El escritor brasileño Rubem Fonseca es el Tyson de la Literatura.
La contundencia de sus cuentos son tales que demolen en apenas un round. Todo
lector que haya subido al ring del relato y se haya topado con el escritor de ‘Feliz
año nuevo’ puede dar fe de lo que escribo. Pero Fonseca es más. Sí el peso
pesado no noqueaba en el primer round caía en cualquiera de los siguientes y
cuando cayó una vez, mordió. Cuando Fonseca pasa del primer round se convierte
en un atleta, en un Sugar Ray Leonard, si me permiten la imagen.
Acorralado contra las cuerdas uno comienza a abrazar a
Fonseca y cuando los jueces tocan la campanilla uno sigue ahí en ese cuadrilátero
danzando aunque le pisen los pies. Enamorado de las historias y sin escuchar el
clamor del gran público congregado en la arena, en ese rincón sorprendentemente
y sin cuerdas, uno sigue leyendo.
A sus cuentos de ‘Feliz año nuevo’ agreguen cualquiera: La ejecución,
Corazones solitarios, El bordado, Amargauras de un joven escritor, Mandrake, Febrero
o marzo, El cobrador, Pierrot en la caverna y uno termina en shock. Pero cuando
uno sale del trance del golpe, uno puede observar con más claridad cómo
funciona la violencia, el crimen, el sadismo y cómo en esos momentos terribles
aparece una luz esperanzadora de ironía, ternura y piedad.
Rubem Fonseca es el más grande narrador contemporáneo de
Brasil. Nació en Juiz de Fora, un pueblo de Minaes Gerais, el 11 de mayo de
1925. Se hizo escritor cuando tenía 38 años. Dicen que es un lector compulsivo.
Leía 100 páginas por hora. Tuvo suerte de publicar por su talento. Un amigo leyó
sus relatos y los llevó a publicar. No sólo es abogado, estudio administración
en los Estados Unidos. Trabajó como abogado litigante defendiendo a los negros
pobres y ‘sin muelas’ (cito a quienes lo conocen). Fue policía de civil y dicen
que prefería hallar soluciones salomónicas antes de actuar judicialmente. Tentó
ser juez y no pudo. La mecánica corrupta de la justicia no quería a un tipo que
buscaba soluciones. Bueno, de ese intento sacó muchas historias. Odia dar entrevistas y huye de los periodistas
porque considera que un escritor no es un líder de opinión.
Los militares de 1976 proscribieron su libro de relatos
donde estaba ‘Feliz año nuevo’. Los esbirros de esa época decían que había que
encarcelar a quien escribió ese cuento y también a quienes lo leían. El libro
había sido publicado un año antes y tuvo que esperar doce años para volver a
circulación. Mientras tanto, Fonseca siguió escribiendo y publicando.
‘Feliz año nuevo’ cuenta la historia brutal de un grupo de
delincuentes que se preparan para dar el gran golpe al inicio del año, pero
mientras esperan al dueño de las armas deciden ir a robar en una mansión de
ricos donde se celebra una fiesta. Lo que ocurre ahí es una masacre.
En medio de la brutalidad –sabiendo además que uno lee ficción-
hay también un humor negro que te obliga a reír. Esa sonrisa crea en el lector
un sentimiento de culpa que hace además que mires esa ‘realidad de ficción’ con
otra perspectiva. El mundo real es violento y lo fomentan quienes tras sus
máscaras dicen no serlo. Por eso el escritor les va encima con ‘golpes’.
Dejaré por un momento el relato titulado ‘Feliz año nuevo’
para abordar otros donde el humor negro es más evidente. En ‘Relato de un
acontecimiento’ ocurre una desgracia. Una vaca parada en medio de un puente es
embestida por el conductor de un autobús que termina desbarrancado el vehículo.
Los pocos pasajeros y el chofer mueren en el accidente. La vaca también. El
animal queda en medio del puente, el único testigo que ve lo ocurrido de pronto
le pide a su mujer que vaya a traer un cuchillo. Los curiosos van llegando y
van pensando lo mismo que el testigo presencial. Cuando llega la mujer con el
cuchillo empieza el bacanal. El marido insiste y se molesta con la falta de
previsión de su mujer: ”por qué no has traído una bolsa, un cuchillo más filudo”,
la mujer corre a casa para traer lo que se le pide, esta embarazada de ocho
meses y enferma. Los demás pobladores del lugar ya están consiguiendo lo suyo,
envuelven la carne vacuna en sus camisas para poder llevársela a casa. Cuando
el testigo logra lo mejor le pide a su mujer ir a casa para que le haga un bistec,
ella decide ir a buscar papas.
En ‘Corazones solitarios’ se cuenta lo que ocurre en un periódico
para el sector más pobre de la sociedad, donde se reciben cartas y se
contestan. Los pobres no escriben cartas así que los propios periodistas
escriben las misivas y las contestan con gracia. Todos los periodistas se
cambian de nombre y resulta gracioso escucharlos conversar llamándose con el
alias femenino que han elegido. En una carta una supuesta mujer pobre se queja
de no tener dinero, pero ha hecho el esfuerzo de enviar a su hija a un colegio
donde las adolescentes van cada semana a la peluquería para que les arreglen el
pelo. El marido trabaja el doble para poder traer más dinero a casa. La
respuesta no se hace esperar: señora lave el pelo de su hija con jabón de coco,
se lo deja como en la peluquería, no gaste en eso, total su hija no nació para
ser una muñequita, gaste el dinero en lo que necesita.
Y llegamos a ‘Feliz año nuevo’. El diálogo que entablan los
delincuentes brasileños no es de académicos, de mear pasan a hablar de brujería,
de sexo, de dinero, de armas. Con las armas en las manos pasan a hacer lo que
desean. Roban un auto, llegan a una casa donde violan, asesinan, defecan y
comen. Se molestan con los varones cuando escuchan: “tomen todo lo que
necesiten, no daremos parte a la policía”. A los asaltantes eso les suena a
caridad barata y los motiva a tomar revancha. Paran a los varones contra la
pared para ver cómo se estampan en la pared cuando usan el arma más potente. Al
terminar montan todo lo robado en el auto que abandonan, devuelven las armas
que han tomado prestadas. “Están calientes” dice la mujer que los guarda. El
dueño de las armas llegará al día siguinte y darán el gran golpe. Reunidos
celebran lo obtenido con un brindis de buen año.
En sus relatos sorprendentemente muchos de los personajes
tienen un problema con sus dentaduras, no los tienen o desearían haber sido
dentistas. Los pobres los van perdiendo en el cuadrilátero de la vida, se los
han arrancado a golpes o no tienen como pagar las facturas que los dentistas exigen.
Los dentistas a veces parece que tienen no un taladro sino un arma en la mano.
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