¿Qué sí en la casa de un hombre famoso
aparece un cadáver cuarenta años después?
¿Qué sí el hombre famoso es el
escritor estadounidense Ernest Hemingway?
El autor de 'Adiós a las armas' tiene
fama de haber matado mucho, pero ¿puede haber matado a un ser
humano?.
¿Qué sí Hemingway tiró del gatillo
de su Thompson y mató nada menos que a un agente del FBI?
Una placa se ha encontrado junto al
cadáver.
No es lo mismo matar a un león o un
búfalo en un safari que matar a un hombre, supongo.
¿Puede un hombre soportar sin culpa el
acto de matar a otro? No hay duda que una cosa es matar en defensa
propia o en defensa de un gran ideal -la libertad bien entendida, por
ejemplo- que matar con alevosía y ventaja, no es cierto?
Como recuerdan, Ernest Hemingway se
suicidó en Idaho, Estados Unidos, en 1961, aduciendo que no podía
escribir más. ¿Pudo ser esa la causa real para su tan drástica
decisión?. ¿No había algo más que guardaba bajo siete llaves?
Me imagino que todas estas preguntas
cruzaron la cabeza del escritor cubano Leonardo Padura, antes de
lanzarse a escribir su novela “Adiós, Hemingway”. Poco a poco
fue tirando y encontró el hilo conductor de aquella madeja.
Su aliado en esta ficción es el
detective retirado, Mario Conde, quien al recibo de una llamada
telefónica de uno de sus ex subordinados decide participar en la
investigación de este caso especial. Una gran tormenta ha puesto al
descubierto una parte importante de un cadáver aún sin identificar.
El lugar: el patio trasero de la casa de Hemingway, en Cojímar. Ahí
en el actual museo de Finca Vigía, el museo de ahora consagrado al
autor de 'El viejo y el mar'.
La naturaleza sigue pariendo, dice
Padura. En plena tormenta tropical, un árbol viejo se ha venido
abajo y al caer sus raíces se han expuesto, pero han traído consigo
los restos de una persona NN. Por lo tanto, hay que investigar. Si la
prensa lo sabe será sin duda la noticia del año. Sí Ernest
Hemingway está envuelto en la historia y es el protagonista, su mito
se caerá a pedazos.
Mario Conde ha sido un admirador del
autor de “Por quién doblan las campanas”, lo ha conocido, lo
recuerda de niño, cuando junto a su abuelo fue al puerto y vio al
estadounidense saltar de su yate, luego de una jornada de pesca.
Conde no recuerda mucho, pero sí lo necesario. El tipo tenía una
barba cana, la piel roja y quemada por el sol, se peinaba de manera
obsesiva y usaba un gorro que decía 'estoy al mando' y el adiós que
le hizo con la mano inmensa al abordar un auto que lo esperaba y lo
aleja de escena.
Mario Conde ha soñado con ser un
escritor y ha imitado al creador de la técnica del iceberg -una cosa
es lo que se ve, lo más importante subyace al interior. Conde ha
formado una cofradía de admiradores con quienes leía y desmenuzaba
algunos cuentos, 'El río de los dos corazones' esta entre sus
favoritos. Conde también bebe y descubre que Hemingway bebía para
matar al demonio que llevada dentro.
Conocerlo ha llevado al ex detective a
tener sentimientos encontrados. Hemingway se ha prestado al juego de
Stalin y de los nazis. Al morir extrañamente Robles, un líder
espanol durante la guerra civil contra Franco, Hemingway aseguró al
escritor John Dos Passos que el líder republicano era un espía
alemán y evitó así una investigación que pudo significar algo más
en aquellos días. Conde sabe que Hemingway se fue convirtiendo en un
ser egoísta, prepotente, violento e incapaz de dar amor a quienes lo
amaron. Pese a vivir muchos años en Cuba, jamás entendió ese país
ni a los cubanos. Luego se convirtió en el ser envidioso que se
revolvía contra quienes lo ayudaban, con rencor y mucha crueldad.
Conde dice: 'a mí me gustaría
descubrir que fue Hemingway el que mató a este tipo. Desde hace años
el cabrón me cae como una patada en los cojones. Pero a la vez me
jode pensar que le echen encima un muerto que no es suyo'.
El alter ego de Padura sabe que por
encima de odios está la verdad, No podemos acusar a alguien de algo
sin tener las pruebas suficientes para eso. Es la razón por la que
Conde acepta ayudar a sus ex colegas.
Como un paleóntologo paciente y
cuidadoso, como aquel que no desea perder un detalle que no nos
permita armar luego el ser completo, Padura nos irá contando cómo
es que Conde realiza su investigación. Nosotros iremos a Finca Vigía
y junto a los policías de La Habana cavaremos para dar con los
restos del agente del FBI que fue dado por desaparecido allá por
octubre de 1958. Hay que recordar que todo es obra de la ficción y
el talento de Leonardo Padura.
Para escribir este trocito de historia,
fui a mirar la casa de Hemingway y me senté en esos muebles desde
donde he apreciado con cariño sus estantes llenos de libros, sus
cuadros copiados -los originales se los llevó Miss Mary Welsh, su
última mujer - su amor por los toros -ninguno le dio una cornada y
cuanto hubiese deseado Hemingway ostentar una cornada- y también he
visto la cantidad de cabezas de animales disecados y pensé: 'cuánta
vida animal desperdiciada por el instinto enfermizo de matar'. Su
abuelo le habia regalado la primera escopeta de cacería, con el
consejo de no matar en vano, consejo que Hemingway desoyó por
completo.
Conde desnuda a Hemingway. Lo hace ver
como era: obsesivo y disparando algunas veces por placer, como lo
hizo con su Thompson matando a los tiburones que le jodieron alguna
jornada de pesca y devoraron alguno de sus merlines. En la casa vemos
aquel rincón donde Hemingway llevaba escrupulosa anotación de su
peso diario, siempre el mismo, hasta que su luz creativa se va
opacando y su salud se va chupando.
Hemingway sabía que su imaginación
había sido siempre escasa y mentirosa y debía hacerse de una vida
para hacerse de una literatura, tenía que luchar, matar, pescar,
vivir para poder escribir, nos relata Padura. El lo sabía.
Junto al Hemingway de La Habana nos
vamos al bar a beber ese daiquiri que apadrino. Los últimos días en
la Finca son tormentosos. El escritor está solo, Miss Welsh se ha
ido a Nueva York, y, Valeria, la asistenta irlandesa joven se ha ido
con ella. Sabe que 'un león, aunque viejo, siempre es un león'.
Aunque Hemingway se siente acabado.
Su dinero se ha ido acortando, ha
gastado casi un millón de dólares en los 32 cubanos que viven a su
servicio. Todos lo quieren por ese espíritu dadivoso que les ofrece.
Entre ese grupo de trabajadores estaban los más cercanos, el que le
cuidaba los gallos de pelea, el que le comandaba su yate, El Pilar, y
el que se encaraba de su seguridad, Calixto. Este último es sin duda
un tipo especial. Ha matado y Hemingway lo sabe. Es con quien
dialoga.
-Matar es fácil? Indaga Hemingway.
-Tú me lo preguntas que también has
matado? Le contesta Calixto.
-Jamás a un hombre- dice Hemingway.
-Para mi fue fácil- responde Calixto.
-El saco un cuchillo y yo le disparé.
Hemingway mató muchos animales, alguna
vez se ufanó de tirar una granada al sótano de una casa de París
donde mató a algunos meimbros de la Gestapo, pero se retractó
cuando fue llevado a juicio, pues un periodista no estaba facultado
de hacer eso. ¿Por qué? Se pregunta Padura. Sin dar respuesta.
Los hombres allegados a Hemingway en
Finca Vigía eran capaces de todo por él.
-Incluso de matar? Pregunta Conde a uno
de los dos sobrevientes de ese grupo cercano de cuatro.
-Es un decir- se escuda Ruperto el
conductor de 'El Pilar'.
Los sobrevivientes son hombres viejos,
uno más agradecido que el otro, suele ocurrir. Los resentimientos no
se dejan ver y a veces de tan minúsculos se hacen inmensos, que
duelen, duelen mucho.
En Finca Vigía vemos a Hemingway
escribiendo parado en su antigua máquina de escribir, las 300
palabras diarias. Hasta que lo vemos secarse y no tener nada que
contar. Nos enteramos de los electroshocks diarios a los que lo
someten, los mismos que hacen de él un ser que da pena. El sabe que
el ocaso de su vida se acerca, pues no puede ir tras las historias
que necesita para escribir. La ficción hay que vivirla, parece ser
la máxima que se repite al oído.
Leonardo Padura se ha declarado
admirador del peruano Mario Vargas Llosa y así lo ha escrito en su
novela 'El hombre que amaba a los perros'. De “Conversacion en la
catedral” del Nobel peruano destaca la técnica, sobre todo en
aquella parte donde se hace hablar a los personajes intercalándolos
en diferentes tiempos y circunstancias. Padura explora la técnica al
contar con maestría el affaire que tuvo Hemingway con la actriz Ava
Gardner, de quien el escritor guardaba una pequeña trusa como un
trofeo. Con esa prenda íntima Hemingway envolvia uno de sus
pistolas. Mario Conde se queda con el trofeo, pero es tan grande el
deseo que siente que termina soñando con la dueña del mismo. Padura
nos cuenta así -con el recurso- un intento sexual fallido del
escritor. El contrapunto se lee con fruición, tratando de darles una
mano a ambos personajes.
Hemingway se va sumiendo también en
una paranoia que lo hacía ver perseguidores por cualquier lugar.
Quizás tenía un lío con los gobernantes de su país, que lo
vigilaban al centímetro, tratando de encontrarle algo para
controlarlo. En la novela de Padura, el perseguidor invisible que
asusta a Hemingway un dia toma cuerpo, no sólo llega a su habitacion
a buscar su placa y su pistola que ha perdido por beber durante su
jornada de trabajo, sino que esta dispuesto a matar sino obtiene lo
que busca. El desenlace está en la novela. Lo que les puedo decir es
que el agente del FBI lleva en la mano la pistola que estaba envuelta
en la braguita de Ava, la misma que tira desinteresado y apunta el
arma a la cabeza de Hemingway que se despierta asustado luego de una
pequeña borrachera. Es su turno ¿el cazado será él?
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