Monday, February 21, 2011
El discurso del rey.
Toda la gente que yo conozco y que se habla/conmigo/nunca tuvo un acto ridículo, nunca sufrió afrentas, nunca fue sino príncipe –todos ellos príncipes- en/la vida.
!Quien me diera oír de alguien la voz humana/que confesase no un pecado, sino una infamia;/que contase, no una violencia, sino una cobardía!/ No, son todos lo Ideal, si los oigo y me hablan./ ¿Quién hay en este ancho mundo que me confiese/ que una vez fue vil?/ Oh príncipes, hermanos míos. !Coño, estoy harto de semidioses!.
¿En dónde hay gente en el mundo?
Estos son los versos iniciales del “Poema en línea recta” escrito por el poeta universal Fernando Pessoa que me vinieron a la cabeza cuando terminé de ver la película “El discurso del Rey”. Y ese es uno de los detalles más simpáticos del film: el hecho de ver a un príncipe subiéndose al trono de un buen ser humano. Como todos ustedes conocen, la película esta basada en hechos reales y tiene que ver con la vida del Rey Jorge VI, quien tuvo que vencer su tartamudez para coronarse, luego de la abdicación de su hermano, en rey de Inglaterra.
La película dirigida por Tom Hooper y escrita por David Seidler ya ganó varios premios internacionales y será uno de los filmes que –sin duda- cosechará más de un Oscar en la próxima edición de la Academia de Hollywood.
Lo que ocurra en Los Angeles podría ser inolvidable para el actor Colin Firth, quien puede convertirse en el mejor actor del 2010 y Geoffrey Rush puede cortar oreja y rabo si consigue dos estatuillas más en su carrera: como actor secundario y productor del film. (Hay que recorder que Rush ya ganó un Oscar como mejor actor, al interpretar a un brillante músico australiano en la película ‘Shine’) .
El personaje central de “El discurso del rey” es el príncipe Albert, duque de York, segundo hijo del rey Jorge V, quien sufre una tartamudez y desea hablar bien, porque siendo un miembro de la monarquía tiene que hablar ante el público, además, esa es la exigencia de su padre. Cuando se enfrenta al público no llega a vencer su timídez y de su boca no brota palabra alguna. Si no logra vencer su tartamudez jamás podría llegar a ser rey, pese a tener la mayor simpatía de su padre, quien ve en él más virtudes que su hermano mayor. (El deseo inconfeso de Albert es ser rey, pero usa su tartamudez como excusa para no esforzarse. Su motivación es demostrarle a todos que es mejor que su hermano mayor, pese a tener una limitación). Sin embargo, al inicio de la historia jamás confesará lo que le dice luego a su terapeuta. Pero vayamos en orden, para tratar de ser ‘normal’ busca ayuda profesional, los mejores. Incluso aquellos que le enseñan la técnica del gran orador Demóstenes, quien también fue tartamudo y para vencer su problema de hablar en público usó caninas en la boca.
Hasta que el príncipe, con la colaboración de su esposa, llega al consultorio de un terapeuta desconocido, pero muy seguro de sí mismo. (Para lograr un buen resultado en cualquier terapia, lo mejor es confesarse abiertamente ante el otro y eso se logra con la confianza que ofrece ese otro (el terapeuta). Creo que lograr una buena amistad es fundamental en cualquier tratamiento. Gracias a esa ruptura del hielo que logra el terapeuta con su sencillez, su buen humor, su franqueza y su don de mando, la cura está a la vuelta del camino y se dá). Albert se confiesa ante su terapeuta, contándole algo tan íntimo como el maltrato del padre, su educación severa, el hecho de sentirse menos frente a su hermano que lo ofendía y de las institutrices que le hincaban para hacerlo ver menos y quejoso ante su padre, el rey, y favorecer sútilmente al mayor).
El terapeuta reconecta al príncipe Albert consigo mismo, obtiene su confesión y en base a eso comienza a cimentar una mayor autoestima, hasta que se dá la coyuntura, no buscada, pero deseada, de convertirse en el rey de Inglaterra y dar el ansiado discurso en una coyuntura especial, el inicio de la Segunda Guerra Mundial. El terapeuta no tiene el camino fácil para ayudar al futuro rey, pues el entorno monárquico es celoso y severo. Se descubre que el terapeuta es un hombre sin títulos y que no está capacitado para ser lo que dice ser, pero como Lionel Logue (Rush) esta ‘diplomado’ para enfrentar las tormentas, enfrenta la más severa y se queda con el caso del rey porque ha logrado algo que es más grande, ser un verdadero amigo. Durante el discurso esperado, Logue pide al rey hablarle primero a él antes de dirigirse al público. (Claro, es más fácil hablarle a un amigo que a cientos de extraños).
En esta historia el rey no tiene un antagonista de carne y hueso que se le enfrente y le ponga obstáculos; quien se interpone ante Albert es su propio temor que viene del pasado y no lo deja ser el ser humano presente, el mismo temor que le nubla el panorama negándole ver algo del futuro.
Las distintas épocas tienen sus elementos que los hacen peculiares, antes de la televisión fue la radio y su arma el micrófono era el que paralizaba a todo aquel que se ponía enfrente. Si antes hubo una guillotina, el micrófono fue para algunos el arma que les ponía los pelos de punta.
Lionel Logue siempre deseó ser un actor de teatro, pero no tuvo fortuna, interpreta bien a Quasimodo y a otros personajes sin lograr destacar. Quizás él no lo supo, su logro mayor es el de haber interpretado a un terapeuta que ayudó a muchos soldados a vencer los traumas que les dejó la Primera Guerra Mundial, sin saberlo ese fue su verdadero papel en este mundo. Los resultados son los que cuentan y esa experiencia de curar a personas comunes y corrientes le permitió incluso ayudar a un rey, un rey que asciende y avanza un peldaño en este difícil papel de ser un buen ser humano, al final el verdadero trono.
Mérito también para David Seidler quien siendo tartamudo venció su limitación, se interesó por otros que sufrían el mismo problema y se interesó en la vida de Jorge VI. Fue gracias a la voracidad que tuvo de conocer la historia del rey que llegó a contactarse con el hijo de Logue quien accedió a darle los cuadernos de notas del terapeuta, las mismas que se han usado en su guión que completaron el film al último momento.
En la película el caso de la abdicación del rey Eduardo VIII pasa a un plano secundario. Todo el chisme y la novedad que trajo el hecho de ver a un monarca dejando su trono para casarse con una plebeya (la estadounidense Wallis Simpson) se minimiza. El esfuerzo del príncipe Albert en ‘El discurso del rey’ es más trascendente. En lo que se refiere al abdicante, el guión lo muestra como falto de personalidad y envuelto en el poder de una seducción extraña.
Antes que Seidler supiera, alguien le hizo llegar el guión al actor Geoffrey Rush, quien se interesó en el papel secundario y en producir el film, sin duda había visto el valor dramático de la historia, tal y como lo vieron un grupo de australianos que viven en Londres y hacen teatro. Lo supo también la madre del director Tom Hooper quien le comunicó a su hijo que ya tenía en manos su futuro proyecto. Vaya, que buen proyecto.
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