Tuesday, February 8, 2011
"La Nana" chilena.
“La Nana” es una de las últimas películas chilenas que cosechó muchos éxitos. El Sundance en el 2009, por citar un premio y, además, es una de las películas que más recolectó en una semana al estar en las carteleras de los Estados Unidos, más de US$ 100 mil dólares.
Tal vez nunca la hubiese visto si no es por una sugerencia de nuestra anfitriona colombiana. En las clases de español, junto a algunas estadounidenses que gustan de nuestra lengua, María Fernanda Prado propuso verla y discutirla en una de nuestras habituales reuniones mensuales.
Para comenzar debo hablar de lo que no se logró, desde mi peculiar punto de vista. La Nana, como el título lo sugiere, tiene como personaje central a la sirvienta de una familia chilena adinerada. Se trata de una mujer atormentada, silenciosa y que pese a no moverse en su espacio propio –la casa no es de ella- hace de la casa precisamente su reino. Ahí en ese espacio ella gobierna por encima de la propia reina. La reina verdadera parece tener el poder, pero no el gobierno. ¿Por qué esta Nana es una mujer como me la presentan?, es la primera pregunta que me hice al inicio de la película. Al terminar de ver el film tenía ideas, pero jamás la confirmación de ese por qué. Pensé que la Nana le sabía un secreto a la dueña de casa, pero la mujer es correcta y compasiva. Además, le permite a la Nana que haga algunas cosas por encima de lo que opine su única hija. La hija, la adolescente de la casa, se queja del maltrato de la Nana, sin que la madre intervenga a su favor y de manera tajante. ¿Por qué? sigo preguntándome. Ese es el hueco sin llenar que deja el director Sebastián Silva. Siento aquí que me dieron a roer huesos, sin darme un pedacito de carne, por eso al final no me trago la historia del todo.
Sin embargo, la película tiene dos logros: el personaje y la locación (la casa). Todo lo que hace el personaje está en la casa. Salvo una salida al campo, la Nana se mueve en toda la casa, incluso en el cuarto de los esposos, donde ve al marido ‘en pelotas’. El personaje está muy bien interpretado por la actriz Catalina Saavedra, quien cosechó muchos galardones por haberse decidido a vestir con realismo ese uniforme y esas zapatillas de sirvienta en una sociedad donde aún existen esas marcadas diferencias de clase. Raquel, así se llama la Nana, tiene una mirada siniestra y crea muchas expectativas desde el primer momento en que aparece en escena. Al principio pensé, ¿en qué momento esta mujer hará algo terrible?, pues la asocié con el personaje de la película “La mano que mece la cuna” donde la sirvienta se queda con todo, incluso con el hijo de la dueña de casa. En la Nana chilena no ocurre nada malévolo, salvo el detalle del gato, al que Raquel saca de escena arrojándolo fuera de la casa.
La Nana cuida su espacio – la casa- como los animales cuidan su territorio. No orina en cada rincón, no, pero lo marca sutilmente. “Esto es mío y nadie debe osar poner los pies aquí”, parece decir la Nana (mío que no es mío del todo, como constataran). Conozco de estos casos por algo que me ocurrió hace algunos años aquí en Nueva York. Conocí a una nana peruana que trabajaba con un judío que es dueño de una compañía de publicidad, videos y cine. Le pedí a esta nana que hablara con su jefe para que me permitiera ver –no trabajar- la filmación de los comerciales y como hacían algunas películas. Hice el pedido a esta nana dos veces sin obtener respuesta positiva. Traté de aprovechar del asunto porque ella se sentía muy contenta de ser alguien a quien los judíos ricos consideraban de la familia, pues la llevaban a diversas partes de los Estados Unidos. Entendí luego que la nana peruana no iba a dejar que nadie deambule en su territorio sacando un mínimo de provecho, por lo que desistí de seguir pidiendo algo que sin duda para mi sería perfecto (con ver me basta para aprender). Constaté así que aún seguimos siendo animales en ciertos casos.
El tormento de la Nana (vuelvo a la película), quien ya lleva viviendo 20 años en la casa de los chilenos acomodados, no lo llegué a conocer del todo. No sé por qué toma las pastillas que toma y en la cantidad que toma. Sé que sufre de jaquecas, pero no sé por qué. Cuando la Nana sale de la casa, después de todo un drama con las que se atreven a poner los pies en su reino, se sugiere la causa de su tormento. Extraña a los suyos que viven lejos, a su madre y a dos muchachos que no sabré sí son sus hijos o sus hermanos. ¿Será que son los hijos de la Nana que viven con la madre? ¿Será por eso qué la Nana tolera a Lucas (el hijo de la casa), quien todos los días ensucia la cama no sólo con sus sueños húmedos de adolescente?
Pareciera que por ahí va el asunto. Pero con 20 años viviendo fuera, esos hijos ya estarían en la capital, lo que borra mi argumento.
La Nana me dá motivos para hablar de lo duro que resulta para todos el tema de dejar la casa para emigrar en busca de un mejor porvenir. Conozco aquí en los Estados Unidos el caso de muchas mujeres que dejan a sus hijos en sus países y vienen acá tratando de labrarse un futuro y deben trabajar como nanas. El caso de Doris, una nicaraguense, me viene a la cabeza. Todos los días tomaba el bus que yo también tomaba para ir a trabajar. Se sentaba a mi costado algunas veces y ahí me contaba que en su país tenía un hijo que su mamá lo cuidaba. Cuando le pregunté sí pensaba traerlo vi como las lágrimas se acumulaban en sus ojos y caían por sus mejillas. Sacó su teléfono celular y me mostró la foto de un pequeño. El niño se veía extraño. No dije nada, sólo miré. Entonces ella me dijo, “nació descerebrado”. Entendí lo que estaba detrás de su rostro angelical. Era bonita, pero llevaba a cuestas un sufrimiento inmenso, quizás por eso se castigaba comiendo, pues estaba con muchos kilos de más. La vi en mi mente rogando a Dios que recogiera a su hijo y luego la vi castigándose por haber pensado de esa manera, los insomnios, las gaseosas y los sanguches de pollo y cerdo eran su látigo. La culpa no sólo engorda, mata, pensé. Desde aquel día trató de evadirme y luego dejó de abordar el bus en el que la veía. Cuando la recuerdo, como hoy, ruego por ella, por su madre que esta sobrellevando la carga del niño enfermo y ruego también por ese niño que no tuvo ni tiene la culpa de haber venido así a este mundo.
El logro, vuelvo a la película, ( quiero sacar la pena real que referi). Y quiero hablar de la excelente locación buscada por el director o el grupo de producción chileno para realizar la película. La casa está diseñada de tal manera que los personajes se han movido con facilidad simulando el drama con naturalidad. Y esos personajes son los que dividen la película en tres segmentos necesarios para la acción. Primero esta Mercedes, la joven peruana de rasgos andinos, sumisa, quien llega a la casa a ayudar a la Nana (Aquí veo algo que me concierne como peruano, ¿los chilenos nos ven así: sumisos? Si nos ven así colijo dos cosas, las discrepancias con nuestros vecinos del sur estan ahí, merodeando. Y, lo más importante, que se vea a los peruanos sumisos no sólo es culpa de algunos peruanos, ahí estamos inmersos todos los peruanos, más quienes tratan de pisotear al que está más abajo. Ahí esta la vieja pituca que ningunea al que no tiene mucho, cuando esta afuera del país, el estereotipo de sumisa también le cae, por su desidia y egoísmo. Algo habrá que hacer para ayudar a todos los peruanos a sacudirnos de este esterotipo; primero, eduquemos mejor a los nuestros).
La Nana, con sus maltratos, hace que la joven peruana renuncie. Luego llega Sonia, la mujer adulta y con más experiencia que “no aguanta pulgas”, la misma mujer que le dice a la Nana “no te mates, estos cuando crezcan serán unos desconsiderados”. Sonia, la mujer que es capaz de subirse al techo de la casa, bajar por la pared lateral, abrir la puerta que la Nana se la cerró y buscarla para agarrarla de los pelos, pegarle y gritarle un par de subidos improperios, le dá a la película ese tono de conflicto que se viene sugiriendo desde el principio. Después de lo que ocurre entre las sirvientas, Sonia se despide, en la pelea se rompe el barquito a escala que el aburrido marido arma en su inmenso tiempo libre.
Luego llega la encantadora chilenita del interior que viene a enseñar a la sufrida Nana pequeños grandes detalles para enfrentar la vida. Lucy llega al reino de la Nana para comprenderla y darle el cariño negado. La nueva compañera descubre que algo horrible debe de haber ocurrido con la Nana, cuando la ve desinfectando el baño con cloro, después que ella toma un baño. Ese cuerpo desnudo que se ve no es tan ofensivo como el de la Nana, del tío y el de la nanita peruana. Ese cuerpo, sin ser escultural, luce natural y agradable. Es la chilenita del interior quien inicia el cambio en la Nana. Es con Lucy con quien la Nana comienza a reír. Es ella, la ayudante, quien ve como un ser humano a la Nana y es gracias a ella que 'la Raquel' comienza su transformación. No sabemos hacía donde va la Nana, pero intuímos que ese cambio será beneficioso para ella.
De su madre y de los suyos, nunca sabremos más…
* Nota importante. A quienes escribimos nos encanta que nos lean. Los lectores nos completan. Una amiga me escribe y me dice: "Hey, Juan, dónde estabas que te perdiste el diálogo al final de la cena navideña, cuando la Nana le dice a Lucy y sus familiares que su mamá la llama, que tiene varios hermanos con familia y que ella es la única que no tiene a nadie. Caramba, dónde estuve, me pregunto. Sí es así la historia en el film se completa. Ahora sé por completo que la Nana sufre de soledad y falta de cariño. Por esa razón le atacan repentinos dolores de cabeza. Gracias por el alcance.
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