La radio suele estar prendida al
costado de mi mesa de trabajo. La mayor parte del tiempo el dial esta
justo donde se dan las noticias. Mientras estoy ocupado le presto
poca atención, pero hay momentos que paro los orejas como si fueran
antenas receptoras. Necesito estar atento para entender el inglés,
no es mi lengua materna y la mayoría de las veces tengo que poner
más de un sentido, de lo contrario es sólo un ruido que hace
compañía.
La poetisa estadounidense Maya Angelou
era la invitada en un programa muy sintonizado para hablar de su
nuevo libro de memorias: Mom and me and Mom. Su voz llenaba el
ambiente, deseaba escucharla, pero andaba corriendo con los encargos.
De pronto, casi al final se abrieron los teléfonos y la gente que
llamaba podía preguntar o sencillamente opinar. Era tiempo de
tomarme un descanso, sentarme a trabajar en algo que no tenía la
urgencia del día. Entonces, alguien le dijo, vía telefono, que
cuando escuchaban tan sólo su nombre, daban vivas. Maya Angelou
agradeció.
Vaya, que lindo, pensé. Que alguien
que no conozcas te haga semejante cumplido tiene que ser por algo.
'Agradezco a Maya por ser quien es', fueron las palabras iniciales
que escuché. Creo que en ese momento decidí sentarme y oír un poco
más. Lamentablemente siguió poco, pues la invitada llevaba una hora
en el programa y la entrevista llegaba a su final.
Comenté lo que había oído con
quienes estaban a mi lado, trabajando en sus respectivos sitios, y
conté que el primer poema que leí en ingles, al llegar a este país,
fue uno que ella escribió. En realidad la profesora que me enseñaba
inglés fue la encargada de leerlo en voz alta, mientras nosotros
leíamos en silencio el papel que nos había entregado. El poema me
pareció sencillo, pero muy profundo, en pocas palabras, me gustó.
Hablaba Maya de su condición de mujer de descendencia africana.
Luego, quienes compartían mi trabajo
me contaron algunos detalles adicionales de la entrevista y la
discusión que tuvieron se centró en quién había matado al
desalmado que la violó cuando era apenas una niña de siete años.
Me sorprendió lo que oí entonces, por
una razón, a mí no me importaba mucho quién había acabado con la
vida del violador, mi interés se centró en cómo una mujer que
había sufrido semejante maltrato pudiera sonar tan divina. En la voz
de Maya Angelou no encuentras rencor, revancha o fastidio, ella
disfruta lo que hace y transmite todo eso.
'Mom and me and Mom', repeti varias
veces. Entonces decidí dos cosas, que al llegar a casa buscaría en
internet la entrevista a Maya Angelou y leería sus memorias.
Precisamente, antes de ir a casa, pasé por la biblioteca del pueblo
donde vivo y ahí en un rincón especial -a primera mano- estaba el
libro. Tan sólo me lo daban por siete días, pues se esperaba una
gran demanda de lectores. No me amilané, sino que más bien me di
ánimo, 'en una semana lo acabo'.
El libro de tapa dura es sencillo y lo
puedes leer en una sentada. Además, tiene algo de Maya: te atrapa de
inmediato. Con el libro puedes llorar o reír. No lo leí de una
sentada, lo leí también en el tren y no sé, ni me importa, sí la
gente volteaba a verme cuando reía sentado en un rincón de uno de
los vagones. Lo acabé en el asiento del auto de un amigo y ahí sí
evité soltar algunas lágrimas cuando Vivian Baxter, la madre de
Maya Angelou, deja este mundo.
Con una madre tan vital, la hija tenía
que ser como Maya, pese a todo el drama que vivió. Muda por muchos
años, porque pensaba que al contar su drama de la violación había
contribuido a la muerte del canalla. Cuando alcanzó su voz, la elevó
con humildad, sabiduría y bondad.
Cuando Maya tenía apenas tres años
sus padres se separaron. Ella, junto a su hermano mayor de cinco,
Bailey, fueron enviados desde California a un pueblito de Arkansas
donde los esperó su abuela paterna. Los pusieron en el tren con
apenas una nota y para buena suerte no se extraviaron.
La abuela, habiendo sido hija de
esclavos, fue un mujer de gran sabiduría. Ella motivo a su nieta a
leer cuanto libro llegara a sus manos, allí Maya cuenta que empezó
su gran amor hacia la poesía, 'la podía sentir', dice. 'Nunca mi
abuela me besó, pero me dio mucho amor y una gran delicadesa',
agrega.
A los trece años, Maya y su hermano
volvieron a San Francisco para reunirse y vivir con su madre. Y
comenzaron los cuestionamientos, acerca del por qué ella los había
abandonado. La madre no eludió a sus hijos y les dijo que cuando
eran muy chicos, ella no estaba preparada para asumir el reto de ser
madre.
'Eso es verdad', dice Maya, 'pero lo
que hizo, con el tiempo lo descubrí, fue un acto de amor'. Mientras
tanto, la madre dirigía una casa de juego, estudiaba enfermería y
se dedicaba a ayudar a quien se lo pidiera.
A los quince, Maya comenzó a salir con
amigos y una noche regresó a las dos de la madrugada. Su madre la
esperó y la golpeó de tal manera que casi le desfigura la cara con
las llaves que tenía en la mano. Al día siguiente, Vivian le pidio
perdón a su hija, la había golpeado porque tenía miedo que se
volviera a repetir aquello que había ocurrido cuando Maya era una
niña.
Maya no se tenía confianza y pensaba
que por ser tan alta y sin muchos atributos físicos, los hombres no
se fijarían en ella, así que a los 17 buscó a un muchacho que le
había insinuado algo y resultó embarazada. De ese unión -para ella
nada interesante- nació su hijo Guy. Luego con el niño en brazos
salió de la casa materna para ir a vivir sola en un apartamento. Su
madre con quien ya había comenzado a hacer las paces y de quien
reconoció su gran fuerza, bondad e inteligencia, le dijo: 'sales de
esta casa conociendo que es correcto e incorrecto, espero que hagas
lo correcto'.
Fueron años duros, el niño comenzó
con ciertas alergías que Maya descubrió se trataban más de una
demanda de cariño y eso hizo, cambió y se entregó más a su hijo.
Gracias a su madre, quien le hizo un préstamo, se dio algo de
respiro y buscó un trabajo mejor remunerado.
Luego conoció a su esposo, un hombre
blanco de ascendencia griega con quien estuvo casada por algunos años
y de quien tras el divorcio, decidio conservar el apellido. El marido
era ateo y odiaba que Maya bailara.
Luego Maya cuenta que conoció a un
novio que había tratado de ser un boxeador profesional, que tras
perder dos dedos de la mano, desistió de su propósito. Mark era su
nombre, le propino una paliza que casi termina con su vida,
felizmente su madre la rescató antes que el individio volviera a
enloquecer y le tratara de rebanar la garganta con una cuchilla de
afeitar.
En el trayecto de su vida, Maya tuvo a
su madre como sostén y consejera y se desarrolló entre ellas una
dependencia como de planta con la lluvia o de planta con el sol, como
deseen. Cuando la madre enfermó de cáncer al pulmón, Maya decidió
que Lady B, asi la llamaba, tuviera una muerte maravillosa y en paz.
Maya ya era famosa y tenía dinero, por lo que pudo recibirla en su
casa, pintarle el cuarto del color que le gustaba, poner las fotos
más conmemorativas y felices y contratar a tres enfermeras que se
encargaran sólo de sostenerle la mano mientras ella realizaba sus
tareas fuera de casa, al volver ella -como hija- tomaba la mano de su
madre y le platicaba.
Maya había llegado a amar y perdonar a
su madre. Ella superó el abandono incial porque vio la situación de
una manera positiva, no así su hermano, quien cayó en las garras de
la droga hasta el final de sus días. Para Maya Angelou su hermano
estaba enamorado de su madre y no soportaba verla amando a su
padrastro.
Cuando terminé de leer el libro, oí
la entrevista completa. “Creo que la bendicion de tu abuela caló
en lo más profundo de tu ser”, le dijo la entrevistadora al
despedir a Maya del programa.
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