Uno tiene que aprender el buen hábito de ser positivo
poniendo el foco de atención en lo mejor, olvidando los errores, dejando de
mirar los ladrillos feos o dañados de la pared que hemos construído, es lo que
dice el monje budista Ajahn Brahm (1).
Y tiene razón teniendo en cuenta su propia experiencia. Para
construir su gran monasterio en Australia, Ajahn Brahm tuvo que aprender a ser
constructor y debido a su falta de experiencia, la pared que levantó presentó
fallas muy visibles. El monje perfeccionista deseaba tirar abajo lo que
construyó porque los ladrillos mal sentados eran evidentes a primera vista.
Hasta que un día, luego de seguir con el castigo psicológico, un visitante del
monasterio le hizo cambiar de opinión cuando alabó el esfuerzo de haber
levantado el alto muro sin contar con la ayuda de expertos.
Ajahn Brahm insistió: ‘¿es qué acaso no ves los dos
ladrillos horrorosos que saltan a la vista?’
-Quien mira sólo esos ladrillos olvida los más de dos mil
ladrillos bien puestos- fue la respuesta sabia del visitante.
¿No es acaso un muro la representación evidente de nuestra
vida? Todos los seres humanos hemos cometido equivocaciones y no por ese motivo
debemos ir por el mundo castigándonos, poniendo el dedo en la herida hasta que
vuelva a sangrar. ¿Por dos, tres o más ladrillos mal sentados vamos a tirar
todo por la borda? NO.
Tenemos que cambiar el mal hábito de fijarnos siempre en el
error sí deseamos ser positivos. La negatividad es eso: ‘mirar sólo en lo
incorrecto’. Ser positivo es simple, hay que poner el foco de nuestra atención
precisamente en el otro lado. Tenemos que buscar lo mejor.
La gente con hábitos negativos suele decir: ¿Qué sí algo
malo ocurre, qué sí la pared se cae pronto?
El positivo hará un pequeño cambio: ¿Qué sí algo lindo
ocurre, que sí la pared se mantiene enhiesta?
Para llegar a eso tenemos que haber transitado por el
cambio. ¿Cómo? Les confesaré mi secreto.
*Sientate a respirar con calma y observa qué sientes y
piensas. No juzgues, sólo mira. Primero busca la calma y la tranquilidad con
absoluta humildad. ‘Abdica, sé rey de ti mismo’, dice el poeta. Amate: imagina
que tu corazón es una fresa, báñalo con chocolate tibio. Debes ser paciente y
tener compasión de ti mismo. Sé compasivo contigo sin caer en el desamparo y la
desesperanza. Sé curioso. Ten fe. Cree. Todo puede cambiar. Sonríe. Tú también
mereces estar alegre y en paz. Respira, respira, que el tigre furioso se vuelva
un gatito faldero. Acaricíalo una y otra vez. Tienes que domesticar a tu fiera
interna. Tú puedes, claro que puedes. Sigue sin desmayo. Ojo, no te aferres a
nada, todo es pasajero, pero debes volver a hacer el ejercicio hasta que se
haga una costumbre. El buen hábito hay que repetirlo hasta que se impregne en
lo más profundo de tu ser. Hazlo tuyo. No desmayes. Eres el único pensador en
tu mente.
Y perdona(te), ten la disposición de hacerlo aunque no sepas
cómo. El perdón acaba con el re-sentimiento. Y como lo saben, el resentimiento
es pasar y repasar el dedo por la herida a cada rato.
Para aclarar más el tema. El mayor problema que tenemos los
humanos es la vocación de apego a lo negativo, a lo feo. Y es tan fuerte esa
vocación que nos cuesta soltarnos. Cambia, cambia, cambia, podemos implorar sin
obtener respuestas de cambio. Y se preguntarán ¿por qué? Claro, porque nos
cuesta despegarnos de nuestra pésima costumbre enraizada en lo más íntimo de nuestro
ser. Hay que arrancar el baobad -decía el principito- antes que crezca y
destruya nuestro mundo.
Ajahn Brahm cuenta -en una de sus presentaciones- el caso de
dos monjes amigos que tras morir y de acuerdo a la tradición budista vuelven a
la vida. Es un premio que nos reencarnemos en otro ser humano, pero en este
caso hay algo adicional, precisa. Uno de los monjes trasciende y va al cielo,
en el cielo busca a su amigo y no lo encuentra, ‘quizás debido a un karma no
resuelto el otro monje aún esta en la tierra y se haya reencarnado en otro ser
humano’, piensa el primero, por esa razón y teniendo en cuenta que ya es un
semidios, el monje regresa a la tierra a buscar a su amigo. Pero vaya sorpresa,
no lo encuentra entre los humanos, tampoco entre los animales. Cansado va a
descansar en el campo, en el campo donde se prepara el suelo para las nuevas
plantas, los agricultores arrojan estiércol. En los residuos fecales, el monje
creo ver algo. Ajá, ahí esta su amigo convertido en un gusano. Aprovechando sus
poderes trata de rescatarlo.
-Amigo, vamos al cielo- le implora.
-¿En el cielo hay estiércol?- contesta el ahora gusano.
-No, el cielo es el cielo, el lugar más maravilloso que te
puedas imaginar.
-Imposible, aquí todo esta caliente, duermo bien, tengo mi
comida a la mano y sin mayor esfuerzo.
El monje insiste sin convencer al amigo que se niega a dejar
su falsa zona confortable.
Ajahn Brahm vuelve a la carga. Los malos hábitos son todas las
prisiones que (nos) atrapan para no cambiar. Y lo dice también con conocimiento
de causa. El monje trabajó con los detenidos en algunas prisiones de Australia
rehabilitándolos. Cambiando su foco de atención, haciendo que ellos pongan más
atención a los buenos ladrillos que sentaron en su pared de vida y –grata
noticia- los casos de internos reincidentes disminuyó considerablemnte. Las
estadísticas le dan la razón.
La libertad asusta, dice el líder de la sociedad budista de
la zona oeste de Australia, y los internos tienen miedo de vivir la vida en
libertad, por la responsabilidad que exige. Es más fácil asumirse víctima y
culpar a los otros. “Ellos tienen, yo no tengo”, se quejan algunos. ¿Quienes
tienen qué tienen y, sí lo tienen, lo disfrutan? ¿No será que quieren más?
Hacerse la víctima también es un mal hábito, señala. No por tener más cosas
materiales eres feliz, quizás seas infeliz por el temor de perderlo. ‘Mío, mío,
mío’ y no lo comparto con nadie. A la avaricia se suma el egoísmo, el miedo y
si miramos más a fondo descubriremos cosas más feas: odio, soledad, preocupación.
Vamos -pide Ajanh Brahm- bajen la velocidad, dejen de correr
para alcanzar y lograr más cosas en el tiempo más breve, tomen más tiempo para
disfrutar. La gente corre y no se detiene a mirar el presente. Cuando miramos
con detenimiento vemos con más claridad y mayor profundidad. Asume el buen
cambio. Tú también puedes, tienes ese derecho.
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(1) Ajahn Brahm nació en Londres, ganó su escolaridad para
estudiar en la Universidad de Cambridge, Física Teórica, fue maestro de escuela
por un año y viajó a Tailandia donde fue alumno del monje Ajahn Chah en la
escuela tradicional budista Theravadan. Cuando se ordenó monje, el joven Peter
Betts pasó a llamarse como se le conoce hoy en día. Fue invitado a Sidney donde
trabaja desde hace muchos años atrás. Viaja por el mundo dando consejos a reyes
y presidentes. En Singapur es considerado patrón espiritual budista.
Fue el primero en ordenar monjes mujeres en Australia,
situación que generó un arduo debate entre los budistas más tradicionales. Ajahn
Brahm cuenta historias de todo tipo durante sus presentaciones y habla también
de malos monjes budistas, como el caso de un líder sangara en Tailandia, quien siendo
el segundo y en espera de la muerte del líder espiritual, acusó falsamente de
comunista a quien lo iba a dirigir. Movido
por los celos y por la treta orquestada, el acusador llegó a convertirse luego
en el líder de esa comunidad, pero apenas al día siguiente de su ordenación sufrió
un accidente automovilístico. En la embestida vehicular, el único fallecido fue
el monje acusador, no se reportaron heridos. El gobierno tailandés revisó el
caso del acusado y determinó que le habían infundado cargos y lo liberó.
El líder encarcelado y puesto en libertad comentó que había
pasado los días más felices de su vida en prisión: tuvo más tiempo para meditar
y observar más detalles con claridad y profundidad. Lo que según Ajahn Brahm
significa que las cárceles no necesitan tener paredes, hay algunas prisiones de
las que no se pueden huir. Hay pocos que pese a que se ven encerrados son
libres, la libertad bien entendida es maravillosa.