Hace quince años que ocurrió la
desaparición física de mi padre. Parece ayer, pero ¡qué largo y
vacío ayer! Cuánto cariño robado, sólo abrazando tu recuerdo.
Cuántas palabras no dichas, cuánta risa no compartida. Aquel día
viejo explotó un espejo. Se hizo añicos. Te volviste agua que
volvió al mar. Nos dejaste apenas tu olor de agua de colonia, tus
camisas blancas con el cuello almidonado, siempre pulcras,
pulcrísimas. Ahí, en ese ropero de caoba, aún están tus cosas y
en mi corazón guardo lo mejor de ti: La bondad, la felicidad, aunque
la felicidad fuera muchas veces ajena y se desintegrara como una
burbuja.
Los últimos días.
En sus últimos días no pude ver a mi
padre. Estaba en el hospital esperando ser llevado al quirófano por
un problema prostático y yo estaba en casa, enfermo. Antes yo había
estado en la selva, pero al saber que mi padre iba a ser operado,
regresé a Lima, de inmediato. Tenía un presentimiento. Un
presentimiento que se incrementó por algo que ocurrió mientras
estaba de vacaciones. En la casa de un amigo moyobambino, buscando el
baño, abrí la puerta equivocada y me di con la habitación de su
hijo de apenas cinco años. El niño tenía un anaquel pegado a la
pared donde se podían ver sus juguetes. Muchos juguetes de peluche,
de plástico, mecánicos y de pronto algo se movió. Fue un
movimiento lento, medido, zancada larga, ojo atento, avanzó entre
los juguetes con sus enormes patas flacas. Me alarmó.¿Qué hacía
un ave caminando allí, cuando todo estaba cerrado? me pregunté y
las respuestas se dispararon en una fracción de segundos.
No sé hasta hoy el nombre de aquella
ave silvestre parecida a una garza pequeña y de color marrón.
Me alarmé por una experiencia pasada,
cuando mi abuelita materna falleció; un jilguero se metió a la
casa, deambuló por donde quiso, le abrimos la puerta y se fue,
desapareció volando. Al día siguiente mi abuelita expiró.
'Vaya terrible coincidencia', pensé.
¿Alguien va a morir? Llamé de inmediato a mi amigo para mostrarle
mi descubrimiento e ipso facto me preguntó '¿bueno o malo?'. Sentí
su temor, se parecía al mío, pero preferí no darlo a notar y
repregunté, ¿tú qué quieres? El dijo: bueno. 'Bueno entonces',
añadí de inmediato, queria derrotar a mis pensamientos negativos.
Más tarde, deseando no contagiar mi
temor, pero sin dejar de pensar en lo peor, conté el asunto de la
pequeña ave zancuda a algunos amigos de la selva. 'La hubieran
matado', dijeron algunos. 'Es ave de mal aguero', agregaron otros.
Alimentaban mi presentimiento. Se incrementó así mi negatividad.
Ya había hablado con mi madre y ella
me había referido lo que ocurría con mi padre. Estaba internado.
Así que de inmediato fui a una agencia de viajes, indagué por un
ticket de avión y a la tarde siguiente volaba a la capital peruana.
Vi a mi padre, al regreso, lo visité,
lo abracé, lo besé, charlamos. Se notaba algo cansado, muy ojeroso
y algo pálido. No reparé mucho en eso hasta su deceso, se veía
demacrado, con ojeras que gritaban. No fui a verlo porque la
preocupación me golpeó por dentro y me vi envuelto en un lío que
si bien se puede decir parecía el sinónimo de una intoxicación
intestinal.
Si hubiese sabido leer mi organismo, me
hubiese opuesto a la cirugía, pienso hoy. Había algo así como un
mandato “para eso” y yo no escuché.
No vi a mi padre en sus últimos días
y él se debe de haber sorprendido al no verme. Aunque él sabía que
andaba con mis constantes correrías al baño y aducía el problema a
un virus selvático, comida en abundancia, licores de raíces, entre
otros desbarajustes. Lo operaron, salió bien de la sala de
operaciones, pero la desgracia ocurrió dos dias después. Un domingo
15 de febrero, a las 6.00 a.m. alguien llamó a casa diciendo que mi
padre se había puesto mal, grave. Mi madre contestó la llamada y al
escucharle decir que mi padre se moría, salté de la cama, me meti a
la ducha y enfilamos al hospital.
Vaya maldita sorpresa. Fui el primero
en ver el cadáver de mi padre, pedí al enfermero que le quitara las
sábanas y pude ver lo que quedaba de él. No era el mismo, me
acerqué a su cuerpo llorando, lo besé y lo sentí frío, muy pálido
y su hermosa nariz respingada habia sido afeada por una gran cantidad
de algodón que lo taponeaba. El enfermero me dijo al escucharme
llorar desconsolado, 'no alarmes más a tu madre, dale valor'. Abracé
a mi madre y no lloré más.
Cuánto me hubiese gustado estar al
lado de mi padre en esos sus últimos días, pero no pude. Estuvo
solo, sin ninguno de sus familiares al lado. ¿Cómo habra sido
aquello? Me pregunté varias veces.
Un día, no muy lejano de la partida de
mi padre, ocurrió algo sorprendente. Mi amigo, el padre del niño
donde nos topamos con el ave del presagio, cayó enfermo y llegó
trasladado a Lima desde la selva. Se recuperó rápido felizmente.
Antes, fui a verlo y junto a él habían muchos pacientes aquejados
de problemas hepáticos o gastroenterológicos, casos severos,
enfermos muchos con cáncer pancreático o de hígado. Muy cerca a su
cama, una viejita murió rodeada de sus hijos y nietos. Ni bien fui a
ver a mi amigo ocurrió un deceso frente a mi, de alguna forma mi
padre me decía 'así he muerto, tranquilo'. La mujer parecía dormir
rodeada de sus seres queridos. Envidié eso para mi viejo, pero sé
que mi padre me decía que no me preocupara. Todos habíamos estado
juntos en espíritu. Nadie le dijo nada a esa mujer. Tras constatar
su muerte, muchos rompieron a llorar. El cuadro fue desgarrador para
mi que venía de una experiencia parecida por lo que abandoné la
sala. Qué me hubiese gustado decirle a mi padre en aquel momento de
su partida, me pregunté.
Pensé que me había preparado para dar
el último ádios y no pude.
Desprevenido como uno anda frente a la
muerte, ésta se volvió a presentar cuando un primo muy querido,
quien también se vio sorprendido con el bang! de un arma de fuego
que tenia en la mano, se pegó un disparo mientras bromeaba. No murió
rápido. Joven y lleno de salud, luchó con todas sus fuerzas por
quedarse, pero la herida fue tremenda, mortal. En la sala de cuidados
intensivos, no supe que decirle. Me dolía el hecho al constatar que
lo perdíamos tan chiquillo, lleno de vida. Cuando estuve a su
costado no sabía que decirle. Mi padre llamaba a mi primo 'campeón
o avioneta'. Cuando algo ocurría, mi padre de inmediato le decía,
'Uy caray, se cayó la avioneta'. Mi primo reía, se paraba y volvía
a lo que estaba haciendo, casi siempre algunas travesuras. Así que
el campeón voló y se fue a ver a mi padre.
Hace algunos meses atrás, leyendo a un
monje budista de Vietnam, me enteré que en esos últimos momentos
hay un diálogo muy intenso con el agónico, pero son pocos quienes
pueden establecer esa conexión. El monje lo contaba. Sentado al lado
del amigo agonizante le tomó de la mano y guardó silencio. Luego
comenzó a recordarle y agradecerle todo el esfuerzo que había hecho
por el bienestar de la gente, había puesto el pecho en la tarea, sin
importarle su propia vida. Habían estado junto y pese a temer lo
peor habían resultado sin un rasguño. Bastaron dos episodios
valientes que el monje le recordara para que el moribundo saliera de
ese estado vegetativo, le apretara la mano con fuerza y tras un
silencio, expirara, acababa así aquel tormento tras una penosa
enfermedad. Me gustó aquello.
Hace poco acabo de leer otra
experiencia muy hermosa del psiquiatra Arnold Mindell quien refiere
que un paciente en agonía puede conectar su conciencia con los demás
de manera sorprendente. Al visitar a un ex veterano de Vietnam, en
estado de coma, el enfermo abrió de improviso sus ojos y preguntó.
-¿Viste eso?
-¿Qué?- respondió el psiquiatra.
-Un barco.
-Súbete de inmediato, vamos.
-No, debo ir al trabajo.
-Antes de eso por qué no te fijas a
dónde va
-Dice que va a Bermudas.
-¿Y cuánto cuesta el ticket?
-Nada, el viaje es gratis.
-¿Y quién esta a cargo del barco?
-Un ángel -contestó el enfermo.
-Vamos anímate, anda a visitar
Bermudas.
-¿Y si no me gusta?
-Te bajas y vienes de regreso.
-Caray, nunca tomé vacaciones en
Bermudas.
-Vamos es tu oportunidad.
-Voy a confiar en ti, me subiré al
barco.
Así es, el veterano cerró sus ojos y
treinta minutos después expiraba. Iba rumbo a Bermudas.
Vaya, mi primo se subió a su avioneta
y arrancó llevándose los mensajes para mi viejo, nos habia visto,
lo habiamos ido a despedir. Voló y voló hasta lo más profundo del
cielo.
Desde Lima, mi tía, su madre, se lo
llevó de vuelta en un avión directo a Moyobamba, donde descansa en
paz. Seguramente mi padre y después su padre velan por él.
1 comment:
Me imagino que esto no es ficcion... siempre sentimos lo que "pudieramos" haber hecho antes que nuestros seres queridos pasen a major vida. Por eso aprendi, mucho tiempo atras, a decir "te quiero", "te estimo", "eres especial Para mi" y muchas otras frases de carinio.
Te estimo y eres un gran ser Juanito. Sigue adelante explotando el talento que Dios te dio.
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