Mi alarma esta seteada a los 6.00 de la
mañana. Suelo poner el despertador fuera del alcance de mi mano para
poder saltar de la cama y terminar con la música celestial que me
ayuda a abrir los ojos. Ese salto no es el más importante para mi
humanidad, pues regreso de nuevo a la cama, me cubro y comienzo a
divagar. Cuando noto que mi mente se pierde como una cometa a la que
se le ha roto el hilo, pongo atención y comienzo mi primer ejercicio
de la mañana: respirar. Hago el ejercicio por algunos minutos y
cuando tomo cierto control de mis pensamientos y sensaciones, decido
poner los pies en el suelo para ir a tomar el baño matutito, previo
al cepillado de dientes y la afeitada respectiva.
Sin una taza de café con leche, me
siento aún somnoliento. La cafeína me estimula, supongo. Es el olor
lo que me pone en contacto con el nuevo día. Y ahora que lo escribo
pienso “ese buen olor de un café humeante es lo que me abre los
sentidos”. Oliendo el café puedo distinguir otros olores, todos
los olores y no entiendo, hasta ahora -yo que leí con fruición 'El
perfume'- por qué Patrick Suskind nunca mencionó al café en su
novela. El café es la sustancia especial y neutra para todo catador
de perfumes obligado a descubrir las esencias que se usan en algunos
productos de tocador. Bueno, dejemos a Suskind en paz y centremonos
hoy en lo que trato de contarles, nuestros rituales diarios.
Hace poco, el joven blogero
estadounidense, Mason Currey, publicó su libro titulado “Daily
rituals” (Rituales diarios) donde aborda 161 pequeñas fórmulas de
algunos científicos, pensadores y artistas -escritores en su gran
mayoría- quienes cuentan qué es lo que hacen o hacían para lograr
completar su trabajo y alcanzar el éxito.
Decidí darle vuelta al libro,
comenzando por el último de la lista. El blogero se refiere a los
ritos de Bernard Malamud quien era un escritor constante. Nunca dejó
pasar un día sin escribir, El autor de 'El reparador' decía que sin
disciplina personal no se lograba nada en el arte.
En su casa de Oregon, Malamud se
despertaba a las 7. 30 a,m,. Se ejercitaba por diez minutos, tomaba
desayuno y llegaba a su oficina a las 9.00 a.m. Trabajaba hasta las
4.00 p.m. Decía que 'el truco para escribir ficción obedecía a
hacer el tiempo, sin robar nada de ese tiempo'. Y agregaba algo
interesante, 'la cosa esta en encontrar el punto que te devela el
misterio'.
Pienso que quien nos devela el misterio
es la coreógrafa estadounidense, Twyla Tharp. Ella deja su casa muy
temprano en la mañana, para abordar un taxi y dirigirse a un
gimnasio. Cuando ella le dice al conductor que desea ir a 'Pumping
Iron Gym' su ritual ha comenzado y no hay vuelta que dar, su trabajo
comienza.
Y aquí es necesario hablar de ritual.
¿Qué es un rito? Tampoco lo entendía del todo, hasta que recordé
lo siguiente.
Hace algunos años, cuando trabajaba en
Canal 7, en Lima, Perú, el director del noticiario me pidió ir a la
catedral a transmitir una misa especial que oficiaba el cardenal de
entonces. Sentí curiosidad, cierto temor, mi vida de católico
devoto se remontaba a cuando había hecho la primera comunión, desde
entonces sólo habia ido a la iglesia en ocasiones especiales: las
bodas de plata de mis padres, algún matrimonio de un familiar o el
bautizo del hijo de un amigo. ¿Qué podía decir en una misa? pensé.
La respuesta del director fue 'un sacerdote estará a tu costado
contándote los pasos que se siguen a lo largo de la liturgia'
Vaya sorpresa, la misa es un rito que
se sigue desde la época de san Pedro. Todos los fieles lo sabían,
hoy tan solo algunos. Desde la purificación del altar, hasta la
consumación: el espíritu de Cristo toma cuerpo en la hostia,
gracias a la intermediación de quien preside la homilía, el vino se
convierte en sangre, luego que el sacerdote se nutre espiritualmente
ofrece lo que ha conseguido a todos los que han hecho un voto de
humildad, de aceptación, de perdón, de ayuda, y con fe se acercan a
comulgar. Se comparte así esos principios, esas voluntades. Eso es
un rito, el puente que une lo divino y lo terrenal. La hostia hecho
cuerpo, el vino hecho sangre. Si tienes fe católica, eso es verdad.
Lo tienes que creer.
Ese nexo te empuja a seguir.
Muchos escritores en el libro de Currey
cumplen ciertos ritos, pero al margen de ritos esta la decisión y la
disciplina que le ponen a su trabajo. *Comulgan con una fe. La de dar 'su vocación' sin necesidad de recibir algo a cambio. Leyendo los
ritos descubrí que hay uno que se repite con más frecuencia y debo darle el mérito a Twyla Tharp. *Todos se van a trabajar.
Salen de casa con ese propósito.
Lo hacía Jonh Cheever, quien viviendo
en un edificio había alquilado el sótano del propio edificio donde
trabajaba toda la mañana. Para trasladarse a su oficina, Cheever se
vestía bien y tomaba el ascensor. En el ascensor no había riesgo de
subir cuando el mismo estaba bajando.
Graham Greene asustado por la inminente
Segunda Guerra Mundial sintió temor de morir sin dejar ningún
sustento para su familia. Estaba escribiendo su novela 'El poder y la
gloria', entonces decidió rentar una oficina y sólo le dio la
dirección y el número de teléfono a su esposa, quien lo llamaba
sólo cuando se presentaba cierto inconveniente. Mientras escribía
su novela, se ejercitaba en otra de suspenso, 'El agente
confidencial'. Esta última novela salió 4 meses antes que 'El poder
y la gloria', En esa oficina escribió sus demás novelas. Estuvo
obligado a dejar la casa y se iba a trabajar.
Antes, Mark Twain hizo algo parecido,
construyó un ambiente junto a su casa donde trabajaba todo el día.
Tomaba desayuno y caminaba hasta su nueva contrucción. En aquellos
tiempos, si sus familiares lo necesitaban sólo soplaban el cuerno
para avisarle que tenía que hacerse presente en la casa.
Carlos Marx llegó a Londres como un
exiliado político en 1849. Estaba quebrado económicamente, pero su
vocación estaba al tope. Pese a vivir en la pobreza y el drama -tres de sus seis hijos habían muerto- iba a trabajar a un cuarto de
lectura del Museo británico y leía y escribía ahí desde las 9
a.m. hasta casi el cierre a las 7.00 p.m. La ayuda económica venía
de su amigo Federick Engels quien metía la mano en la caja chica que
su padre tenía en una textileria.
Alicia Munro, quien desde niña supo
que tenía la vocacion de escribir, cuando a sus seis años trató de
cambiarle el destino a la joven sirenita del cuento que su madre le
leyó, rentó el segundo piso de una farmacia para escribir, pero no
podía avanzar por las constantes visitas del propietario del
inmueble que le encantaba conversar de lo que sea.
La lista de escritores que trabajan y
trabajaban fuera de casa es larga.
Pero volvamos a la disciplina y la
determinación que le ponen algunos, Scott Fiztgerald tuvo una
remarcable auto disciplina. Cuando ingresó al Ejército en 1917 y
terminaba su entrenamiento militar diario escribió una pequeña
autobiografía de 120 mil palabras, en tres meses. Cuando fue
pillado, cambió sus horarios para el fin de semana. Los domingos
escribía de 6 a.m a 6 p.m. Sería el manuscrito de 'A este lado del
paraíso'.
William Faulkner había hecho lo mismo
en las tardes después de salir del trabajo en una planta de energía
de una universidad. Allí escribió 'Mientras yo agonizo'.
Jane Austen también fue una escritora
de gran disciplina. Sólo su madre y hermanas sabían lo que hacía.
Los visitantes sólo podían verla tejer junto a sus familiares, pero
en cuando notaba que se habían alejado reanudaba su escritura que
tenía debajo del tejido. En las noches leía a sus familiares lo que
había avanzado a lo largo del día.
Y para no cansarlos, el caso de Haruki
Murakami es también digno de resaltar. El escritor japonés comienza
a escribir a las 4.00 a.m. y escribe de 5 a 6 horas. En las tardes
corre o nada, lee y escucha música. Se va a la cama a dormir cuando
el reloj da nueve campanadas. 'Es algo así como haberme
hipnotizado', refiere el autor de 'Tokio blues'.
Agrega que el esfuerzo físico es
necesario para mantener una sensibilidad artística. Se convirtió en
escritor profesional en 1982 luego de dejar su pequeño club de jazz
en Tokio. Se mudó a un área rural, dejó de fumar los 60
cigarrillos que fumaba al día y cambió su dieta, hoy sólo come
vegetales y pescado. No hace vida social anuque sabe que la gente se
ofende cuando él rechaza sus invitaciones. Sin embargo, sabe que su
deber esta con sus lectores.
Y para terminar del todo, les debo
contar algo del belga-francés George Simenon, autor de 425 libros,
más otros bajo seudónimo. El decía que era una metódica máquina
de escribir. Tomaba tranquilizantes al inicio de cada libro por la
ansiedad que experimentaba. Su productividad literaria le generaba
también un gran apetito sexual. Tenía sexo todos los días y
algunos meses gustaba de orgias. Le encantaba dormir con 4 mujeres,
hablaba de haber tenido sexo con 10 mil. Le interesaban mucho, 'las
mujeres siempre fueron excepcionales y no han sido entendidas bien',
decía. Sus personajes salían de sus encuentros.
Todos tenemos rituales, seamos o no
escritores. Yo no dejo mi casa sin afeitar. Tengo que hacerlo y lo
trataba de hacer mientras estaba internado en un hospital, pero las
enfermeras me negaban este rito.
"Parezco enfermo", les gritaba. Ellas no
cedían, por temor a los cortes y el sangrado que podía ocurrir con
tanto anticoagulante que me habían suministrado.
-Lo hará cuando salga de aquí-
decían.
Y así lo hice.