Wednesday, May 22, 2013

Maya Angelou, bendecida.


La radio suele estar prendida al costado de mi mesa de trabajo. La mayor parte del tiempo el dial esta justo donde se dan las noticias. Mientras estoy ocupado le presto poca atención, pero hay momentos que paro los orejas como si fueran antenas receptoras. Necesito estar atento para entender el inglés, no es mi lengua materna y la mayoría de las veces tengo que poner más de un sentido, de lo contrario es sólo un ruido que hace compañía.
La poetisa estadounidense Maya Angelou era la invitada en un programa muy sintonizado para hablar de su nuevo libro de memorias: Mom and me and Mom. Su voz llenaba el ambiente, deseaba escucharla, pero andaba corriendo con los encargos. De pronto, casi al final se abrieron los teléfonos y la gente que llamaba podía preguntar o sencillamente opinar. Era tiempo de tomarme un descanso, sentarme a trabajar en algo que no tenía la urgencia del día. Entonces, alguien le dijo, vía telefono, que cuando escuchaban tan sólo su nombre, daban vivas. Maya Angelou agradeció.
Vaya, que lindo, pensé. Que alguien que no conozcas te haga semejante cumplido tiene que ser por algo. 'Agradezco a Maya por ser quien es', fueron las palabras iniciales que escuché. Creo que en ese momento decidí sentarme y oír un poco más. Lamentablemente siguió poco, pues la invitada llevaba una hora en el programa y la entrevista llegaba a su final.
Comenté lo que había oído con quienes estaban a mi lado, trabajando en sus respectivos sitios, y conté que el primer poema que leí en ingles, al llegar a este país, fue uno que ella escribió. En realidad la profesora que me enseñaba inglés fue la encargada de leerlo en voz alta, mientras nosotros leíamos en silencio el papel que nos había entregado. El poema me pareció sencillo, pero muy profundo, en pocas palabras, me gustó. Hablaba Maya de su condición de mujer de descendencia africana.
Luego, quienes compartían mi trabajo me contaron algunos detalles adicionales de la entrevista y la discusión que tuvieron se centró en quién había matado al desalmado que la violó cuando era apenas una niña de siete años.
Me sorprendió lo que oí entonces, por una razón, a mí no me importaba mucho quién había acabado con la vida del violador, mi interés se centró en cómo una mujer que había sufrido semejante maltrato pudiera sonar tan divina. En la voz de Maya Angelou no encuentras rencor, revancha o fastidio, ella disfruta lo que hace y transmite todo eso.
'Mom and me and Mom', repeti varias veces. Entonces decidí dos cosas, que al llegar a casa buscaría en internet la entrevista a Maya Angelou y leería sus memorias. Precisamente, antes de ir a casa, pasé por la biblioteca del pueblo donde vivo y ahí en un rincón especial -a primera mano- estaba el libro. Tan sólo me lo daban por siete días, pues se esperaba una gran demanda de lectores. No me amilané, sino que más bien me di ánimo, 'en una semana lo acabo'.
El libro de tapa dura es sencillo y lo puedes leer en una sentada. Además, tiene algo de Maya: te atrapa de inmediato. Con el libro puedes llorar o reír. No lo leí de una sentada, lo leí también en el tren y no sé, ni me importa, sí la gente volteaba a verme cuando reía sentado en un rincón de uno de los vagones. Lo acabé en el asiento del auto de un amigo y ahí sí evité soltar algunas lágrimas cuando Vivian Baxter, la madre de Maya Angelou, deja este mundo.
Con una madre tan vital, la hija tenía que ser como Maya, pese a todo el drama que vivió. Muda por muchos años, porque pensaba que al contar su drama de la violación había contribuido a la muerte del canalla. Cuando alcanzó su voz, la elevó con humildad, sabiduría y bondad.
Cuando Maya tenía apenas tres años sus padres se separaron. Ella, junto a su hermano mayor de cinco, Bailey, fueron enviados desde California a un pueblito de Arkansas donde los esperó su abuela paterna. Los pusieron en el tren con apenas una nota y para buena suerte no se extraviaron.
La abuela, habiendo sido hija de esclavos, fue un mujer de gran sabiduría. Ella motivo a su nieta a leer cuanto libro llegara a sus manos, allí Maya cuenta que empezó su gran amor hacia la poesía, 'la podía sentir', dice. 'Nunca mi abuela me besó, pero me dio mucho amor y una gran delicadesa', agrega.
A los trece años, Maya y su hermano volvieron a San Francisco para reunirse y vivir con su madre. Y comenzaron los cuestionamientos, acerca del por qué ella los había abandonado. La madre no eludió a sus hijos y les dijo que cuando eran muy chicos, ella no estaba preparada para asumir el reto de ser madre.
'Eso es verdad', dice Maya, 'pero lo que hizo, con el tiempo lo descubrí, fue un acto de amor'. Mientras tanto, la madre dirigía una casa de juego, estudiaba enfermería y se dedicaba a ayudar a quien se lo pidiera.
A los quince, Maya comenzó a salir con amigos y una noche regresó a las dos de la madrugada. Su madre la esperó y la golpeó de tal manera que casi le desfigura la cara con las llaves que tenía en la mano. Al día siguiente, Vivian le pidio perdón a su hija, la había golpeado porque tenía miedo que se volviera a repetir aquello que había ocurrido cuando Maya era una niña.
Maya no se tenía confianza y pensaba que por ser tan alta y sin muchos atributos físicos, los hombres no se fijarían en ella, así que a los 17 buscó a un muchacho que le había insinuado algo y resultó embarazada. De ese unión -para ella nada interesante- nació su hijo Guy. Luego con el niño en brazos salió de la casa materna para ir a vivir sola en un apartamento. Su madre con quien ya había comenzado a hacer las paces y de quien reconoció su gran fuerza, bondad e inteligencia, le dijo: 'sales de esta casa conociendo que es correcto e incorrecto, espero que hagas lo correcto'.
Fueron años duros, el niño comenzó con ciertas alergías que Maya descubrió se trataban más de una demanda de cariño y eso hizo, cambió y se entregó más a su hijo. Gracias a su madre, quien le hizo un préstamo, se dio algo de respiro y buscó un trabajo mejor remunerado.
Luego conoció a su esposo, un hombre blanco de ascendencia griega con quien estuvo casada por algunos años y de quien tras el divorcio, decidio conservar el apellido. El marido era ateo y odiaba que Maya bailara.
Luego Maya cuenta que conoció a un novio que había tratado de ser un boxeador profesional, que tras perder dos dedos de la mano, desistió de su propósito. Mark era su nombre, le propino una paliza que casi termina con su vida, felizmente su madre la rescató antes que el individio volviera a enloquecer y le tratara de rebanar la garganta con una cuchilla de afeitar.
En el trayecto de su vida, Maya tuvo a su madre como sostén y consejera y se desarrolló entre ellas una dependencia como de planta con la lluvia o de planta con el sol, como deseen. Cuando la madre enfermó de cáncer al pulmón, Maya decidió que Lady B, asi la llamaba, tuviera una muerte maravillosa y en paz. Maya ya era famosa y tenía dinero, por lo que pudo recibirla en su casa, pintarle el cuarto del color que le gustaba, poner las fotos más conmemorativas y felices y contratar a tres enfermeras que se encargaran sólo de sostenerle la mano mientras ella realizaba sus tareas fuera de casa, al volver ella -como hija- tomaba la mano de su madre y le platicaba.
Maya había llegado a amar y perdonar a su madre. Ella superó el abandono incial porque vio la situación de una manera positiva, no así su hermano, quien cayó en las garras de la droga hasta el final de sus días. Para Maya Angelou su hermano estaba enamorado de su madre y no soportaba verla amando a su padrastro.
Cuando terminé de leer el libro, oí la entrevista completa. “Creo que la bendicion de tu abuela caló en lo más profundo de tu ser”, le dijo la entrevistadora al despedir a Maya del programa.

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