Juan Ochoa López salió de canal 7 sin
que pudiera verlo, dejó Reportaje al Perú porque había hecho algo
que no se lo perdonó el director: perderse por varios días de la
redacción siguiendo su vena artística. En esta oportunidad, no pude
hacer nada para tapar su falta. En la primera, esperé, esperé,
hasta que volvió. Pero ahora, su ausencia se hizo evidente. Fue
tarde cuando regresó, como estaba en la mira, sencillamente le
dieron las gracias y todo ese sueño acabó. 'El talento no se
tolera, mi amigo'. Juan se fue. Me apenó eso, no supe más de él.
Claro, después rodó también mi cabeza, alguien la entregó en
bandeja de plata. ¿Será por el hecho de llamarme también Juan? No
lo sé.
Sin embargo, acabo de encontrarlo
después de muchos años y estoy contento. Este mes de julio, 'mes
patrio', como diría Juan, el Banco Central de Reserva del Perú
lanzará su novela al mercado. Juan ganó el premio de novela corta
con su obra titulada 'El amor empieza en la carne'. La publicación
viene incluída como premio.
Juan tiene mucho talento escribiendo,
no he dado con él de manera personal para felicitarlo, pero sí he
leído -y varias veces- su cuento 'Lupuna', el mismo que le sirvió
de base para escribir su novela premiada. Creo que al releerlo me he
resarcido con él en algo. Ojalá Juan lo interprete así. Asimismo
siento cierta bronca y exclamo: ¡Por qué demonios no he escrito ese
cuento antes. Por qué no se me ocurrió a mi! Me consuelo, 'tal vez
me plagió antes que lo escribiera'.
Hay una serie de razones por las que
'Lupuna' haya sido escrito por él. Juan también es un buen
fotógrafo y tiene tantas buenas fotos de chicas lindas que -me
imagino- no dudó con la idea que tenía en ciernes.
Mi tocayo Juan Ochoa no es mi paisano
selvático, pero sé de su amor por la mágica selva y por sus
historias escondidas en cada una de las ramas de ese universo, no muy
explorado.Por eso aplaudo los esfuerzos de Roger Rumrill, César
Calvo, Santiago Roncagiolo, Mario Vargas Llosa, entre otros.
Todos los pueblos tienen sus mitos
colectivos, los griegos tenían a Zeus y su corte de dioses, los
nórdicos y alemanes creían en Thor, los egipcios tenían a Ra, Isis
y Osiris y la selva amazónica tiene también sus dioses y sus
leyendas, que no han trascendido fronteras todavía, creativamente
hablando, claro está.
El mundo en el que Juan se sumerge para
narrar su cuento no es novedoso para mi, es una de las típicas
historias que solía escuchar cuando era un niño. La selva tiene
árboles que te pueden curar el cáncer, que matan los bichos más
pertinaces, hay uno donde se hace justicia y no queda nada del
ajusticiado porque las hormigas hacen su trabajo: devorar y, claro,
entre las leyenda hay una de un árbol maldito. De ahí se cuelga
Juan Ochoa para contarnos su historia, Lupuna.
La lupuna es la hermana de la ceiba, de
la bonga colombiana, del pochote mexicano. Este árbol que puede
alcanzar los 70 metros de altura, produce una vaina como fruto que al
abrirse ofrece un producto parecido al algodón, que se usaba para
almohadas y sillones. No en la selva peruana, ahí se le ha asociado
con lo diabólico. 'Te voy a enterrar tu pisada en la lupuna para que
te mueras', nos gritaba un hechicero estrafalario a quien los niños
solíamos arrojar terrones. Cuando nos amenazaba con su hechizo
huíamos tratando de no dejar rastros. De ese árbol, Juan Ochoa hace
buena leña, una leña que arde y ofrece un hermoso fuego
pirotécnico y literario.
Juan se eleva más allá del
regionalismo y le da a su historia trascendencia universal.
Comienza su relato con el brujo
aconsejando al marido burlado a hacer justicia-su mujer se ha ido con
otro hombre-. Nos damos cuenta de dónde ocurre la historia porque el
narrador nos sumerge de inmediato en la selva amazónica. El
enmarañado bosque donde vive el otorongo, el cashacushillo o
puercoespin, la shushupe. Donde existen árboles que no sólo te
estrangulan, o se yerguen desde el suelo con raíces que se parecen a
las garras, ahí en ese conjunto de troncos, esta uno, el maldito.
Juan repite con acierto y con buen estilo eso de que la naturaleza no
tiene piedad, él dice: 'para que en la amazonía haya orquídea y
paraíso no puede existir perdón ni misericordia'. La naturaleza no
se genera culpas o penas y si el agua cambia, destruye a todos, a
buenos y malos, a todos por igual. Sí la lluvia cae, arrasa; sí el
río crece, ahoga.
El shaman aconseja hacer justicia,
justicia de la selva. El adulterio se paga con la muerte. El
cuentista nos hace mirar más atrás, cuando cuenta la historia de
los primeros sacerdotes, que en su soledad buscaban complacerse y
perderse en los brazos de la mujer ajena, casi siempre en las
compañeras de los nativos, quienes se vengan. Entonces someten a los
curas a la justicia de 'su reino'. Los cazan como animales y los
dejan como cashacushillos, como bolas llenas de flechas. (Casha =
parado / Cushillo = puñal o daga. Dos vocablos quechua)
En el relato, el hombre enamorado duda,
medita. Y luego se encomienda a una sabiduría mayor: la madre selva.
La madre selva que acalla y paraliza a todos cuando habla. Los peces
dejan de nadar, el hombre escucha y decide.
'Actúa, cumple con el rito', es la
orden. Entonces acude al pie de un árbol joven de lupuna que lo
recibe desconfiado. Es un hombre que se enfrenta al demonio que ríe
complácido, pero el burlado no lo acepta y orina desafiante al pie
del tronco. Este es un dato que no hay que pasar por alto para el
desenlace final. El hombre sigue siendo la especie más alta de la
creación, aunque se enfrente a árboles inmensos en tamaño y poder.
La medida es otra y la veremos más adelante.
El hombre vuelve a casa, a su
abandonado lecho conyugal, donde espera. El hombre enamorado se
revela entonces y hace que se cumpla la ley de la selva, sin culpas,
sin pensamientos, sin piedad. La 'ley' es la ley. Si se ordenó
muerte, se cumple.
El acto sorprende incluso a la madre
selva. El hombre se eleva como especie. La lupuna vuelve al mundo de
la magia y sigue gestando al diablo amorfo. La vida de la selva
continúa.
Conociendo a Juan no podía esperar
otro final, refleja lo que él es en esencia. Un hombre que defiende
a la mujer y su belleza. Juan siente por las mujeres una devoción
aséptica.
El lenguaje es depurado, el narrador
ama la palabra de verbo exacto y preciso. Me encanta cuando dice: “mi
cuchillo laceró su tronco satánico, le abrí una cavidad menuda,
coloqué en ella una fotografía”... Y aqui lo dice con tino: una
fotografia. Cuando dice que el demonio emergió violentamente del
tronco, así lo sentimos. Se dirige, aprovechando su olfato de
sabueso, a buscar a su presa, a encontrarlo y cumplir la orden que se
le ha encomendado. Claro, al otro lado lo espera un hombre, un hombre
digno. Un hombre aún enamorado.
Si desean leer el relato busquen en
este link.
CUENTOSCONTEMPORANEOS.BLOGSPOT
Juan Ochoa, “La lupuna”. El relato
es breve, nada de grasa le cuelga a ese tigrillo, se nota ejercitado,
tiene el peso preciso y salta sin ningún esfuerzo. Es clásico y
sigo defendiendo ese tipo de narrar cuentos, con un principio, un
nudo y la conclusión final sorprendente. Además y lo reitero, lo
que hace bueno a este relato es la forma de contar: el lenguaje
medido. El mito del árbol existe, al igual que el mito de la
serpiente madre, eso es información muy precisa de ese pequeño
universo que hace que te instales cómodo a esperar lo que ocurre y
creas la realidad de la justicia que la selva se toma con sus 'malos'
hijos.
Asimismo, observo que Juan abre una
puerta al principio y luego la cierra al final. Si los brujos hacen
sus ataúdes de lupuna, el marido se prepara con una de capirona, que
es otra madera de la selva.
El marido engañado cumple su venganza
de manera inesperada. El demonio no se arrepiente y no acepta ningún tipo de jugada, aunque sea buena. La muerte llega cuando llega.
Ojalá Juan nos regale más cuentos de
la selva. Sé que lo hará con el estilo que lo caracteriza. En la
selva necesitamos narradores que le den vida a toda esa mitología
existente. Veré, también, que aporto desde mi pequeña esquina.
Como no hay mal que por bien no venga,
Juan dejó Canal 7 y se dedicó a escribir. El talento jode a quienes
no lo tienen. Seguro que esta vez nadie podrá echarlo a la calle.
Ahora, 'que se jodan los envidiosos, quienes sólo sirven para
hacernos difícil la existencia'. Dejemos a los envidiosos de lado,
no sirven.
Ojalá pueda leer la novela, pronto.
Ojalá pueda leer la novela, pronto.
1 comment:
Sólo un narrador de la experiencia y generosidad de Juan Vela puede resumir, en pocas palabras, lo que es el espíritu amazónico reflejado en mi modesta obra LUPUNA. Me queda la satisfacción de dejarle al poeta Vela todos los otros árboles y la gran floresta amazónica para que él pueda crear, con mucha más autoridad que el suscrito, relatos literarios. Se le aprecia y se le recuerda a la distancia, maestro, autor del poemario Mascarones de Proa.
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