Cuando el piloto se estrelló y cayó en la selva amazónica terminó
herido envuelto entre ramas y pedazos del fuselaje de su avioneta. Se sintió desfallecer,
agonizó y tuvo alucinaciones. En ese trance vio que junto a él yacía una mujer
muy herida y necesitaba ayuda, podía morir. Alucinado, la trató de sacar y no
pudo. En ese momento, el piloto pensó que debía salir de entre los escombros
para rescatar a la dama, su meta entonces fue salvarla.
Safándose de las lianas y los fierros retorcidos, el joven
piloto le rogó a la dama ‘aguantar un poco más’. Tenía que buscar ayuda,
alcanzar la civilización y regresar para curar sus heridas. Pasaron días, hasta
que llegó a un pueblo. En estado agónico, pidió a los rescatistas que fueran a
buscar a la mujer herida y después se ocuparan de socorrerlo . Todos sabían que
el piloto estaba solo, que se había estrellado solo, la mujer nunca existió, ella
estaba en su propia fantasía de sobrevivencia. En la gran imaginación del
sobreviviente se gestó una hazaña, nunca se sintió una víctima, ahí en el fondo
de su mente, el piloto actuó como rescatista: al salvar a la mujer, se salvó.
La vida es una prueba que tenemos que rendir y lo mas difícil
de lograr es vencer el miedo. Cuando superamos ese escollo, alcanzamos el mejor
título. Pero hay que entender que el miedo no es nuestro enemigo, sí lo
vencemos habremos probado nuestra fortaleza interior.
Miedo -como lo vemos en el caso del piloto- es oportunidad.
El enemigo dentro.
El miedo está instalado en nuestro cuerpo. Es parte de
nosotros mismos. No lo notamos hasta que el cuerpo nos grita. De pronto un
fuerte retorcijón en el estómago nos conmina a prestarle atención con urgencia.
De pronto, una fuerte punzada en el corazón nos paraliza. Notamos entonces que
el cuerpo toma el control de la mente y cuando eso se produce no hay ningún
mecanismo que lo frene. Un fuerte dolor abdominal nos puede terminar, una angina
nos angustia, parece que nos vamos. Entra a funcionar el sistema de alarmas en
el cuerpo. La amígdala cerebral comienza a emitir señales falsas, el azúcar de
la sangre es liberada en mayor cantidad, la garganta se cierra, no podemos
respirar, temblamos, nos sacudimos, nos confundimos, el miedo nos hace temer lo
peor. Muchas veces lo peor ocurre.
Cuando vemos eso con otro tipo de percepción, alguien parece
haberse encargado de tirar gasolina en nuestro cuerpo. El incendio producido
puede ser fatal. Pero conociendo el mecanismo, podemos descubrir que el cuerpo
esta pidiendo un poco de atención. Hay que romper ese círculo vicioso y aquí la
meditación atenta y focalizada ayuda.
Todos ponemos atención al cuerpo sólo cuando quiere comer,
tener sexo o cumplir con las necesidades fisiológicas. Después es como que ‘algo’
anda pegado a nuestra cabeza, nos interesa muy poco. Algunos tratan a su cuerpo
como sí fuera el pariente pobre y moribundo. Lo ignoran y maltratan, es la
carga pesada que muchos llevan, es la carga que sí podrían la tirarían por ahí.
Cuidado, es sólo prestada. Hagamos las paces con el cuerpo, atendamos a nuestro
cuerpo, amemos nuestro cuerpo que se nos ha dado solo para experimentar la
alegría de vivir. Vivir bien, sin dañarnos, ni dañar a los otros. Sacudámonos de
la idea malvada de ‘como tengo un cuerpo feo, quiero el cuerpo hermoso, no sé cómo
deshacerme del mío. Lo enveneno con sutileza, lo cebo más de la cuenta’.
Reitero, el cuerpo es prestadito.
Veamos la meditación.
Meditar es y tiene que ser un ejercicio sencillo. Hay que
sentarse cómodo a observar el presente* con paciencia y humildad. Se trata de
respirar tranquilo, mirando el proceso. Luego no hay que buscar mucho, sólo
calmar la mente y relajar el cuerpo. No es fácil, la mente sin entrenar esta
acostumbrada a pensar sin control. Los budistas dicen que hay que calmar los pensamientos
que son como monos que saltan sin control. Hay que dejarlos ser, sin prestarles
mucha atención. Ojo, cuando ganan nuestra atención, se vuelven tercos y
obsesivos. Los reprendemos y al reprenderlos nos ganan. Déjalos. Que salten
hasta que se cansen, sólo observalos con alegría y curiosidad.
Ahora, cuando bajamos a observar el cuerpo, observamos la
tensión que existe en el cuello y los hombros y hay que comenzar a relajarnos.
Luego notaremos que lo hemos abandonado, no se trata de perfumarlo o
maquillarlo, es algo más simple y profundo que eso. Recién cuando miramos
adentro vemos que no hemos sido agradecidos con el cuerpo que tenemos prestado,
es entonces que vemos el dolor y la pena que esta atada en nuestro interior. Es
el pozo del sufrimiento. Todo obedece a los malos hábitos y las creencias falsas
que hemos almacenado. Cambiemos y limpiemos eso con ternura y compasión hacía
nosotros mismos. Apapachémonos. Es el momento de ser agradecidos y bondadosos
con nuestro cuerpo. Hay que tener la disposición de perdonarnos. Cuando se
establece una buena comunicación con nosotros mismos estamos dando un paso
importante, tal vez el más importante.
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