Sunday, October 19, 2014

el ego y las caretas del alma.

El ego es la atadura a una imagen falsa o a una idea equivocada que tenemos de nosotros mismos. Y cuando existe atadura, muy junto aparece el miedo que nos liquida.

Casi siempre escuchamos decir: “conseguí esto, esto es mi cuerpo, mi nombre, mi profesión, mi prestigio”, y… todo eso –que es pasajero- ‘tengo miedo perderlo’. Creo que eso que tengo me salvará. Me ato a lo que adquirí, pero sé –aunque lo he olvidado por ilusión y conveniencia- que todo eso lo perderé algún día. Mi cuerpo morirá y con eso se acabará también mi propiedad, mi dinero, mi status. ‘Yo’ (lo comillo para reiterar que el ‘yo’ es algo pasajero) me iré y pasaré a ser un recuerdo y aunque no lo aceptemos por ahora, un recuerdo esporádico, hasta que de pronto mi ‘yo’ evocativo y de recuerdo se esfumará definitivamente.

Pero volvamos a este presente, a este ‘yo’ aún viviendo. Fingiendo vivir a veces. Viviendo a medias por ratos.

Debo admitir que temo perder todo lo que poco que poseo. Al pensar que puedo perder todo, me lleno de dolor y sufrimiento. Tiemblo. El stress me está matando, aunque contradictoriamente sé que moriré algún día.

Si viviera la realidad de que todo lo que poseo no es mío, todo cambiaría.

Pero bien, en esencia ¿quien soy? ¿Que pasaría si olvido todo? ¿sería el mismo?

Vivimos actualmente en un mundo que avanza muy rápido. Los niños pierden su inocencia muy temprano. Hace veinte años atrás no estabamos tan preocupados como los niños de ahora. Hoy los pequeños andan mirando incluso las marcas de las ropas o los zapatos, quieren los teléfonos más sofisticados o cuanto nuevo aparato electrónico aparece en el mercado. Si no lo consiguen se frustan, se reducen falsamente a un ser de menor valía o a ser ‘nadie’. Pero si lo consiguen gracias al esfuerzo de sus padres se cargan pesadamente con algo adicional. Para sentirse compensados con lo que dan, los padres exigen a los hijos ser los primeros y los más listos en todo. Los padres no reparan en que con esas exigencies están separando a los niños de su esencia.

En nuestra esencia somos puros, estamos llenos de paz, de amor, de poder, de conocimiento. Basta mirar a un recién nacido para descubrir esa riqueza. Somos los adultos quienes comenzamos a cubrir a los niños de impureza, de miedos, de comparaciones, de crítica, de enojo. Poco a poco les vamos cubriendo con costras o caretas que se enduran y se vuelven difíciles de remover con el paso del tiempo.

Los pequeños aprenden a adquirir, a acumular cosas por exigencies de los adultos. Se les exige lograr cosas y actuar para ser alguien, de lo contrario son una falla, unos perdedores, nadie, lo peor. Vienen luego las comparaciones y sabemos que toda comparación es odiosa. Si comparamos, herimos, pero insistimos. Y comparamos en base a una falsa creencia. Olvidamos que la inocencia de un niño no es su debilidad, es su fuerza.

Y para defenderse, un niño busca también mecanimos engañosos. Se vuelve depresivo, rebelde, muy agresivo.

Los niños aprenden de manera errónea qué sí son esto o aquello, van a ser felices, lograrán respeto, fama, un nombre. Si el ‘quiero’ ‘soy’ no se logra, exigimos. Pobre niño que se hace hombre con tales creencias: tratando de obtener todo sin reparar en los métodos. Cuando haya adquirido lo exigido, comenzará una vida de egoísmo, de avaricia y otra vez el miedo estará merodeando muy cerca. Ahora es el miedo a perder lo logrado, lo adquirido. Y como observarán es un miedo elevado al cuadrado.

Quiero que entiendan que no hay nada malo en lograr y adquirir, pero ese lograr y adquirir tiene que ser consciente: “Mañana lo perderé todo”.

Nada como volver a la esencia. A lo que esta ya en nosotros. Al alma que trae consigo mucha riqueza, al diamante más valioso que está en nosotros. A la joya que no se compara con otra. A la que brilla y brillará por siempre.

Tratando de graficar mejor mi nota se me ocurrió volver a la península de Paracas, allá x el año 700 antes de la era Cristiana.

Para hablar del ego tengo que recurrir hoy a la imagen de los fardos funerarios de la cultura Paracas que el arqueólogo peruano Julio C. Tello descubrió en la península de Pisco –Ica- a pocos kilómetros de la capital peruana, en julio de 1925.

Cada fardo funerario contiene los restos de un antiguo poblador de la zona, envuelto en mantos o tejidos. Si la persona ocupaba un alto rango en la cultura de entonces -700 anos a.C- los tejidos eran más numerosos y de mejor calidad.

Aún no se conoce con exactitud por qué los antiguos Paracas tenían la costumbre de sentar a sus muertos en posición fetal y envolverlos con lo mejor de su textilería antes de enterrarlos. Creo intuir lo que ustedes ya intuyeron: “morir -pensaban ellos- era volver a nacer en otra vida”

Lo que diré aquí, escapa al entendimiento de muchos: Lo adquirido a nivel del alma es lo que queda, lo que viaja con nosotros a lo largo de ese tiempo circular en el que estamos envueltos y avanzamos. Lo material que adquiriste y lograste en vida, no sirve de mucho. Lo más valioso es lo que conseguiste e imprimiste en el alma.

¿Cómo salir del carrusel de pena y dolor? Trata de imprimir y volver a la esencia. Y ¿qué hay en esa esencia? Lo simple: paz, calma, alegría, amor, compasión, perdón. Cuando lo logres habrás despertado a un mundo real y fascinante. ¿Cuándo? Depende de ti, de tu creencia. Ojo. no hablo de religión. La esencia, Dios como nos hemos acostumbrado a llamarlo, esta por encima de eso.

No sé en que vuelta voy en el carrusel de la vida. Sin duda voy por el final de un principio, empujando el caballo en el que tú quieres galopar. Ríes, quizás me juzgues de falso. Pero recuerda, todos tenemos que comprometernos a domar el caballo brioso que nos asusta. Cuando lo logremos alcanzaremos otras metas. De lo contrario de nada servirá que ofrezca mi ayuda. Ojalá este escrito haya servido para algo, es parte de lo que pretendo lograr: Imprimirle algo bueno a mi alma.

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