Tuesday, April 29, 2014

Las adicciones y la meditación curativa.

Mi buen amigo Jaime me llamó para confesarme que era un adicto a la cocaína. Me sorprendió con lo que me decía. Me dijo también que yo era la primera persona de su entorno que sabía de su dependencia. Aunque parezca raro, me gustó la confianza. Pero valgan verdades, no supe cómo actuar para ayudarlo. Nunca más volvió a tocarme el tema, nunca más volvimos a encontranos y dialogar a solas. Luego ocurrió su lamentable deceso. Una sobredosis de cocaína le produjo un paro cerebral. Desde entonces me vengo preguntando ¿por qué Jaime se volvió adicto? Recuerdo que le dije que no entendía lo que le ocurría. Conocía a sus padres, eran seres bondadosos. La madre lo adoraba, el padre también. Recuerdo que el papá siempre estaba presente alentando a su hijo en los torneos deportivos, en el trabajo era su ferviente admirador. Para el papá, Jaime era el mejor. Muchos lo envidiaban por su talento.

Sin embargo, Jaime no se creyó la historia.

Traté de hacer memoria. Una novia, Cristina, la recuerdo bien, le había iniciado en las drogas. Ambos habían comenzado a tener sexo cuando estaban muy jóvenes y ella siguió inmediatamente después con la cocaína. Fue ella quien le motivó a probar. El aceptó. Ella se volvió dependiente porque en el círculo que se movía conoció a otros drogadictos, hasta que un día rompió el compromiso para poder estar junto a un vendedor de drogas. Jaime no lo soportó, le dolió que Cristina le dejara por un ‘pobrediablo’. Entonces se trató de responder consumiendo más, llamando a Cristina para drogarse juntos, hasta que también se volvió un dependiente. Lo peor es que ella no cedió y prefirió al otro. Se rompió todo entonces y mi buen amigo terminó atado al consumo. Pienso que eso marcó el inicio de su temprana partida.

Con lo que le pasó a Jaime, ahora siempre tengo una pregunta rondando en mi cabeza ¿cómo ayudar a un adicto? No importa que tipo de adicción se presente: alcohol, drogas, depresión, miedo inventado, sufrir, sexo, entre otras muchas más. Con el paso del tiempo se han ido sumando más preguntas ¿qué hay detrás de cada problema? ¿cómo rescatar a un naúfrago?. ¿Cómo evitar que se hunda  en las aguas fétidas o sea devorado por las fieras que esperan impacientes en ese remolino?

Hoy gracias a internet descubrí los consejos de la hermana Shivani de la Hermandad Espiritual Bhrama Kumaris, y les adelanto, es lo mejor que he oído. Ella dice que una adicción obedece a un intento de llenar un vacío interior. Se trata de una desconexión emocional que requiere cura. El adicto llena el vacío con la sustancia que consume, la que sea. La sustancia es la medicina que le ofrece felicidad perdida, claro, se engaña, por esa razón el adicto cada vez consume más y más y muchas veces sucumbe.


Cuando existe esa desconexión emocional, la persona es incapaz de poder crear su propia felicidad interna, tiene una imagen negativa de sí misma y va perdiendo el autocontrol. Como genera un sentir negativo, recibe –con la preocupacion de los demás- un sentir igual de negativo.

Para curar ese vacío, esa falta de felicidad verdadera, esa herida invisible y sangrante, Shivani recomienda meditar.

Créanme, cuando escuché a la hermana Shivani por primera vez me pareció interesante, pero la he vuelto a oír más de diez veces para familiarizarme con lo que sugiere y me ha parecido genial.

Voy a comenzar por el principio. Las adicciones casi siempre se producen por un problema o un mal entendido con nuestros padres. Hay padres que al no estar presentes crean un vacío inmenso en un niño. Otros padres, pese a estar presentes, obran mal y maltratan a los hijos con palabras o acciones, crean entonces el vacío y la desconexión emocional. Casi siempre el hijo se pregunta ¿por qué mi padre me trata así, es que acaso no soy su hijo? Comienza a generarse entonces un primer problema afectivo que tiene mucho que ver con una baja autoestima. Muchos padres llegan a humillar a sus hijos y en ese caso el vacío se hace más profundo.

Cuando somos niños, el llanto es una forma de buscar la atención de nuestros padres. Cuando vamos creciendo ese llanto ya no se presenta con lágrimas o berrinches, se manifiesta de otra manera. La adicción es eso, la nueva forma de llamar la atención de nuestros padres. El llanto interno que se exhibe con máscara.

Caer en la adicción toma distintos caminos. A veces comienza como diversión, obedece a la falsa creencia de que sí los demás lo hacen porque no lo voy a hacer yo. Si tenemos la herida que sangra y sentimos cierto alivio con cualquier estimulante y lo notamos, podemos caer profundo. Una herida que sangra necesita de cierta medicina, la sustancia que usamos se convierte en la medicina que gradualmente va tomando fuerza y nos ata. Pero resulta evidente: despertamos a un monstruo.

En nuestras relaciones siempre existe el cuidado y la preocupación de quienes nos rodean. Y todos pensamos -cuando hay un caso de adicción- ¿cómo puedo ayudar al que sufre?. En casos de adicción, tenemos que conocer la dinámica interna del problema, de lo contrario haremos peor o más difíciles las cosas.

Recuerden, todo cambia cuando hay una adicción. El dependiente cambia de comportamiento, se torna irritado, siempre anda malhumorado, incluso su diálogo se vuelve distinto. Quienes están alrededor notan y ven la diferencia, pero el involucrado no está consciente de lo que ocurre por esa desconexión que experimenta. La persona gradualmente pierde el autocontrol. Trata de cambiar, pero no puede. Entonces viene la frustación. A la creencia de ‘soy débil’, se suma la depresión, viene el castigo y cada vez la persona se hunde en la dependencia. Como se siente vacío, busca algo para reconfortarse, entonces requiere su dosis.

El ‘mañana cambio’ nunca llega y se reemplaza por el ‘creo que no podré salir nunca de esto’. La autoestima baja y el castigo sube. La herida interna sangra y duele más.

Una persona que no es consciente de lo que ocurre a su alrededor no puede generar felicidad interna, quererse se vuelve imposible.

Los padres, los familiares, los amigos desean ayudar, pero como estan pegados de cerca y no conocen la dinámica del problema, crean -con sus comentarios y actos- más dolor y pena. Quienes tratan de ayudar, ante la ayuda no atendida, suman impotencia, enojo y odio. Y disparan aún más lejos el mal sentir del dependiente, quien se reafirma en la falsa creencia de ser alguien que no vale.  Olvidamos entonces nuestro rol de ayuda y en vez de rescatar al dependiente lo hundimos más hondo.

¿Por qué ocurre la adicción? Nos preguntamos cuando nos toca un caso cercano. Lo reiteramos por la desatención infantil que nos acompaña. Cuando crecemos, el niño sufrido viene con nosotros. Si hubo una desatención y encima se sumaron gritos, castigos, humillación, el niño ya adulto llorará de otra manera. Pero ahora se suma algo más, el deseo de vengarse de quien le infringuió ese dolor.

“Ahora voy a castigar a mi padres, porque creo que mi padres son reponsanbles por el dolor que siento. Por gritarme, por no creer en mí. Ahora le devolveré la preocupación”. Es la idea que merodea inconsciente en la mente del dependiente. Cuando alguien le recuerda que el padre está preocupado, éste contesta, ‘me gusta que mi padre sufra, ahora le toca a él. Ahora es tu turno por todo lo que me hizo antes’. Y esa es una respuesta no consciente.

Todos castigamos a nuestros padres de una u otra forma. Respondemos en igual proporcion a lo que recibimos siempre. ‘Tú me hiciste llorar, ahora te toca llorar a ti. Mira lo que me hiciste sentir’. En la mente se genera el pensamiento de, ‘ahora dejame herirte’. Pero reitero, el involucrado no es consciente que esta generando ese pensamiento.

Los padres entonces se van a sentir terribles y piensan que fallaron. ‘Cómo es que está ocurriendo todo esto, piensan, si nosotros deseamos lo mejor para ellos’.

Y los dependientes se siguen hundiendo en la falsa creencia de ‘mi viejos fueron malos’.  Pierden la buena imagen de ellos mismos y con esa imagen negativa, generan vibraciones negativas y reciben lo mismo. Esta cosa horrible es lo que soy, piensan. No es verdad, pero no lo entienden.

Cuando en un resquicio de lucidez, los dependientes tratan de cambiar esa imagen negativa de sí mismos y optan por ir al psicólogo, se alegran por el hecho de encontrar a alguien que les escucha y respeta y les agrada que no les esten pasando el dedo en la herida que sangra. Ahí es donde se ven como personas valiosas y están felices de no ser cuestionados, ni acusados de nada. Eso es lo que quiere un adicto, que lo vean como persona buena y valiosa.

Hay que entender que ellos toman lo que toman porque es la medicina que los reconforta por ahora.
No es la sustancia lo que le esta causando el problema, el lío obedece a una desconexión interna que sienten consigo mismo. Se han desconectado de la experiencia de la felicidad.

Es evidente que quien esta contento y lleno de alegría jamás buscará estimulantes afuera.

Ojo, no se puede quitar la medicina antes de curar la herida que causa la adicción mientras no se cure la herida que sangra. Es la única medicina que tienen. Pero hay que recordar, todos somos dichosos en esencia, pero con el stress, la falta de pausa, los enojos, la rabia, el odio y las preocupaciones de la vida nos hemos alejado de nuestro océano de paz. Por eso es necesario volver a las fuentes, recargarnos de manera positiva, meditar.

Cómo meditar.

La meditación se presenta aquí como la gran ayuda. Primero debemos borrar la creencia de que ‘mis padres no me querían y obraron mal’. Tenemos que reemplazar ese pensamiento por el de “mis padres querían lo mejor para mi”. “Ellos me querían fuerte en un mundo muy deshumanizado”. “Ellos tal vez sufrieron el doble y sobrevieron”. Tenemos que hacer el esfuerzo de enraizar ese pensamiento en lo más profundo de nuestro cerebro. Luego podemos sumar el amor y la compasión. ¿Cómo? Un ejemplo para graficar la compasión y el amor es, imagínemos a un bebé que se golpea y se hace una herida en el dedo. Una madre opta por llevarse el dedito de su hijo a la boca con amor. Desea que esa herida cicatrice lo más rápido posible y que el dolor pase ya. Ese mismo amor y compasión tenemos que ser capaces de generar en nuestro interior para nosotros mismos. *Hay que suavizar el dolor con bondad y cariño hasta que se diluya. Tenemos que ser conscientes que eso no ocurrirá como un milagro repentino. Toma tiempo. Tenemos una herida sangrando que tenemos que cuidar y proteger.  Hay que contemplar eso con valentía, callar la conciencia negativa, hasta que logremos encontrar la felicidad perdida. Centrémonos en lo bueno, en la gratitud de vivir, por ejemplo. Tenemos que volver a nuestra raíz, todos somos puros en la esencia, en el centro de nosotros, lo dicen todos los que han estudiado esto: todos tenemos paz, alegría, amor, luz, compassion y perdón. Las falsas creencias nos han hecho olvidar lo mejor de nosotros. Debemos volver a sumergirnos en ese océano de bondad y paz. Eso se logra en silencio, observando, aceptando sin juzgar todo lo que viene a la mente. Perdonando, primero a nosotros y luego perdonando a los demás.

Hay que reconectarnos con la esencia. Somos seres consciente, puros y llenos de felicidad. Esa es nuestra esencia. Hago un hincapie en esto: Nuestro estado de ser y estar contento no depende de nada por fuera, por dentro somos mejor que un diamante. Debemos tomar control de la esencia, sin juzgar, aceptando, entendiendo la pena y el dolor. Ahora el deseo de curarse tiene que darse con la vibración del amor.

Epílogo

El caso de Jaime me desconcertó porque sus padres habían sido maravillosos. Y me sigue desconcertando porque no encuentro respuestas. Lo de Cristina lo pude ver mejor. Su padre abandonó a su familia. La madre y sus hijos se quedaron en la orfandad, vivían en un cuchitril y llegaron a mendigar comida muchas veces. Cuando la madre consiguió un marido, este vino con una doble intención, hasta que violó a la menor. Cuando Cristina le contó a su madre lo ocurrido, ella le pidió callar. Que lo que pasó no se lo contara a nadie, le dijo. La madre temía que la mendicidad que habían sufrido se repitiera, tener un proveedor de un plato de sopa todos los días era lo mejor para ella y los suyos. Cristina se sintió desamparada doblemente: por su padre que se fue y por su madre que no la socorría. Le dolía ver que su madre siguiera acostándose con el padrastro como si no hubiese pasado nada. En la mente de Cristina  comenzó a gestarse el vacío. Cuando conoció a Jaime y tuvieron un sexo sano, ella creyó encontrar la paz, pero pronto esa paz se rompió con las drogas que probó. A las drogas y el sexo se sumó la promiscuidad. Además, ella comenzó entonces a golpear a Jaime, pero éste jamás le respondió, temía dañarla, era más fuerte. Quien sí la humillaba y la agredía fisicamente era el vendedor de pacotilla. Ella se sentía sucia, fea, una cualquiera y para ‘calmar’ su mente que la torturaba buscaba castigo. Cuando el fulano la golpeaba, ella se sentía ‘feliz’.

Se embarazó y Jaime la ayudó con los abortos, pero como la agresión de ella hacia él fue en aumento, Jaime tomó distancia, pero la usaba como excusa para seguir drogándose.

Hasta que murió por una sobredosis. De ella no sé nada, ojalá haya encontrado ayuda. Ella debe buscar la verdadera felicidad en su interior, como todos.

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