Monday, May 27, 2013

Cuba y "El hombre que amaba a los perros"

La novela de Leonardo Padura tiene de todo para atrapar a los lectores, es la historia de un periodista cubano que por los avatares de la vida y el celo de quienes odian el talento ajeno, termina convirtiéndose en veterinario, habla de la persecusión y muerte de Trosky y de cómo el español Ramón Mercader se convirtió en asesino del otrora líder de la revolución rusa, a quien asesinó en México por encargo del sátrapa José Stalin.
Siendo Trotski un líder que tuvo también que ver con la muerte de muchos de sus compatriotas durante la revolución de 1917, a lo largo de las páginas de 'El hombre que amaba a los perros', uno llega a conmoverse de su muerte, porque Padura dibuja al personaje como un ser humano. Es lo que pretendió el escritor y al acabar esas casi 900 páginas te das cuenta que lo ha logrado.
Se ha escrito ya mucho acerca de esa persecusión de León Davidovich Bronstein, Trotski, y de cómo Padura trató el tema en su novela, y lo que diga al respecto, quizás no sea mucho. De lo que deseo hablar aquí es de la brillante crítica que Padura hace de Cuba actual, luego de la caída del 'imperio; comunista de Moscú. El talento de Padura es sútil, sútil para burlar la censura del gobierno cubano de los hermanos Castro y mostranos el panorama trágico que camina y se acerca a la isla.
Creo que el escritor con todas las posibilidades de emigrar y vivir fuera con el valor de sus escritos, ha decidido quedarse en la isla -pienso- para ser el testigo presencial de lo que podría ser el final de una dictadura. Padura la quiere vivir más. Será un hecho histórico, sin duda, y quien mejor que él para mostrarla al mundo.
Después de la caída de la Union Soviética, en 1994, Cuba se sumió en una crisis tremenda, que lo empujó hasta el fondo de un hoyo, desde donde, hoy, pugna por salir. Ha logrado estirar el cuello, gracias a su gente y -sin duda- Padura esta entre ellos.
En la novela, Padura critica la sociedad cubana poniéndose en los pies del periodista y joven escritor a quien llama Iván. Ese egresado de la universidad gana un concurso de cuento y se destaca como una joven promesa de la literatura cubana, pero para 'ponerlo en su lugar' y evitar que se suba a la estratósfera, los que deciden en Cuba, sólo ellos optan por enviarlo a un pueblito donde debe reemplazar a un periodista que ya no ve la hora de marcharse. Es ahí donde tendrá que editar, casi sin recursos, una revista de veterianaria.
Iván se vuelve un alcohólico y decide dejar un poco de lado su talento. Tras ser enviado a un hospital para recuperarse y superar su alcoholismo, vuelve a La Habana.
La vida en Cuba es difícil, se cuenta las grandes intolerancias que existen, no sólo se condena el talento que te puede llevar a la cumbre, se castiga(ba) la homosexualidad y no se le da acceso a los cubanos a la información. Dice Padura que bastó con mover dos ladrillos para que la ex Union Soviética se derrumbara: un acceso mínimo a la información y una leve pero decisiva perdida del miedo.
Hay muchos que sin duda seguirán soñando con la revolución, pero una cosa es tenerla como utopía y otra vivirla como la vivieron los soviéticos durante las dinastias de Stalin y de quienes siguieron. En Cuba es o era casi lo mismo en los años anteriores. Si Stalin casi mata de hambre a todos sus compatriotas, Castro casi hace lo mismo. El personaje de la novela de Padura cuenta que para alimentarse tenían que tomar café de granos mezclados y un poco de pescado revuelto con cáscaras de plátano hervido. La falta de transporte hacía que Iván se trasladara a su trabajo diez kilómetros de ida y diez kilometros de vuelta, cosa que lo hizo ver tan flaco como se podrán imaginar, pero su mujer, a quien había conocido cuando haciendo de veterinario pudo operar y salvar a su perro, terminó muriendo con una enfermedad que de osteoporosis llegó a afectarle hasta los pulmones.
Cuando Iván llega también a convertirse en veterinario, ayuda a sus vecinos, quienes burlando las disposiciones de gobierno se dan maña para criar un cerdito en la pequeña parte posterior de sus casas. A esos animales hay que curar a cambio de un poco de comida que servirá para hacer más llevadera la vida de la esposa que ya se moría de escuálida y pálida. El descalabro se hace evidente y lo que vino fue la muerte, como la muestra Padura. ¿Será una metafórica forma de pensar?
¿Quién puede soportar quedarse en un lugar sin alimentos? Los cubanos en gran número decidieron lanzarse a la aventura, como sea, como el hermano del periodista escritor de la novela, que al estar estudiando medicina y descubrirse(le) un romance homosexual con su profesor, termina lanzando al mar y perdiéndose ahí para siempre. Es lo que cada cubano tiene que contar, algun amigo o conocido a tratado de largarse de ese 'infierno' y sino llega a Miami, se ha quedado varado en México, que por cierto no representan ningún paraíso.
Es lo mismo que se pregunta Trotski, al hablar con André Breton, antes de firmar el Manifiesto del Arte, donde se dice que 'todo, todo esta permitido en el arte'. El exiliado dice: 'Ya quisiera ver a quienes alaban a la revolución soviética viviendo en un cuarto, con poca calefacción en el invierno ruso, un refrigerador vacio, con tarjetas de alimentación que no alcanza y con mucho miedo. ¿Tiene una revolución el derecho de hacer esto? ¿El pueblo no puede hacer lo contrario? Se acaba con una clase dominante floja y se levanta otra, sumisa y también floja que, además, se convierte en una nueva casta privilegiada. ¿Hay derecho para eso?
Trotski se vuelve en un pensador gracias a su salida de la URSS. Desde el exilio cuestiona la dictadura de Stalin. Pero ¿qué hubiese pasado sí en vez de estar muriéndose de miedo y temblando de fiebre hubiese decidido enfrentar al georgiano y ganarle la dirección de su pueblo? Stalin ganó, porque fue más astuto y aprovechó una oportunidad ¿quién iba a pensarlo?. Tal vez eso es lo que molestaba a Trotski, verse también menos que Stalin en algún sentido (Padura no lo trata), pero sabemos que la psicología humana es compleja.
Stalin odiaba la gran inteligencia de todos y la de Trotski estaba en primer lugar, por eso lo persigue, porque ve en él al único que le podía hacer(le) sombra, pero ¿qué de Trotski, hasta donde llegaba su osadía? Ambos representan fuerzas que se atraían, pero para destruirse. Mañana tarde o temprano ganaría el más perverso. Y en la novela, Padura casi sin mostrarlo -como personaje real- hace ver a Stalin como una escoria, lo peor de la especie humana y para hacerlo se vale de Trotski, quien resulta reinvidicado.
Su novela es una buena excusa para exigir libertad de información. Cuenta Padura que ni en Cuba se podia encontrar los libros del exiliado. Habian los que hablaban mal y despotricaban de Trotsi haciéndolo ver como un renegado. Pero sus libros eran algo asi como material subversivo en La Habana. Suena gracioso todo eso, la revolución que pregona libertad, la niega. Eso le disgusta a Padura, que aboga por una amplia libertad de información.
Iván, el personaje de la novela de “El hombre que amaba a los perros', un día se encuentra con un extraño en la playa, quien tenia dos borzoi, eso perros hermosos que eran de la aristocracia zarista y que también Trostki llevó al exilio, sin saber que se encontraba con Ramón Mercader, el sicario, quien tras salir de la prisión de México, llegó a La Habana. Casi nadie lo sabía en la isla y es lo que descubre Padura al meterse a indagar en su novela. El asesino de Trotski había estado en Cuba, hasta su muerte.
No quiero dejar pasar la oportunidad, deseo hablar de la relación de Ramón Mercader con su madre. Caridad del Rio quien fue una aristocrática española, nacida en Cuba, que tras perderlo todo se convirtió al comunismo por odio. Odio que transmitió a algunos de sus hijos. A quienes -por cierto- destruyó. Pensó vengarse de todos y la vida le terminó dando un golpe tremendo en la nariz y en lo más profundo de su consciencia, si la tenía.

Ramón Mercader debía morir tras golpear en la cabeza a Trotski con un piolet o pequeño pico de alpinista, es lo que deseaba Stalin, pero el exiliado le salvó la vida, pidiendo a sus guardaespaldas -en su agonía- que no acabaran con él, que lo apresaran y lo hicieran hablar para descubir y contar la verdad.  

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