Saturday, July 6, 2013

La lupuna y el mito amazónico.

Juan Ochoa López salió de canal 7 sin que pudiera verlo, dejó Reportaje al Perú porque había hecho algo que no se lo perdonó el director: perderse por varios días de la redacción siguiendo su vena artística. En esta oportunidad, no pude hacer nada para tapar su falta. En la primera, esperé, esperé, hasta que volvió. Pero ahora, su ausencia se hizo evidente. Fue tarde cuando regresó, como estaba en la mira, sencillamente le dieron las gracias y todo ese sueño acabó. 'El talento no se tolera, mi amigo'. Juan se fue. Me apenó eso, no supe más de él. Claro, después rodó también mi cabeza, alguien la entregó en bandeja de plata. ¿Será por el hecho de llamarme también Juan? No lo sé.
Sin embargo, acabo de encontrarlo después de muchos años y estoy contento. Este mes de julio, 'mes patrio', como diría Juan, el Banco Central de Reserva del Perú lanzará su novela al mercado. Juan ganó el premio de novela corta con su obra titulada 'El amor empieza en la carne'. La publicación viene incluída como premio.
Juan tiene mucho talento escribiendo, no he dado con él de manera personal para felicitarlo, pero sí he leído -y varias veces- su cuento 'Lupuna', el mismo que le sirvió de base para escribir su novela premiada. Creo que al releerlo me he resarcido con él en algo. Ojalá Juan lo interprete así. Asimismo siento cierta bronca y exclamo: ¡Por qué demonios no he escrito ese cuento antes. Por qué no se me ocurrió a mi! Me consuelo, 'tal vez me plagió antes que lo escribiera'.
Hay una serie de razones por las que 'Lupuna' haya sido escrito por él. Juan también es un buen fotógrafo y tiene tantas buenas fotos de chicas lindas que -me imagino- no dudó con la idea que tenía en ciernes.
Mi tocayo Juan Ochoa no es mi paisano selvático, pero sé de su amor por la mágica selva y por sus historias escondidas en cada una de las ramas de ese universo, no muy explorado.Por eso aplaudo los esfuerzos de Roger Rumrill, César Calvo, Santiago Roncagiolo, Mario Vargas Llosa, entre otros.
Todos los pueblos tienen sus mitos colectivos, los griegos tenían a Zeus y su corte de dioses, los nórdicos y alemanes creían en Thor, los egipcios tenían a Ra, Isis y Osiris y la selva amazónica tiene también sus dioses y sus leyendas, que no han trascendido fronteras todavía, creativamente hablando, claro está.
El mundo en el que Juan se sumerge para narrar su cuento no es novedoso para mi, es una de las típicas historias que solía escuchar cuando era un niño. La selva tiene árboles que te pueden curar el cáncer, que matan los bichos más pertinaces, hay uno donde se hace justicia y no queda nada del ajusticiado porque las hormigas hacen su trabajo: devorar y, claro, entre las leyenda hay una de un árbol maldito. De ahí se cuelga Juan Ochoa para contarnos su historia, Lupuna.
La lupuna es la hermana de la ceiba, de la bonga colombiana, del pochote mexicano. Este árbol que puede alcanzar los 70 metros de altura, produce una vaina como fruto que al abrirse ofrece un producto parecido al algodón, que se usaba para almohadas y sillones. No en la selva peruana, ahí se le ha asociado con lo diabólico. 'Te voy a enterrar tu pisada en la lupuna para que te mueras', nos gritaba un hechicero estrafalario a quien los niños solíamos arrojar terrones. Cuando nos amenazaba con su hechizo huíamos tratando de no dejar rastros. De ese árbol, Juan Ochoa hace buena leña, una leña que arde y ofrece un hermoso fuego pirotécnico y literario.
Juan se eleva más allá del regionalismo y le da a su historia trascendencia universal.
Comienza su relato con el brujo aconsejando al marido burlado a hacer justicia-su mujer se ha ido con otro hombre-. Nos damos cuenta de dónde ocurre la historia porque el narrador nos sumerge de inmediato en la selva amazónica. El enmarañado bosque donde vive el otorongo, el cashacushillo o puercoespin, la shushupe. Donde existen árboles que no sólo te estrangulan, o se yerguen desde el suelo con raíces que se parecen a las garras, ahí en ese conjunto de troncos, esta uno, el maldito. Juan repite con acierto y con buen estilo eso de que la naturaleza no tiene piedad, él dice: 'para que en la amazonía haya orquídea y paraíso no puede existir perdón ni misericordia'. La naturaleza no se genera culpas o penas y si el agua cambia, destruye a todos, a buenos y malos, a todos por igual. Sí la lluvia cae, arrasa; sí el río crece, ahoga.
El shaman aconseja hacer justicia, justicia de la selva. El adulterio se paga con la muerte. El cuentista nos hace mirar más atrás, cuando cuenta la historia de los primeros sacerdotes, que en su soledad buscaban complacerse y perderse en los brazos de la mujer ajena, casi siempre en las compañeras de los nativos, quienes se vengan. Entonces someten a los curas a la justicia de 'su reino'. Los cazan como animales y los dejan como cashacushillos, como bolas llenas de flechas. (Casha = parado / Cushillo = puñal o daga. Dos vocablos quechua)
En el relato, el hombre enamorado duda, medita. Y luego se encomienda a una sabiduría mayor: la madre selva. La madre selva que acalla y paraliza a todos cuando habla. Los peces dejan de nadar, el hombre escucha y decide.
'Actúa, cumple con el rito', es la orden. Entonces acude al pie de un árbol joven de lupuna que lo recibe desconfiado. Es un hombre que se enfrenta al demonio que ríe complácido, pero el burlado no lo acepta y orina desafiante al pie del tronco. Este es un dato que no hay que pasar por alto para el desenlace final. El hombre sigue siendo la especie más alta de la creación, aunque se enfrente a árboles inmensos en tamaño y poder. La medida es otra y la veremos más adelante.
El hombre vuelve a casa, a su abandonado lecho conyugal, donde espera. El hombre enamorado se revela entonces y hace que se cumpla la ley de la selva, sin culpas, sin pensamientos, sin piedad. La 'ley' es la ley. Si se ordenó muerte, se cumple.
El acto sorprende incluso a la madre selva. El hombre se eleva como especie. La lupuna vuelve al mundo de la magia y sigue gestando al diablo amorfo. La vida de la selva continúa.
Conociendo a Juan no podía esperar otro final, refleja lo que él es en esencia. Un hombre que defiende a la mujer y su belleza. Juan siente por las mujeres una devoción aséptica.
El lenguaje es depurado, el narrador ama la palabra de verbo exacto y preciso. Me encanta cuando dice: “mi cuchillo laceró su tronco satánico, le abrí una cavidad menuda, coloqué en ella una fotografía”... Y aqui lo dice con tino: una fotografia. Cuando dice que el demonio emergió violentamente del tronco, así lo sentimos. Se dirige, aprovechando su olfato de sabueso, a buscar a su presa, a encontrarlo y cumplir la orden que se le ha encomendado. Claro, al otro lado lo espera un hombre, un hombre digno. Un hombre aún enamorado.
Si desean leer el relato busquen en este link.
CUENTOSCONTEMPORANEOS.BLOGSPOT
Juan Ochoa, “La lupuna”. El relato es breve, nada de grasa le cuelga a ese tigrillo, se nota ejercitado, tiene el peso preciso y salta sin ningún esfuerzo. Es clásico y sigo defendiendo ese tipo de narrar cuentos, con un principio, un nudo y la conclusión final sorprendente. Además y lo reitero, lo que hace bueno a este relato es la forma de contar: el lenguaje medido. El mito del árbol existe, al igual que el mito de la serpiente madre, eso es información muy precisa de ese pequeño universo que hace que te instales cómodo a esperar lo que ocurre y creas la realidad de la justicia que la selva se toma con sus 'malos' hijos.
Asimismo, observo que Juan abre una puerta al principio y luego la cierra al final. Si los brujos hacen sus ataúdes de lupuna, el marido se prepara con una de capirona, que es otra madera de la selva.
El marido engañado cumple su venganza de manera inesperada. El demonio no se arrepiente y no acepta ningún tipo de jugada, aunque sea buena. La muerte llega cuando llega.
Ojalá Juan nos regale más cuentos de la selva. Sé que lo hará con el estilo que lo caracteriza. En la selva necesitamos narradores que le den vida a toda esa mitología existente. Veré, también, que aporto desde mi pequeña esquina.
Como no hay mal que por bien no venga, Juan dejó Canal 7 y se dedicó a escribir. El talento jode a quienes no lo tienen. Seguro que esta vez nadie podrá echarlo a la calle. Ahora, 'que se jodan los envidiosos, quienes sólo sirven para hacernos difícil la existencia'. Dejemos a los envidiosos de lado, no sirven.
Ojalá pueda leer la novela, pronto.

1 comment:

Juan Ochoa López said...

Sólo un narrador de la experiencia y generosidad de Juan Vela puede resumir, en pocas palabras, lo que es el espíritu amazónico reflejado en mi modesta obra LUPUNA. Me queda la satisfacción de dejarle al poeta Vela todos los otros árboles y la gran floresta amazónica para que él pueda crear, con mucha más autoridad que el suscrito, relatos literarios. Se le aprecia y se le recuerda a la distancia, maestro, autor del poemario Mascarones de Proa.