Sunday, July 14, 2013

Adiós, Hemingway (un comentario).

¿Qué sí en la casa de un hombre famoso aparece un cadáver cuarenta años después?
¿Qué sí el hombre famoso es el escritor estadounidense Ernest Hemingway?
El autor de 'Adiós a las armas' tiene fama de haber matado mucho, pero ¿puede haber matado a un ser humano?.
¿Qué sí Hemingway tiró del gatillo de su Thompson y mató nada menos que a un agente del FBI?
Una placa se ha encontrado junto al cadáver.
No es lo mismo matar a un león o un búfalo en un safari que matar a un hombre, supongo.
¿Puede un hombre soportar sin culpa el acto de matar a otro? No hay duda que una cosa es matar en defensa propia o en defensa de un gran ideal -la libertad bien entendida, por ejemplo- que matar con alevosía y ventaja, no es cierto?
Como recuerdan, Ernest Hemingway se suicidó en Idaho, Estados Unidos, en 1961, aduciendo que no podía escribir más. ¿Pudo ser esa la causa real para su tan drástica decisión?. ¿No había algo más que guardaba bajo siete llaves?
Me imagino que todas estas preguntas cruzaron la cabeza del escritor cubano Leonardo Padura, antes de lanzarse a escribir su novela “Adiós, Hemingway”. Poco a poco fue tirando y encontró el hilo conductor de aquella madeja.
Su aliado en esta ficción es el detective retirado, Mario Conde, quien al recibo de una llamada telefónica de uno de sus ex subordinados decide participar en la investigación de este caso especial. Una gran tormenta ha puesto al descubierto una parte importante de un cadáver aún sin identificar. El lugar: el patio trasero de la casa de Hemingway, en Cojímar. Ahí en el actual museo de Finca Vigía, el museo de ahora consagrado al autor de 'El viejo y el mar'.
La naturaleza sigue pariendo, dice Padura. En plena tormenta tropical, un árbol viejo se ha venido abajo y al caer sus raíces se han expuesto, pero han traído consigo los restos de una persona NN. Por lo tanto, hay que investigar. Si la prensa lo sabe será sin duda la noticia del año. Sí Ernest Hemingway está envuelto en la historia y es el protagonista, su mito se caerá a pedazos.
Mario Conde ha sido un admirador del autor de “Por quién doblan las campanas”, lo ha conocido, lo recuerda de niño, cuando junto a su abuelo fue al puerto y vio al estadounidense saltar de su yate, luego de una jornada de pesca. Conde no recuerda mucho, pero sí lo necesario. El tipo tenía una barba cana, la piel roja y quemada por el sol, se peinaba de manera obsesiva y usaba un gorro que decía 'estoy al mando' y el adiós que le hizo con la mano inmensa al abordar un auto que lo esperaba y lo aleja de escena.
Mario Conde ha soñado con ser un escritor y ha imitado al creador de la técnica del iceberg -una cosa es lo que se ve, lo más importante subyace al interior. Conde ha formado una cofradía de admiradores con quienes leía y desmenuzaba algunos cuentos, 'El río de los dos corazones' esta entre sus favoritos. Conde también bebe y descubre que Hemingway bebía para matar al demonio que llevada dentro.
Conocerlo ha llevado al ex detective a tener sentimientos encontrados. Hemingway se ha prestado al juego de Stalin y de los nazis. Al morir extrañamente Robles, un líder espanol durante la guerra civil contra Franco, Hemingway aseguró al escritor John Dos Passos que el líder republicano era un espía alemán y evitó así una investigación que pudo significar algo más en aquellos días. Conde sabe que Hemingway se fue convirtiendo en un ser egoísta, prepotente, violento e incapaz de dar amor a quienes lo amaron. Pese a vivir muchos años en Cuba, jamás entendió ese país ni a los cubanos. Luego se convirtió en el ser envidioso que se revolvía contra quienes lo ayudaban, con rencor y mucha crueldad.
Conde dice: 'a mí me gustaría descubrir que fue Hemingway el que mató a este tipo. Desde hace años el cabrón me cae como una patada en los cojones. Pero a la vez me jode pensar que le echen encima un muerto que no es suyo'.
El alter ego de Padura sabe que por encima de odios está la verdad, No podemos acusar a alguien de algo sin tener las pruebas suficientes para eso. Es la razón por la que Conde acepta ayudar a sus ex colegas.
Como un paleóntologo paciente y cuidadoso, como aquel que no desea perder un detalle que no nos permita armar luego el ser completo, Padura nos irá contando cómo es que Conde realiza su investigación. Nosotros iremos a Finca Vigía y junto a los policías de La Habana cavaremos para dar con los restos del agente del FBI que fue dado por desaparecido allá por octubre de 1958. Hay que recordar que todo es obra de la ficción y el talento de Leonardo Padura.
Para escribir este trocito de historia, fui a mirar la casa de Hemingway y me senté en esos muebles desde donde he apreciado con cariño sus estantes llenos de libros, sus cuadros copiados -los originales se los llevó Miss Mary Welsh, su última mujer - su amor por los toros -ninguno le dio una cornada y cuanto hubiese deseado Hemingway ostentar una cornada- y también he visto la cantidad de cabezas de animales disecados y pensé: 'cuánta vida animal desperdiciada por el instinto enfermizo de matar'. Su abuelo le habia regalado la primera escopeta de cacería, con el consejo de no matar en vano, consejo que Hemingway desoyó por completo.
Conde desnuda a Hemingway. Lo hace ver como era: obsesivo y disparando algunas veces por placer, como lo hizo con su Thompson matando a los tiburones que le jodieron alguna jornada de pesca y devoraron alguno de sus merlines. En la casa vemos aquel rincón donde Hemingway llevaba escrupulosa anotación de su peso diario, siempre el mismo, hasta que su luz creativa se va opacando y su salud se va chupando.
Hemingway sabía que su imaginación había sido siempre escasa y mentirosa y debía hacerse de una vida para hacerse de una literatura, tenía que luchar, matar, pescar, vivir para poder escribir, nos relata Padura. El lo sabía.
Junto al Hemingway de La Habana nos vamos al bar a beber ese daiquiri que apadrino. Los últimos días en la Finca son tormentosos. El escritor está solo, Miss Welsh se ha ido a Nueva York, y, Valeria, la asistenta irlandesa joven se ha ido con ella. Sabe que 'un león, aunque viejo, siempre es un león'. Aunque Hemingway se siente acabado.
Su dinero se ha ido acortando, ha gastado casi un millón de dólares en los 32 cubanos que viven a su servicio. Todos lo quieren por ese espíritu dadivoso que les ofrece. Entre ese grupo de trabajadores estaban los más cercanos, el que le cuidaba los gallos de pelea, el que le comandaba su yate, El Pilar, y el que se encaraba de su seguridad, Calixto. Este último es sin duda un tipo especial. Ha matado y Hemingway lo sabe. Es con quien dialoga.
-Matar es fácil? Indaga Hemingway.
-Tú me lo preguntas que también has matado? Le contesta Calixto.
-Jamás a un hombre- dice Hemingway.
-Para mi fue fácil- responde Calixto. -El saco un cuchillo y yo le disparé.
Hemingway mató muchos animales, alguna vez se ufanó de tirar una granada al sótano de una casa de París donde mató a algunos meimbros de la Gestapo, pero se retractó cuando fue llevado a juicio, pues un periodista no estaba facultado de hacer eso. ¿Por qué? Se pregunta Padura. Sin dar respuesta.
Los hombres allegados a Hemingway en Finca Vigía eran capaces de todo por él.
-Incluso de matar? Pregunta Conde a uno de los dos sobrevientes de ese grupo cercano de cuatro.
-Es un decir- se escuda Ruperto el conductor de 'El Pilar'.
Los sobrevivientes son hombres viejos, uno más agradecido que el otro, suele ocurrir. Los resentimientos no se dejan ver y a veces de tan minúsculos se hacen inmensos, que duelen, duelen mucho.
En Finca Vigía vemos a Hemingway escribiendo parado en su antigua máquina de escribir, las 300 palabras diarias. Hasta que lo vemos secarse y no tener nada que contar. Nos enteramos de los electroshocks diarios a los que lo someten, los mismos que hacen de él un ser que da pena. El sabe que el ocaso de su vida se acerca, pues no puede ir tras las historias que necesita para escribir. La ficción hay que vivirla, parece ser la máxima que se repite al oído.
Leonardo Padura se ha declarado admirador del peruano Mario Vargas Llosa y así lo ha escrito en su novela 'El hombre que amaba a los perros'. De “Conversacion en la catedral” del Nobel peruano destaca la técnica, sobre todo en aquella parte donde se hace hablar a los personajes intercalándolos en diferentes tiempos y circunstancias. Padura explora la técnica al contar con maestría el affaire que tuvo Hemingway con la actriz Ava Gardner, de quien el escritor guardaba una pequeña trusa como un trofeo. Con esa prenda íntima Hemingway envolvia uno de sus pistolas. Mario Conde se queda con el trofeo, pero es tan grande el deseo que siente que termina soñando con la dueña del mismo. Padura nos cuenta así -con el recurso- un intento sexual fallido del escritor. El contrapunto se lee con fruición, tratando de darles una mano a ambos personajes.

Hemingway se va sumiendo también en una paranoia que lo hacía ver perseguidores por cualquier lugar. Quizás tenía un lío con los gobernantes de su país, que lo vigilaban al centímetro, tratando de encontrarle algo para controlarlo. En la novela de Padura, el perseguidor invisible que asusta a Hemingway un dia toma cuerpo, no sólo llega a su habitacion a buscar su placa y su pistola que ha perdido por beber durante su jornada de trabajo, sino que esta dispuesto a matar sino obtiene lo que busca. El desenlace está en la novela. Lo que les puedo decir es que el agente del FBI lleva en la mano la pistola que estaba envuelta en la braguita de Ava, la misma que tira desinteresado y apunta el arma a la cabeza de Hemingway que se despierta asustado luego de una pequeña borrachera. Es su turno ¿el cazado será él?

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