Tuesday, February 15, 2011

'Jaque mate' Bobby Fisher.


El extinto campeón de ajedrez Bobby Fisher creo que jamás escuchó la expresión ‘Check mate, dear Bobby’. No sé cómo hubiese reaccionado sí eso se daba al final de un juego con un aspirante, quizás hubiese pateado el tablero, o tal vez hubiese tratado de aplastar a su oponente. Sólo una computadora venció a Fisher y él reaccionó odiando la tecnología de aquel momento.
El ajedrez me encanta y ese deporte está asociado para mí con Bobby Fisher. Me encanta desde que tenía 11 años, cuando mi primo Albertito, un par de años mayor y viendo entonces apenas sombras, me ganaba con 3 ó 4 jugadas. Desde entonces desconfié de su ceguera, más aún 20 años después cuando fui a visitarlo a su casa de la selva, apenas escuchó mi voz me dijo “Hola Juan Miguel, pasa, la puerta esta abierta’. Sentado en el sofá de su casa, Alberto se pasaba el día cantando alabanzas sin poder ver (perdió la visión por completo), y ese día que lo visité con sólo oirme decir ‘hola, hay alguien por ahí’, me reconoció. ‘Es que está familiarizado con tu voz, todos los días te escucha en la televisión’, fue lo que me dijo mi tía, su madre.
Yo creo que Albertito (como Funes, el memorioso) estaba recordando todas los juegos que me ganó y se estaba divirtiendo. Ahora que les cuento esto, sé que a Bobby Fisher le gustaba jugar ajedrez con los ojos cerrados, lo contó su amigo y biógrafo Frank Brady. Brady cuenta que Bobby nació predestinado para el juego ciencia. Pero no fue desde su nacimiento en Chicago el 9 de marzo de 1943 que Bobby comenzó a esperar a sus contendores frente al tablero de ajedrez. No, debió pasar por un buen aprendizaje, rápido y precoz. Lo que es más, Fisher murió coincidentemente cuando tenía 64 años, cuenta el biógrafo, el número exacto de cuadraditos negros y blancos que hay en un tablero de ajedrez.
Después de Bobby Fisher no ha nacido nadie que se le parezca (jugando me refiero), pero sí desean hacer un pequeño paralelo les presento a Julio Ernesto Granda, el gran maestro internacional peruano. Ambos campeones a los 13 años, Granda fue campeón infantil, ambos atravesaron por crisis que los alejó de la competencia y los tableros. Recuerdo a Julio Ernesto retirándose a su granja de Arequipa (al sur de Lima) para dedicarse a criar aves o avestruces, si mal no recuerdo, diciendo, además, que ya no importaba jugar algo que sólo le pertenecia a Dios. Si pues, jugar ajedrez es jugar a ser el guía, un guía ‘severo y cruel’ quien decide quienes viven y quien mueren. Ahora, Julio Ernesto está mejor, y gracias a Dios está compitiendo.
Creo que mi amor por el ajedrez se acrecentó después de ver una película de Bergman. El gran cineasta sueco creó a un personaje -en el ‘Séptimo sello”- que representa a la muerte que espera al gran caballero cruzado, sin importarle si éste le gana una partida de ajedrez, porque al final la muerte sabe quién será el ganador absoluto. La muerte sabe que de todas maneras ganará, no importa sí le hacemos tretas.
Volviendo de mi digresión, les debo decir que Frank Brady amigo y biógrafo del único campeón estadounidense de ajedrez, acaba de publicar una nueva biografía de Fisher. En la primera Bobby se quejaba al ser llamado judío y alegaba algo contra eso diciendo: “si tu padre es republicano, no significa que tú no puedas ser demócrata” Lo cierto es que el libro que publicó Brady se titula ‘Endgame Bobby Fisher Remarkable rise and fall. From America Brightest prodigy to the edge of madness’.
El libro es revelador, y como dice el título se cuenta hasta la última jugada de Fisher, su aparición en el mundo del deporte ciencia, su caída y el cómo un chico prodigioso va cayendo paulatinamente en la paranoia. Brady lo cuenta todo, desde el inicio, porque conoce a Fisher del vecindario, porque practicó con él ajedrez y porque lo acompañó en algunos viajes por algunas partes del mundo.
Bobby Fisher provino de una familia pobre, su madre vivió en un hospicio y luego en una casa construída en un trailer. La mujer era muy inteligente, su coeficiente intelectual era de 180, no sabía jugar el ajedrez, pero siempre andaba alimentando la curiosidad intelectual de sus hijos, iniciándolos con rompecabezas y sabía hablar fluídamente varias lenguas. Cuando Bobby recibió como juguete un Monopoly, Brady lo encontró estudiando las reglas del juego con tal detenimiento que se volvió muy rápido en un experto. Fisher aprendió de su hermana a jugar ajedrez, cuenta el biógrafo. Desde entonces, Bobby tomó el ajedrez con la mayor seriedad posible. No sólo estudiaba, también jugaba, a los 13 años, Fisher se convirtió -a esa edad- en el primer gran maestro internacional.
Desde el inicio de sus días Fisher tenía un gran apetito competitivo. Siempre quería ganar. Si jugaba ajedrez, tenis o praticaba natación, siempre deseaba ser el primero. Cuando Fisher viajó a la ex Unión Soviética fue con el propósitro de retar a los más grandes, hasta que se convirtió en el campeón, después de vencer a Boris Sparsky, en 1972.
Bobby sabía todo del ajedrez, cuenta su biógrafo, incluso podía jugar con los ojos cerrados indicando dónde se ubicaba el caballo que estaba en riesgo por el ataque de un alfil. El ajedrez es un juego místico y está reservado sólo para los pacientes. Fisher fue el maestro del juego, podía proyectarse en el futuro del juego viendo más de 25 jugadas en adelanto con todas dándole la posibilidad de ganar.
La personalidad del único campeón estadounidense en el deporte ciencia fue muy especial, dice Brady. Se niega a llamarlo loco, sin embargo, dice que fue un paranoico, fue una de esas personas transtornadas, desequilibradas. En el colmo de su temor llegó a usar chalecos especiales, porque temía un ataque repentino, porque alegaba que podía ser asesinado por los rusos de la KGB o por el Mossad, el secreto y eficiente servicio secreto Israelí.
Habiendo sido tan pobre, Fisher tenía mucha inclinación hacia el dinero. El decía que ’nadie iba a lograr un céntimo usando su nombre’. Se cuenta que era tan extremo con el dinero, que sí alguien lograba un autógrafo suyo por 25 dólares recibiendo 5 dólares en pago adelanto por el favor, Fisher exigía también los 5 dólares.
Se negó a pagar los impuestos en los Estados Unidos alegando que no se defendía sus derechos. Un periodista publicó su biografía habiéndose negado, dos años antes, a firmar un contrato para la tarea, sin embargo, escribió la biografía y Fisher creía que por todo eso había perdido una gran suma de dinero. Fisher vivía mal, vivía de los derechos de un libro sobre ajedrez y del Social Security de su madre, mientras sus contendores rusos vivían sin preocuparse por el dinero, porque el gobierno soviético les daba todo. Lo que ocurrió con su negativa a pagar sus impuestos hizo que Fisher dejara su país, viviera fuera y obtuviera la nacionalidad de Islandia.
En 1970 se entregó a la Iglesia de Dios, una congregación de fieles que creían que el apocalipsis estaba a la vuelta de la esquina, a quienes donó el 10% de sus ingresos anuales, algo inusual en Bobby, hasta que tres años después se peleó con todos ellos y renunció a esa fe. Fisher no ingresó a ese grupo religioso buscando perdón, alguna vez se había mostrado deseoso de envenenar a un oponente quien tomó el ajedrez sin seriedad y se burló de él durante un campeonato.
Viviendo en Italia deseó estudiar todo lo referente a la estructura de la mafia en ese país. Cuando ocurrieron los ataques del 11de setiembre, en New York, Fisher hizo unos comentarios desafortunados, dijo que él había creado la trama del atentado. En el 2008, mientras vivía un tiempo en Tokio y otro en Manila, atendiendo a sus dos mujeres en Japón y Filipinas respectivamente ( no se sabe sí sabían de la existencia de cada una de ellas), Fisher tuvo serios problemas con los riñones, le recomendaron diálisis y se negó. Pudo haber sido una forma de suicidio, dice su biógrafo. Murió tres meses después, un 17 de enero.
Paradojas de la vida, quizás ese día celebraba feliz un año más de vida de mi hermano Coqui.

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