El poeta peruano Cesáreo Martínez
escribió uno de los poemas más hermosos de la literatura universal
y quiero compartirlo con todos ustedes. Es un poema de amor, largo y
muy intenso. Al margen de la concepción política del autor
cotahuasino se ve en esta pequeña joya al poeta-niño-sabio que nos
deslumbra con su palabra, magia y profundidad. Este, además, es un
reconocimiento de mi parte al gran Chacho, a la amistad que alguna
vez me ofreció y al gran cariño que me profesó -donde me veía
alzaba las manos y gritaba mi nombre-. ¡Cuantas botellas mi querido
poeta. Mi genial León de las profundidades del cañon de Cotahuasi,
no de Natuba a quien profesabas simpatía!. Creo que no podía menos
contigo.
Una pena que Cesáreo nos haya dejado
tan joven. Siempre lo recordaré con su mirada extraña, con ese
peinado de raya a pulso fino y esa humildad que solo los grandes
suelen mostrar. Y no se asusten con la extensión del poema, lo más
importante es que saldrán renovados, con energía. Vamos léanlo y
leánselo a cualquiera, cambien el nombre de Iskra si desean, jueguen
con el poema.
Aqui las palabras del poeta.
Botella de mar para Iskra Oyague
A la manera de Nazín Vega Elías.
Srta. Iskra?
Todavía estas alli? En la serena
realidad que te rodea aún brilla
el viento?
Quédate allí, niña, y míranos
asombrada como revolcamos
en la nada
La miseria de nuestro país nos hizo
asquerosamente callados,
un tanto huidizos,
como si con nuestra presencia sólo te
hiceramos sombra.
Tú que has nacido para brillar en otro
tiempo perfila desde ahora
tus ojos,
sigue el curso rumoroso de las
estrellas y jamás caigas
en las provocaciones de la tristeza.
Tú que crees que existo, que me
consideras un humano presente, que arguyes que tengo casa y en ella
si levantaras una piedra
salta el arco iris,
guarda para ti esa imagen, que no te la
destrocen los enemigos,
porque tio 'Chacho' vive a quemarropa,
cortando flores de aire
para ti,
pateando a los enemigos de la belleza,
fustigando por las primeras
necesidades
que en tu tiempo sólo serán un
recuerdo amargo.
Oyeme, Iskra, y charlemos serenamente
como corresponde.
Y charlemos serenamente escuchando las
agitaciones
de nuestras propias palabras.
Hablemos, no. Hoy no hablemos del gato
ni de los números
chuecos que se mueren de verguenza.
Digamos algo suelto sonoro y simple.
Fruta por ejemplo.
Nuestro país es de agua. En el hay
otro país y otro
dentro de éste.
Cuídalo, amor, que no te lo arranchen
de entre las manos,
que no te lo pudran
los enemigos con su aliento oscuro.
Te recomiendo su aire, sus aguas, su
maravillosa fauna.
Y te recomiendo
su clarísima flora que se irá
abriendo paso a paso desde tus
primeros ojos.
Te recomiendo al chico más travieso,
el que se trepa a los árboles
fingiendo atrapar
sus raudos frutos. Y cuando tengas los
quince te recomiendo
al muchacho ligeramente solitario
ese que fuma a hurtadillas, a quien
mandan a recoger la pelota.
Por entonces ya sabrás que tu nombre
es el nombre del mundo,
del fuego que purifica.
Que tu nombre salto del roce de dos
piedras mucho antes que
Adán y sus secuaces
abrieran sus ojos.
Tantas cosas sabrás como cuanta hierba
pisan tus pies
distraidamente
y ¡zaz!, quién fue Lenin preguntarás,
y los campesinos
te lo harán saber
cuando los veas descender con
relámpagos entre las manos.
Porque nuestro país, cariño, es de
campesinos tragados por
el hambre.
Ellos cultivan la mesa para que
tengamos sueños silvestres.
Claro que hago mal en hablarte de estas
cosas tristes pero sería
mortal no hacerlo.
Elige para tus andanzas a la gente
humilde, a los que luchan, ésos
que suenan con el agua.
Tú que nos bañas con tu encanto desde
el jardín cercano,
confundiéndonos,
no sabiendo nosotros cuál de las
flores ríe tan lindo.
Tú que te pierdes entre la espuma azul
de los matorrales
persiguiendo
a tu lindo conejo rojo, contempla los
ojos de tu padre
que como dices
tienen el color de un vino, y los de tu
madre, que han cavilado
durante milenios.
Entonces comprenderás por qué nos
gusta abrir la ventana,
oler el viento de la tarde
y marcharnos para volver tarde la noche
con enormes
cestos de alegría,
rosas que tus manos no podían
chapotear porque te
encontrabamos ya dormida.
Soñando tal vez que nosotros
cruzábamos puentes aéreos
con gorriones que pintan paredes.
O tal vez nos soñabas -no lo quiero-
flotando diminutos
entre calles oscuras,
embrujados por el sum... rumn... summ
rumm del Rímac.
Oyeme, Iskra, y guarda mis palabras
entre tus juguetes
o siémbralas en la memoria
que es lo mismo. Mira que yo también
sé dibujar.
Comparemos con el tuyo.
¿Qué es? He pintado una pecera tonta,
donde todos los peces
hasta el más chiquitico,
tienen el aire, tienen el amor y se
aman sin mucho ruido.
Pienso -quiero- que tú vivirás en un
mundo igual,
sin temores
ni sobresaltos nocturnos,
me alegro por ti y me festejo
por todos los chiquitines
de tu edad.
Yo viviré sentadito ancianito para
verlos a ustedes adultos
jugando a la ronda, bajo la luna de
plata,
repartiendo sonrisas aun a las
maquinas, esas extrañas criaturas
malolientes
que algún día serán nuestras
aliadas, instrumentos
para la contemplación de la vida.
Nuestro país tiene valles profundos,
las mejores especies brillan
en nuestros mares.
De sur a norte soplan los mas fuertes
vientos murmurando
un resplandor
para que tú puedas penetrar en el
corazón de las cosas
con ternura y lucidez.
Te recomiendo este cielo impecable, y
este suelo pecaminoso.
Te recomiendo aquellas ruinas verdes.
Te recomiendo la caza submarina, y la
caza de las ratas inmundas
detectadas por tu olfato.
Porque en esta vida convivimos los
vivos con los muertos
y yo quiero que levantes tu morada
junto a los vivos, tan intensos como la
muerte, que se pasan la
vida buscando la vida.
Aquellos que jamás acariciaron los
oros del poder
ni llegaron al espanto
en caminos extraños.
Y perdóname, Iskra, que no haya podido
llevarte el mar a tu casa,
que no haya redondeado un destino
espectable.
Perdona mi soledad incandescente, este
poema, el no haberte
traído un primito a este mundo,
un loquillo asustadizo que fuera tu
confidente.
Perdona mi desidia, las dificultades
con las que me di de
trompadas,
el no haber atinado en el camino ni
alcanzado a ser el verdadero
anhelo tuyo.
Y, sobre todo, amor, perdona mi
tristeza.
Cesáreo Martínez. Cotahuasi- Arequipa
1945 / Lima 2002.
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