sólo tomó una taza de leche fría con café Kirma instántaneo y se molestó porque el café no se disolvió como quería. 'Debí calentar esta mierda primero', pensó. Su mujer estaba en la cama, recuperándose de una gripe, se había negado a hacer el amor aduciendo cansancio. El flaco también estaba cansado, pero deseaba tener un momento de placer. Deseaba olvidar el mal rato que había pasado el día anterior.
Salió de casa sin despedirse.
En los diarios leyó los titulares. Los empresarios se habían reunido con el ministro de Economía, la oposición no quería dialogar con los militares, el hijo de un general había matado a alguien y la policía lo había liberado. Esta última información le fastidió un poco y decidió dejar el puesto de periódicos de la esquina, junto al canal, para subir a recoger su equipo.
-No te olvides de hacer el balance de color, cadete. Ayer trajiste las imágenes tiradas al verde- dijo Chantada, picándolo.
-No se preocupe tío y quédese aquí en su chingana tranquilo. Ojalá no le salgan raíces de tanto estar sentado en esa silla- contestó. -Le traeré la primicia más tarde.
-Ojalá cadete, ya es hora que aprendas- volvió a la carga Chantada, viendo que el camarógrafo se alejaba.
El día estaba gris, el reportero andaba apurado, le habían llamado por la radio portátil diciéndole que se dirigiera a una plaza en Lince, donde habían descubierto el cadáver de una persona colgando de un árbol.
-¿Dónde andabas, cadete?. Puta madre, tenemos que salir corriendo. Así lo recibió el reportero.
-Recogiendo la cámara, pue compadre, o quieres salir sin cámara- contestó el cadete fastidiado.
-Hay un huevón que se ha suicidado y la policía esta esperando al fiscal de turno para hacer el levantamiento del cadáver. Dónde mierda está el chofer con el carro, carajo- dijo el reportero ya a punto de desmoralizarse.
-Tiene que echar gasolina pue compadre- terció el cadete. -Los carros se mueven con gasolina, no?- remató, un poco más tranquilo, mirando que el reportero se desesperaba. Lo que veía era algo parecido a lo que le pasaba, pero el cadete no lo notó o no supo explicarse.
El carro apareció.
-Encima me dan el carro más viejo y el chofer que tiene miedo de meterle la pata- volvió a molestarse el reportero.
-Puta madre, maneja tú pue huevón- terció el cadete impacientándose.
Se subieron al auto, un Nissan 4x4, rojo, con los asientos en mal estado.
-Puta madre, pareciera que tenemos dientes en el culo, mira cómo estan los asientos- volvió a la carga nuevamente el reportero.
-El tuyo tendrá muelas porque el mío es de esponjita- respondió el cadete, un poco tratando de salir de la monotonía y de la estúpida manera de enfrentar las cosas. Sonrió y saludó al chofer.
-Para dónde muchachos- preguntó el chofer tratando de arreglarse los bigotes canos en la comisura de su boca.
-¿Conoces el parque Matamula, viejito?
-Cómo no voy a conocer, si ahí juego pelota.
-¿Juegas todavía? A tu edad deberías estar en el asilo Canevaro- bromeó feo el reportero.
El chofer escupió hacía la calle.
-Parece que uno de tus patas ha decidido acabar con sus días. Hay un huevón que se ha colgado por ahí.
-Bueno, ojalá no sea ninguno de los muchachos que conozco- dijo el chofer dándole primera y disponiéndose a partir.
-No estamos lejos viejito y quiero que le metas la pata sin miedo- dijo el reportero.
El chofer se acómodo en el asiento algo fastidiado y prefirió guardar silencio.
El cadete iba revisando la cámara. Estaba seguro de haber hecho el balance de color, antes de salir, pero deseaba estar seguro. Notó que tenía la cinta en la casetera de la máquina y observó que todo estuviera en orden, dos cintas adicionales, baterías y una canana por sí tuviera que necesitar luces en alguna oficina oscura. El micrófono se lo pasó al reportero.
El cadete -así lo conocían todos porque cuando empezó a trabajar se presentaba como tal. Casi nadie recordaba su nombre. Incluso las mujeres le decían cadete. Y él para parecer un conquistador, respondía, 'para ti puede ser general'. Llegó a trabajar en el canal luego de tentar ser militar. Era muy bajo y su peso no le ayudó. Su padre siempre había soñado con tenerlo en el Ejército y no lo logró. Tentó luego en la policía y volvió a ser rechazado, porque no estaba dentro de los patrones exigidos para ser oficial. Siempre se mostraba sorprendido cuando en alguna oportunidad veía un teniente o capitán bajito y les preguntaba cómo habían llegado a ser oficiales. Los oficiales le decían su verdad a medias, sin aceptar que habían tenido que pagar una coima. Aunque recordándolo bien, uno con nariz prominente, piel oscura y pelo hirsuto como el suyo, que ostentaba el grado de teniente le dijo ya entrando en confianza, 'varias vacas para varios generales'. El recordó que su padre, con su sueldito de trabajador administrativo del ministerio de Salud, jamás había tenido ni siquiera un becerro. Fue su padre quien acostumbró en llamarlo 'cadete' desde pequeño y él aceptó el apelativo. Es más, él también llamaba a todos cadete, entonces todos olvidaron su nombre y comenzaron a llamarlo como tal.
Desde sus inicios fue curioso con la cámara, sin conocer mucho del mecanismo del mismo se arriesgaba a llevar la máquina pesada al hombro e intentaba grabar.
-Deja eso cadete, carajo-. Le decían algunos camarógrafos. -Si se te cae no va a ser tu responsabilidad, va a ser la mía, y todo por dejarte cargar algo que no puedes. Renacuajo.
El se molestaba, deseaba ser admitido en el círculo de camarógrafos que habían hecho historia. Comenzó como asistente, cargando esas caseteras que se unían a las cámaras y que pesaban más de diez kilos y había que llevarlas aparte. Los camarógrafos tenían a un ayudante que hacía el trabajo de cargar la casetera e ir pegado a su costado, velar por el audio y encargarse de las baterías del equipo. Cadete entendió que tenía que ser rápido y atento con los movimientos de quien llevaba la cámara al hombro. El cadete sufrió al principio, porque llevar ese peso requería tener algo de buen estado físico. Hasta que se acostumbró. Los camarógrafos más experimentados, sin embargo, dudaban cuando les asignaban al cadete como ayudante. “Este huevón se me va a desmayar' decían riendo. Un poco para picarlo.
Algunos camarógrafos, sin embargo, eran condescendientes y le enseñaban los trucos de la cámara al aspirante cadete que deseaba ser camarógrafo.
-Vamos cadete, saca tu pañuelo, no olvides hacer blanco- le decían quienes deseaban verlo ascendido.
-Puta madre, no tienes pañuelo blanco- le gritaban los que no deseaban compartir su experiencia.
Entonces el cadete se acostumbró a llevar un pañuelo blanco, incluso hoy que no era necesario exhibir un pañuelo para hacer el balance de color de las cámaras de televisión.
Fue admitido como trabajador del canal por un hecho casual. En su deseo de convertirse en camarógrafo, un día prendió la cámara en plena Plaza de Armas y grabó lo que veía. Alan García se preparaba a dar uno de sus conocidos discursos en una de las alas laterales de la sede de Gobierno. Todos hablaban de sus famosos 'balconazos', pero sólo cadete fue el testigo de algo sorprendente.
Esa mañana limeña, con el cielo gris y el frío húmedo en el ambiente, cientos de campesinos y trabajadores se habían dado cita a la plaza principal de Lima para escuchar al mozo presidente. Todos los camarógrafos del canal estatal que tenían como fuente de información 'Palacio de Gobierno' sabían que García tenía un micrófono de pecho inalámbrico que iba conectado a la cámara del equipo de televisión para lograr con ese dispositivo la nitidez de su voz durante sus presentaciones.
Con la cámara, como aspirante a camarógrafo, practicando y sin pago, el cadete pretendió ser uno de los consagrados del canal. Puso la cámara al hombro e hizo lo que enseñaron: una toma general, planos medios, diversos rostros congregados en la plaza y luego se enfocó en la figura del presidente que reía a carcajadas con Quique Rojas, un joven parlamentario aprista. Los enfocó a ambos, escuchó lo que hablaban, nadie más que él y se quedó sorprendido, quiso decir algo, pero lo callaron.
-Deja de gastar la batería, carajo- le gritó el camarógrafo 'guayabera sucia' -Este 'huevón' habla un montón durante sus balconazos y me vas a dejar sin batería para grabar todo lo que dice. Puta mare-.
El cadete apagó la máquina, cargó la casetera y se dedicó a seguir las indicaciones del camarógrafo, pues el presidente iba a iniciar su perorata. El cadete lo había escuchado y lo que experimentó entonces no supo definirlo con exactitud. Su rostro se vio contrariado, había cierto fastidio, no era porque el peso de la casetera lo estaba haciendo estragos en el escuálido cuerpo del cadete. No.
En ese momento, dejando de divagar en el recuerdo, el cadete escuchó requintar al reportero.
-Puta madre cadete, se llevaron el cuerpo del suicida ¿y ahora?-. La desilusión del muchacho podía entenderse como algo así, “me jodi, ahora me votan del canal.Todo por tu culpa, por demorarte con la cámara y ese otro viejo cojudo que no le pone todo el acelerador a ese maldito carro viejo”.
-Calmate, huevón... El cadete no había terminado de hablar cuando escuchó el sonido de la radio portátil.
-Oye Carrión, deja esa huevada y anda a dar una mano a Susana en el hotel Bolívar, se esta preparanbdo una conferencia de prensa de Popy-. Se referían al congresista Fernando Olivera, quien decía tener en manos un video que pondría fin al régimen dictatorial de Alberto Fujimori.
Cuántos años habían pasado desde aquel momento que el cadete se había animado a prender la cámara y grabar a un presidente, más de diez años. Ahora era ya un camarógrafo con experiencia. Había tenido buenas y malas. Pensaba estar en las malas, pues había echado a perder una entrevista importante el día anterior y no sabía porqué había grabado unas imágenes verdes que no se pudieron usar en la edición central del noticiario. Había recibido una carajeada del director y su mujer se había negado a complacerlo para paliar la situación. La vida ofrece siempre oportunidades y había que levantar la cabeza.
En el hotel Bolívar se enteró por boca de la reportera Susana Echevarría que se venía algo grande. Popy estaba insoportable, decía tener una bomba contra Fujimori. Popy el mismo que había perseguido a García diciendo que había estado inmerso en una serie de actos de corrupción. El congresista que nadie tomaba muy en serio porque decían que era el típico parásito que vive gracias a que se alimenta de un pez más grande, una lámprea. Ya García Pérez no figuraba en su agenda de primera mano, el ex presidente aprista vivía cómodo entre Bogotá y París. ¿Cómo? Nadie lo explicó. En fin, ahora Olivera tenía a Fujimori y al parecer lo tenía 'haciendo de las suyas'. El japonés, nacido ni bien sus padres habían puesto los pies en territorio peruano, se había convertido en dictador y gobernaba a su antojo. Todos decían que compraba conciencias bajo dinero o amenazas, aunque nadie tenía una prueba de todo eso. El dictador tenía un personaje en la sombra del que todos hablaban lo peor, pero nunca figuraba. El propio Fujimori lo defendía y parecía que quien ejercía el verdadero poder era este sujeto. Se llamaba Vladimiro Montesinos, decían que era la 'materia gris' -salvando las distancias- del régimen fujimorista. Lo habían fotografiado algunas veces, lograr una entrevista con este personaje siniestro era algo que daba cierto aire de superioridad a algunos periodistas. Todos sabían que era siniestro, pero habían quienes lo defendian, no sólo desde la presidencia, también desde el fuero castrense, del poder judicial, en el Congreso. Cuando los congresistas de Fujimori se referían a Montesinos, decían 'el doctor' dándole a ese epíteto un rango de pleitesía, el miedo se entendía también en esas bocas.
En el hotel Bolívar, en pleno centro de Lima, se vivía un ambiente de tensa calma. Popy desconfiaba incluso de su sombra.
-Espero que Fujimori no queme este hotel- dijo el reportero, recordando la jornada del 28 de julio, durante la marcha de los cuatro suyos, que terminó con el incendio de la sede central del Banco de la Nación y la muerte de seis vigilantes. -Nos achicharrara a todos ese sátrapa.
-Dicen que se trata de un video que traerá abajo al régimen dictatorial- dijo Susana que regresaba de conversar con Luis Iberico, otro congresista que estaba junto a Olivera. Iberico había sido reportero de televisión, así que el trato con los hombres de prensa era casi de confianza.
El cadete preparaba su cámara, todo lo tenía listo. Para evitar cualquier inconveniente, sacó la cinta que andaba dentro de su equipo de filmación y la revisó nuevamente para devolverla de inmediato. Estaba cuadrada al principio. Le pidió hablar al reportero y notó que el audio estaba bien calibrado. Bromeó con otros colegas y se aseguró que las patas de su trípode esten bien afirmadas al piso, en este caso la experiencia le decía que una cámara al hombro por mucho tiempo no garantizaba una buena estabilidad pasado algunos minutos.
En la sala de pronto aparecieron los congresistas Olivera e Iberico. Contaron que en los últimos días un amante de la democracia les había hecho entrega de un video donde se iba a constatar la corrupción del régimen nefasto de Alberto Fujimori. El cadete estaba haciendo historia, por lo menos estaba actuando como testigo de un hecho sin precedentes. Cuando de pronto se mostró un video, cadete observó la pésima calidad del mismo, quien había registrado lo que estaban viendo todos en la sala era un aficionado. Un tarado jugando a camarógrafo. Las imágenes no reflejaban un color definido, sin embargo, lo que se veía era asqueroso. Un congresista aparecía sentado en una sala arreglada con evidente mal gusto, con muebles de color beige oscuro, casi marrón, se paraba y trataba de relajarse sin saber que estaba siendo grabado. Se le veía nervioso, no era el mismo tipo arrogante de las entrevistas. Cadete le habia hecho algunas entrevistas. Montesinos, el siniestro asesor, hizo su aparición en escena, empezó el diálogo. El cadete creía recordar sus inicios, sus imágenes lavadas, la primera vez que captó unos tres minutos en la plaza principal eran igual de terribles, tiradas esta vez al rojo. De pronto, Montesinos salió de escena y cuando regresó comenzó a poner billetes apilados en la mesita de centro de esa salita de estar, el congresista se veía incómodo al principio, luego parecía estar disfrutando lo que veía frente a sus ojos.
-Esta bien 10 mil- se le escuchó decir a Montesinos en el video.
-Mejor 15 mil- retrucó el congresista.
Ambos hablaban y acordaban un pago mensual en dólares.
Aquí el cadete puso más atención a su trabajo, sus años le habían enseñado que debía chequear su trabajo, al principio y a la mitad de la grabación. Había cinta aún grabando, se ajustó los audífonos en el oído y el audio andaba como lo que oía con sus oídos, algo encajonado, pero era como se estaba mostrando el video. Sin duda, lo visto significaría el fin del régimen dictatorial. Montesinos estaba comprando a un congresista de la oposición y el muy tonto, creyéndose muy vivo, lo estaba registrando todo en imágenes.
Cuando el cadete salió del hotel Bolívar se veía relajado, aunque por dentro había algo que no le cuadraba del todo. El reportero se veía feliz, habían empezado a ajustarle la correa en el cuello al dictador. Fujimori se estrangularía solo. Lo cierto es que los reporteros iban a dividirse el trabajo. Carrión tocaría un tópico y Susana abordaría el otro, el central. El cadete junto al reportero habían logrado incluso algunos comentarios de quienes estuvieron en la sala del hotel. Eran algunos miembros de la prensa extranjera que dieron a conocer su observación y su comentario sorprendido.
-Con el video se evidenciaba que el 'asesor' de Fujimori estaba comprando a un congresista de la oposición, era un descaro, una verguenza- dijeron los entrevistados.
El cadete andaba en otra.
Había que buscar al chofer y partir al canal, era una primicia mundial la que tenían en manos y en la cinta de video que estaba en la cámara del cadete.
-Chequea todo cadete, tenemos que llegar al canal y soltar la primicia, aunque ya el Canal N nos llevó la delantera. Lo han pasado todo en vivo-.
Cuando llegaron al canal, el director tenía otra cara, estaba preocupado, se podía leer sin mucha equivocación su pensar 'qué hago con esta papa caliente'. No les dijo nada al equipo que regresaba de comisión y todos esperaban por lo menos algo como “qué bueno, lo lograron. No habrá más corrupción”.
El cadete era testigo una vez más de algo sorprendente. La primera se había quedado en una cinta de video que jamás apareció, la segunda podría correr en ese mismo camino. Se aseguró esta vez, grabaría todo en otra cinta.
Más de diez años atrás, cuando Alan pidió ver las imágenes que el equipo del cadete había registrado, fue el cadete quien le entregó la cinta, cuadrada en el principio. Cuando todo estaba listo, los encargados llamaron al mozo presidente. García se sentó y ordenó a quien estaba a cargo de un pequeño módulo de televisión en el sótano de Palacio que le diera la orden de correr al video y fue cuando aparecieron las imágenes del cadete.
Malas, todas tiradas al verde. Un plano general de la plaza, las caras de los campesinos y trabajadores que llegaron al centro de la ciudad. Alan riendo y diciendo a su interlocutor que mirase a los peruanos congregados, eran miles, la plaza estaba llena, con pancartas y con gritos, la gente daba vivas al presidente, pero en primer plano se escuchaba la voz de García.
-Mira, mira, mis cholos. Esos son mis cholos-. Alzaba la mano, agitaba un pañuelo blanco en su mano izquierda y sonreía. Entonces se escuchaba el griterio de la gente congregada en la plaza.
-¿Quién grabó esto, quién fue?- Preguntó García, se notaba preocupado.
El camarógrafo y el cadete estaban detrás y se miraron.
-¿Quién grabó esto? El camarógrafo miró al cadete, quien tuvo que decir casi con miedo.
-Yo, señor presidente.
-¿Cómo te llamas?- Inquirió García sentado en una silla de plástico.
El cadete dio su nombre.
-¿Desde cuando trabajas en el canal?- Se escuchó preguntar a García con voz de mando.
-No señor, no trabajo, estoy practicando.
-Ahh- dijo Garcia, acomodándose y llevándose la mano al bolsillo de la camisa, detrás del saco azul que solía usar siempre. Sacó una tarjeta y escribió algo.
-Dale esto al presidente del directorio de mi parte. Dile que te contrate.
El cadete esbozó una sonrisa de alegría y gratitud.
No era una sonrisa de gratitud lo que exhibia ahora, era la misma expresión que tenía al dejar el hotel Bolívar. No tenía la experiencia entonces, de haber sabido, hubiese guardado la cinta para después. La hubiese también copiado. No tenía ninguna prueba. Quizás se hubiese quedado sin trabajo, pero hubiese hecho historia.
El cadete decidió mirar a otro lado. Devolvió la cinta y no escuchó cómo Chantada volvía a la carga, le tomaba el pelo.
-Vete a la mierda- dijo entre dientes.
Cuando llegó a su casa, de noche, le pidió a su mujer hacer el amor, felizmente esta vez ella accedió y el cadete se sintió feliz. Renació un poco al terminar, aunque no pudo pegar los ojos en toda la noche.

1 comment:

Lolovox said...

Juanito Vela con una narración muy audiovisual de los hechos. El camarógrafo Cadete es un símbolo del ojo que todo lo ve en el Perú, en el comment compartido en FB me faltó decir que ese ojo que todo lo ve no siempre cuenta todo lo que ha visto. Conozco historias de camarógrafos que grabaron la escena para el Pulitzer, pero el material desapareció misteriosamente.