Thursday, October 30, 2014

Positivo ¿cómo?


Uno tiene que aprender el buen hábito de ser positivo poniendo el foco de atención en lo mejor, olvidando los errores, dejando de mirar los ladrillos feos o dañados de la pared que hemos construído, es lo que dice el monje budista Ajahn Brahm (1).

Y tiene razón teniendo en cuenta su propia experiencia. Para construir su gran monasterio en Australia, Ajahn Brahm tuvo que aprender a ser constructor y debido a su falta de experiencia, la pared que levantó presentó fallas muy visibles. El monje perfeccionista deseaba tirar abajo lo que construyó porque los ladrillos mal sentados eran evidentes a primera vista. Hasta que un día, luego de seguir con el castigo psicológico, un visitante del monasterio le hizo cambiar de opinión cuando alabó el esfuerzo de haber levantado el alto muro sin contar con la ayuda de expertos.

Ajahn Brahm insistió: ‘¿es qué acaso no ves los dos ladrillos horrorosos que saltan a la vista?’

-Quien mira sólo esos ladrillos olvida los más de dos mil ladrillos bien puestos- fue la respuesta sabia del visitante.

¿No es acaso un muro la representación evidente de nuestra vida? Todos los seres humanos hemos cometido equivocaciones y no por ese motivo debemos ir por el mundo castigándonos, poniendo el dedo en la herida hasta que vuelva a sangrar. ¿Por dos, tres o más ladrillos mal sentados vamos a tirar todo por la borda? NO.

Tenemos que cambiar el mal hábito de fijarnos siempre en el error sí deseamos ser positivos. La negatividad es eso: ‘mirar sólo en lo incorrecto’. Ser positivo es simple, hay que poner el foco de nuestra atención precisamente en el otro lado. Tenemos que buscar lo mejor.

La gente con hábitos negativos suele decir: ¿Qué sí algo malo ocurre, qué sí la pared se cae pronto?
El positivo hará un pequeño cambio: ¿Qué sí algo lindo ocurre, que sí la pared se mantiene enhiesta?
Para llegar a eso tenemos que haber transitado por el cambio. ¿Cómo? Les confesaré mi secreto.

*Sientate a respirar con calma y observa qué sientes y piensas. No juzgues, sólo mira. Primero busca la calma y la tranquilidad con absoluta humildad. ‘Abdica, sé rey de ti mismo’, dice el poeta. Amate: imagina que tu corazón es una fresa, báñalo con chocolate tibio. Debes ser paciente y tener compasión de ti mismo. Sé compasivo contigo sin caer en el desamparo y la desesperanza. Sé curioso. Ten fe. Cree. Todo puede cambiar. Sonríe. Tú también mereces estar alegre y en paz. Respira, respira, que el tigre furioso se vuelva un gatito faldero. Acaricíalo una y otra vez. Tienes que domesticar a tu fiera interna. Tú puedes, claro que puedes. Sigue sin desmayo. Ojo, no te aferres a nada, todo es pasajero, pero debes volver a hacer el ejercicio hasta que se haga una costumbre. El buen hábito hay que repetirlo hasta que se impregne en lo más profundo de tu ser. Hazlo tuyo. No desmayes. Eres el único pensador en tu mente.
Y perdona(te), ten la disposición de hacerlo aunque no sepas cómo. El perdón acaba con el re-sentimiento. Y como lo saben, el resentimiento es pasar y repasar el dedo por la herida a cada rato.

Para aclarar más el tema. El mayor problema que tenemos los humanos es la vocación de apego a lo negativo, a lo feo. Y es tan fuerte esa vocación que nos cuesta soltarnos. Cambia, cambia, cambia, podemos implorar sin obtener respuestas de cambio. Y se preguntarán ¿por qué? Claro, porque nos cuesta despegarnos de nuestra pésima costumbre enraizada en lo más íntimo de nuestro ser. Hay que arrancar el baobad -decía el principito- antes que crezca y destruya nuestro mundo.

Ajahn Brahm cuenta -en una de sus presentaciones- el caso de dos monjes amigos que tras morir y de acuerdo a la tradición budista vuelven a la vida. Es un premio que nos reencarnemos en otro ser humano, pero en este caso hay algo adicional, precisa. Uno de los monjes trasciende y va al cielo, en el cielo busca a su amigo y no lo encuentra, ‘quizás debido a un karma no resuelto el otro monje aún esta en la tierra y se haya reencarnado en otro ser humano’, piensa el primero, por esa razón y teniendo en cuenta que ya es un semidios, el monje regresa a la tierra a buscar a su amigo. Pero vaya sorpresa, no lo encuentra entre los humanos, tampoco entre los animales. Cansado va a descansar en el campo, en el campo donde se prepara el suelo para las nuevas plantas, los agricultores arrojan estiércol. En los residuos fecales, el monje creo ver algo. Ajá, ahí esta su amigo convertido en un gusano. Aprovechando sus poderes trata de rescatarlo.

-Amigo, vamos al cielo- le implora.
-¿En el cielo hay estiércol?- contesta el ahora gusano.
-No, el cielo es el cielo, el lugar más maravilloso que te puedas imaginar.
-Imposible, aquí todo esta caliente, duermo bien, tengo mi comida a la mano y sin mayor esfuerzo.
El monje insiste sin convencer al amigo que se niega a dejar su falsa zona confortable.

Ajahn Brahm vuelve a la carga. Los malos hábitos son todas las prisiones que (nos) atrapan para no cambiar. Y lo dice también con conocimiento de causa. El monje trabajó con los detenidos en algunas prisiones de Australia rehabilitándolos. Cambiando su foco de atención, haciendo que ellos pongan más atención a los buenos ladrillos que sentaron en su pared de vida y –grata noticia- los casos de internos reincidentes disminuyó considerablemnte. Las estadísticas le dan la razón.

La libertad asusta, dice el líder de la sociedad budista de la zona oeste de Australia, y los internos tienen miedo de vivir la vida en libertad, por la responsabilidad que exige. Es más fácil asumirse víctima y culpar a los otros. “Ellos tienen, yo no tengo”, se quejan algunos. ¿Quienes tienen qué tienen y, sí lo tienen, lo disfrutan? ¿No será que quieren más? Hacerse la víctima también es un mal hábito, señala. No por tener más cosas materiales eres feliz, quizás seas infeliz por el temor de perderlo. ‘Mío, mío, mío’ y no lo comparto con nadie. A la avaricia se suma el egoísmo, el miedo y si miramos más a fondo descubriremos cosas más feas: odio, soledad, preocupación.

Vamos -pide Ajanh Brahm- bajen la velocidad, dejen de correr para alcanzar y lograr más cosas en el tiempo más breve, tomen más tiempo para disfrutar. La gente corre y no se detiene a mirar el presente. Cuando miramos con detenimiento vemos con más claridad y mayor profundidad. Asume el buen cambio. Tú también puedes, tienes ese derecho.

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(1) Ajahn Brahm nació en Londres, ganó su escolaridad para estudiar en la Universidad de Cambridge, Física Teórica, fue maestro de escuela por un año y viajó a Tailandia donde fue alumno del monje Ajahn Chah en la escuela tradicional budista Theravadan. Cuando se ordenó monje, el joven Peter Betts pasó a llamarse como se le conoce hoy en día. Fue invitado a Sidney donde trabaja desde hace muchos años atrás. Viaja por el mundo dando consejos a reyes y presidentes. En Singapur es considerado patrón espiritual budista.

Fue el primero en ordenar monjes mujeres en Australia, situación que generó un arduo debate entre los budistas más tradicionales. Ajahn Brahm cuenta historias de todo tipo durante sus presentaciones y habla también de malos monjes budistas, como el caso de un líder sangara en Tailandia, quien siendo el segundo y en espera de la muerte del líder espiritual, acusó falsamente de comunista a quien lo  iba a dirigir. Movido por los celos y por la treta orquestada, el acusador llegó a convertirse luego en el líder de esa comunidad, pero apenas al día siguiente de su ordenación sufrió un accidente automovilístico. En la embestida vehicular, el único fallecido fue el monje acusador, no se reportaron heridos. El gobierno tailandés revisó el caso del acusado y determinó que le habían infundado cargos y lo liberó.

El líder encarcelado y puesto en libertad comentó que había pasado los días más felices de su vida en prisión: tuvo más tiempo para meditar y observar más detalles con claridad y profundidad. Lo que según Ajahn Brahm significa que las cárceles no necesitan tener paredes, hay algunas prisiones de las que no se pueden huir. Hay pocos que pese a que se ven encerrados son libres, la libertad bien entendida es maravillosa.

Thursday, October 23, 2014

Moyocho, el rey del penacho rojo. (Ficción)

A pedido de mi hermano Coqui.

Hasta lo más alto de una montaña llegó un joven cazador. Estaba persiguiendo a un otorongo huidizo que con sus enormes colmillos ya había acabado con sus dos perros labradores de caza. Llevaba más de dos lunas tras la presa. Se sentía cansado.

Después de un día soleado de pronto se nubló, a los truenos siguieron los relámpagos y fue cuando la lluvia se precipitó.

El cazador buscó refugio en el interior de una montaña, junto a él llegaron también dos aves, las observó, tenían un hermoso penacho rojo. Pararon antes de alcanzar la cumbre y miraron curiosas al intruso. Luego volaron hasta lo más alto de la cueva. Por encima del agua que caía con fuerza el cazador escuchó el trinar insistente y en eco de los pichones. Les traían comida.

Aquel día llovió como nunca. El cazador vio como el agua corría y allá abajo en la llanura se formaba un río que avanzaba destruyendo para abrirse paso. Los árboles caían, las piedras parecían ser arrancadas de las laderas de la montaña y rodaban.

Cuando de pronto -él no lo sabía- el otorongo apareció por la parte trasera de la montaña, había otra entrada al mismo lugar. El cazador se había desprovisto de su arco y sus flechas para poder sentarse a descansar y no tuvo tiempo de alcanzar su arma. El felino al verlo -como empujado por extrañas fuerzas malignas- se avalanzó hacia el perseguidor, se cambiaba ahora la historia. El cazador esperó la embestida y alcanzó a sacar su daga hecha de un largo y duro hueso filudo para defenderse. Antes que llegara a enfrentar a la bestia, las dos aves de rojo penacho volaron desde su nido y… se lanzaron a frenar al otorongo. Ante el ataque de sorpresa la fiera desaceleró su embestida y fue entonces que  -en una fracción de segundos- el cazador dio una voltereta y pudo alcanzar su arco y sus flechas. No supo con exactitud pero se estaba preguntando, ¿qué tan fuertes pueden ser las alas de estas aves para frenar la carrera de una bestia enloquecida? Cuando lanzó su flecha ya tenía la respuesta. El otorongo cayó con la flecha incrustada en la frente.

A un costado las aves de penacho rojo yacían sin fuerzas. La embestida y el escudo que hicieron las dejó mal heridas y sin poder volar. Ambas lanzaron un canto y los polluelos respondieron, fue tal vez la más tierna despedida. El cazador también cayó rendido y durmió. No supo cuánto tiempo había transcurrido, pero cuando abrió los ojos la lluvia ya había cesado. Arriba de la montaña escuchó nuevamente el fuerte trinar de los polluelos hambrientos. Cómo poder alcanzarlos para darles de comer, pensó cuando ya subía las paredes. Una mano aquí, otra allá. Un pie asegurándose la estabilidad, una mano avanzando a tientos, otra mano más arriba, el otro pie buscando soportar el peso de su cuerpo… hasta que transcurridos unos minutos llegó hasta el nido. Se dio cuenta que había actuado sin pensar y que no había traído comida, entonces decidió bajar en busca de algo. Nadie sabe cuántas veces bajó y subió para alimentar a las pequeñas aves que de estar desnudas poco a poco se fueron llenando de vivos colores rojos. A los costados aparecieron plumas negras y el cazador pensó que era por el dolor de haber visto morir a sus padres. El joven hizo fuego con sus viejos pedernales y la poca hierba seca que encontró. Con el fuego se abrigó y dejó también que ahí la carne del otorongo se cociera.

La última mañana que subió para dar de comer a los pichones vio que estos ya tenían completo su plumaje y extendían con orgullo sus largas alas. Lo que siguió fue maravilloso. Ambas aves de rojo penacho se lanzaron a volar. Volaron en caída libre, en círculos, subieron tratando de alcanzar lo más alto, el sol las cegó por segundos y bajaron, volvieron a planear hasta que se perdieron de vista. Era hora de bajar y volver a casa, pero el joven al ir poniendo las manos y los pies notó –sin ningún temor- que no podía mantenerse un segundo más sujeto en la pared de la montaña. Las piedras cedían a su peso y la pared se desmoronaba. Entonces decidió imitar. Saltó creyendo que volaba. Vaya vuelo majestuoso, mítico. Jamás supo por cuanto tiempo voló. Cuando abrió los ojos, yacía en el piso de la cueva. No podía moverse. Sorprendido vio que dos hombres le pintaban la cara con una pluma. Vestian una túnica negra, larga, llevaban un pectoral rojo adornado de piedrecillas luminosas, un collar con la pequeña calavera de un monito y dos colmillos de jabalíes a los costados, en la cabeza tenían un gorro en forma de cono. Pensó que eran chamanes. Mientras trabajaban recitaban algo en una lengua incomprensible. Los aparecidos sacerdotes le habían hecho un extraño tatuaje en el rostro. De pronto le dijeron 'Moyocho párate, estas listo para coronarte'. Obedeció. ¿Estaba soñando, era acaso una pesadilla? Se convertiría en rey y ya tenían preparado su enorme penacho rojo. Cuando pasó por el agua empozada que la lluvia había dejado pudo verse la cara: dos gallitos de las rocas habían sido tatuado en sus pómulos, se iba a convertir en la majestad de la montaña. Apenas abrió sus brazos y un pueblo también aparecido lo vitoreó. Jamás entendió cómo había llegado allí, a la cumbre de una montaña desde donde contempló un valle verde. Cuando se sentó en el sillón de cuero felino sus dos perros labradores se acomodaron a sus pies. Las aves le agradecían al oído, las pudo oír con nitídez. Batían sus alas.

Quienes vivieron la historia cuentan en antiguos papiros que fue el mejor rey de la montaña donde se venera al felino salvaje.

Hoy, los días de lluvia, los fieles le llevan fuego y comida. 

Sunday, October 19, 2014

el ego y las caretas del alma.

El ego es la atadura a una imagen falsa o a una idea equivocada que tenemos de nosotros mismos. Y cuando existe atadura, muy junto aparece el miedo que nos liquida.

Casi siempre escuchamos decir: “conseguí esto, esto es mi cuerpo, mi nombre, mi profesión, mi prestigio”, y… todo eso –que es pasajero- ‘tengo miedo perderlo’. Creo que eso que tengo me salvará. Me ato a lo que adquirí, pero sé –aunque lo he olvidado por ilusión y conveniencia- que todo eso lo perderé algún día. Mi cuerpo morirá y con eso se acabará también mi propiedad, mi dinero, mi status. ‘Yo’ (lo comillo para reiterar que el ‘yo’ es algo pasajero) me iré y pasaré a ser un recuerdo y aunque no lo aceptemos por ahora, un recuerdo esporádico, hasta que de pronto mi ‘yo’ evocativo y de recuerdo se esfumará definitivamente.

Pero volvamos a este presente, a este ‘yo’ aún viviendo. Fingiendo vivir a veces. Viviendo a medias por ratos.

Debo admitir que temo perder todo lo que poco que poseo. Al pensar que puedo perder todo, me lleno de dolor y sufrimiento. Tiemblo. El stress me está matando, aunque contradictoriamente sé que moriré algún día.

Si viviera la realidad de que todo lo que poseo no es mío, todo cambiaría.

Pero bien, en esencia ¿quien soy? ¿Que pasaría si olvido todo? ¿sería el mismo?

Vivimos actualmente en un mundo que avanza muy rápido. Los niños pierden su inocencia muy temprano. Hace veinte años atrás no estabamos tan preocupados como los niños de ahora. Hoy los pequeños andan mirando incluso las marcas de las ropas o los zapatos, quieren los teléfonos más sofisticados o cuanto nuevo aparato electrónico aparece en el mercado. Si no lo consiguen se frustan, se reducen falsamente a un ser de menor valía o a ser ‘nadie’. Pero si lo consiguen gracias al esfuerzo de sus padres se cargan pesadamente con algo adicional. Para sentirse compensados con lo que dan, los padres exigen a los hijos ser los primeros y los más listos en todo. Los padres no reparan en que con esas exigencies están separando a los niños de su esencia.

En nuestra esencia somos puros, estamos llenos de paz, de amor, de poder, de conocimiento. Basta mirar a un recién nacido para descubrir esa riqueza. Somos los adultos quienes comenzamos a cubrir a los niños de impureza, de miedos, de comparaciones, de crítica, de enojo. Poco a poco les vamos cubriendo con costras o caretas que se enduran y se vuelven difíciles de remover con el paso del tiempo.

Los pequeños aprenden a adquirir, a acumular cosas por exigencies de los adultos. Se les exige lograr cosas y actuar para ser alguien, de lo contrario son una falla, unos perdedores, nadie, lo peor. Vienen luego las comparaciones y sabemos que toda comparación es odiosa. Si comparamos, herimos, pero insistimos. Y comparamos en base a una falsa creencia. Olvidamos que la inocencia de un niño no es su debilidad, es su fuerza.

Y para defenderse, un niño busca también mecanimos engañosos. Se vuelve depresivo, rebelde, muy agresivo.

Los niños aprenden de manera errónea qué sí son esto o aquello, van a ser felices, lograrán respeto, fama, un nombre. Si el ‘quiero’ ‘soy’ no se logra, exigimos. Pobre niño que se hace hombre con tales creencias: tratando de obtener todo sin reparar en los métodos. Cuando haya adquirido lo exigido, comenzará una vida de egoísmo, de avaricia y otra vez el miedo estará merodeando muy cerca. Ahora es el miedo a perder lo logrado, lo adquirido. Y como observarán es un miedo elevado al cuadrado.

Quiero que entiendan que no hay nada malo en lograr y adquirir, pero ese lograr y adquirir tiene que ser consciente: “Mañana lo perderé todo”.

Nada como volver a la esencia. A lo que esta ya en nosotros. Al alma que trae consigo mucha riqueza, al diamante más valioso que está en nosotros. A la joya que no se compara con otra. A la que brilla y brillará por siempre.

Tratando de graficar mejor mi nota se me ocurrió volver a la península de Paracas, allá x el año 700 antes de la era Cristiana.

Para hablar del ego tengo que recurrir hoy a la imagen de los fardos funerarios de la cultura Paracas que el arqueólogo peruano Julio C. Tello descubrió en la península de Pisco –Ica- a pocos kilómetros de la capital peruana, en julio de 1925.

Cada fardo funerario contiene los restos de un antiguo poblador de la zona, envuelto en mantos o tejidos. Si la persona ocupaba un alto rango en la cultura de entonces -700 anos a.C- los tejidos eran más numerosos y de mejor calidad.

Aún no se conoce con exactitud por qué los antiguos Paracas tenían la costumbre de sentar a sus muertos en posición fetal y envolverlos con lo mejor de su textilería antes de enterrarlos. Creo intuir lo que ustedes ya intuyeron: “morir -pensaban ellos- era volver a nacer en otra vida”

Lo que diré aquí, escapa al entendimiento de muchos: Lo adquirido a nivel del alma es lo que queda, lo que viaja con nosotros a lo largo de ese tiempo circular en el que estamos envueltos y avanzamos. Lo material que adquiriste y lograste en vida, no sirve de mucho. Lo más valioso es lo que conseguiste e imprimiste en el alma.

¿Cómo salir del carrusel de pena y dolor? Trata de imprimir y volver a la esencia. Y ¿qué hay en esa esencia? Lo simple: paz, calma, alegría, amor, compasión, perdón. Cuando lo logres habrás despertado a un mundo real y fascinante. ¿Cuándo? Depende de ti, de tu creencia. Ojo. no hablo de religión. La esencia, Dios como nos hemos acostumbrado a llamarlo, esta por encima de eso.

No sé en que vuelta voy en el carrusel de la vida. Sin duda voy por el final de un principio, empujando el caballo en el que tú quieres galopar. Ríes, quizás me juzgues de falso. Pero recuerda, todos tenemos que comprometernos a domar el caballo brioso que nos asusta. Cuando lo logremos alcanzaremos otras metas. De lo contrario de nada servirá que ofrezca mi ayuda. Ojalá este escrito haya servido para algo, es parte de lo que pretendo lograr: Imprimirle algo bueno a mi alma.

Saturday, October 11, 2014

Perú y sus deficiencias futbolísticas.


La selección peruana de fútbol perdió ante su similar de Chile por 3 goles a cero, en un partido amistoso jugado en la ciudad chilena de Valparaíso. El resultado pudo ser diferente si el Paolo Guerrero no falla el penal que pateó a los 20 minutos, es lo que dijo el entrenador del equipo inca.

De hecho que el resultado pudo ser distinto. El encuentro pudo quedar 3 a 1, por ejemplo. Aquí no voy a discutir lo que afirma el DT. Lo que quiero comentar ahora son una serie de hechos que han sido practica constante de los equipos peruanos en torneos internacionales.

Tras la pésima ejecución del penal, el once peruano comenzó su debacle. Eso es verdad. Luego de ese penal, el equipo empezó a ahogarse en dudas y equivocaciones, luego vino el gol del rival, el equipo pasó al temor y las equivocaciones siguieron. Vino el segundo gol y el equipo entró en pánico. Se notó lo que afirmó con la expulsión de Reinaldo Cruzado.

No sé qué pasó en la mente de los jugadores peruanos, pero trataré de imaginarlo. Si el mejor jugador del campo tira un penal de la manera que lo hizo, los jugadores pensaron: “pucha, ya falló Guerrero, si él es el mejor aquí, yo que no juego en un equipo extranjero, seguro que voy a meterme en más líos”  Y zas, vino el primer gol del equipo rival. Los pensamientos siguieron creciendo y los jugadores se dejaron ganar por el pensamiento negativo. “Ya nos metieron uno, ojalá no venga el otro” y cuando un pensamiento negativo se desata, nada lo para. Uno puede a llegar a tener mil pensamientos negativos en un minuto y uno no lo nota.

La expulsión de Cruzado dio cuenta que el equipo andaba ya sumido en una gran cantidad de dudas y temores.Toda aggresión es una evidente muestra de temor e impotencia. Aunque el jugador contrario provoque (el chileno Medel ‘fue por lana y salió trasquilado’), uno tiene que concentarse y no debe responder como lo hizo el centrocampista peruano, pero ante una mente llena de temor, el ataque fue un simple acto reflejo. “Me defiendo antes que me mate”.

Lo que ocurrió en Valparaíso me trae a la memoria dos hechos similares. Perú jugaba con Polonia en un mundial de fútbol. De pronto una falla de José Velásquez, el más fuerte del equipo, y toda la oncena entró en pánico. Polonia que no era más que Perú entonces goleó por 5 a cero.

Perú juega las eliminatorias a un mundial, Jean Ferrari que pasaba por un gran momento juega junto a Chemo del Solar. El último brillaba en España, todas las pelotas pasaban por el filtro del volante. Ferrari se deja intimidar por eso y en vez de avanzar con la pelota, prefiere dársela al Chemo, quien pierde el balón y Ecuador nos mete el primer tanto. Perú jugaba de visita, el equipo se desmorona. Me arriesgo a imaginar el pensamiento de ese momento: “Si Chemó fallo, en cualquier momento fallo yo”. Ferrari ya más abajo andaba culpándose por haber retrasado el balón y así comenzó también su debacle como el futbolista que estuvo destinado a ser. Jamás volvió a brillar.

Alianza Lima jugó aquella vez como ningún equipo peruano y le ganó a Estudiantes de la Plata por 4 a 1 y se perfilaba como el equipo que pudo ganar la Copa Libertadores en el 2010, pero los futbolistas peruanos no lo pueden creer y piensan que sólo fue una noche mágica. No se sienten merecedores de lo que han logrado, vuelven a jugar y llenos de dudas y temores terminan mal la competencia. El equipo de ensueño de aquella noche limeña, se disuelve. El zorrito Aguirre quien fue la sensación con sus tres goles de antología, va a jugar en México y vuelve sin conquistar nada. (En nuestra mente tiene que quedar el buen recuerdo, Aguirre debió aprender a hacer suyo un pensar ‘si hoy lo hice, lo puedo volver a hacer cuando me tenga fe. Lo voy a recordar para hacerlo siempre, yo puedo, esta es una prueba de lo que puedo llegar a dar’) Tenía que machacársele eso en la cabeza. Tenía que ser una impresión cerebral imborrable.

Pero bueno, necesitamos también trabajar a ese nivel.

El equipo peruano no va al mundial y el hincha sufre.

En el último mundial se han visto cosas que los futbolistas peruanos y los dirigentes incas involucrados en el deporte rey no han visto y no se han esforzado por tratar de entender. Lo que le ocurrió a algunos equipos de fútbol en esa justa mundial nos tiene que servir a nosotros, más a nosotros que vamos intendando ganar la pelea y queremos llegar a un mundial.

En la última justa mundial, Brasil tenía un equipo sin delantera, el mejor delantero de Brasil es el peruano Paolo Guerrero. La defensa brasilena era lo mejor del equipo, pero sin atacantes no iban a tentar ser campeones mundiales. Era una ilusión. No importa, así se lanzaron a la competencia, engañados por sus dirigentes. El DT hizo su parte y tercamente siguió apostando por ese equipo que se veía sin posibilidades de ser. Además, el peso del pasado glorioso lo resienten los propios jugadores. Apelaron a un Neymar que está lejos de ser Pelé, Rivelino o Tostao. Sin embargo, los equipos contrarios se dejaron intimidar por ese pasado. Las interpretaciones al revés. Chile enfrenta a Brasil y pierde por algo de lo que digo y por un poco de mala suerte. Colombia siendo entonces más equipo que Brasil se intimida también y cuando decide salir a ganar ya es tarde y pierde el encuentro.

Cada vez que avanza, Brasil muestra sus lados flacos. Juega con Alemania y el equipo teutón sale a arrasar. Con un gol tempranero logra que los brasilenos entren en dudas y en equivocaciones, Se desata el pánico en la verdeamarella y el resultado es el esperado: la mayor goleada que le han dado a Brasil en su propia casa y en un mundial. El Maracanzano será un mal recuerdo, pero la goleada será de antología.

Alemania llega a la final.

Argentina avanza sin convencer, tienen a Messi, el mejor jugador del mundo, pero no brilla como se espera. Pero la mentalidad futbolera argentina es distinta a la brasilera. Si llegaron a donde llegaron, ellos creen y lo creen realmente que se merecen ser campeones mundiales. Sin muchos méritos, pero ahí están. Ellos felices.

Alemania sale a tratar de arrasarlos, pero se encuentran con la respuesta inmediata de los sudamericanos. Alemania entiende que Argentina no es Brasil y juega con cuidado y respeto. Los germanos ganan finalmente porque fueron un equipo más compacto y porque trabajaron de manera inteligente. Tienen de todo en su concentración, equipos de psicólogos, observadores y analistas, un cuerpo técnico que se nutre de mucha tecnología. Y seguramente más profesionales.

Así es como tenemos que trabajar con el equipo peruano. Cambiando la idea de temor en los jugadores, haciéndoles entender que todos –sobre todo ellos- pueden ser ganadores. Hay que trabajar. Hay que practicar más tiros de penales, tiros libres, dormir mejor, no trasnochar, alimentarse bien y creer. Dedicarse a la tarea de tener confianza. Hay que hacerles entender -aquí pongo mi interés- que los jugadores tienen que entender que cuando uno falla, los demás están para socorrer al que falló, sin asumir las fallas del otro. Y quien falló tiene que darse cuenta que lo que pasó obedece a una desconcentración del momento, que lo que sigue es otro momento y tienen que recordar que el fútbol se juega por 90 minutos, a veces les dan cinco minutos más de tiempo adicional y que en ese transcurso hay que hacer el esfuerzo hasta quemar el último cartucho. Si no pueden con las piernas, tienen el espíritu de lucha. Si antes, una noche, una tarde, algunos minutos jugaron de manera mágica, ustedes lo pueden volver a hacer, lo que tienen es que poner ganas y seguir, seguir. Hay que meter el gol, como sea.