Thursday, April 7, 2011

Amorcito corazón (Segunda parte).


Mi corazón seguía aquejado por un dolor perenne. A las once de la noche aproximadamente las enfermeras del departamento de cardiología me midieron la temperatura y me sacaron sangre por última vez, esta vez querían medir mi colesterol, eso según la enfermera filipina que me atendió. Luego me dejaron dormir. Jamás duermo en una sola posición, pero ese viernes dormí boca arriba y sin moverme. Mi madre y mi familia no sabían qué me estaba ocurriendo, pero mi madre intuía, me lo contó después: ‘mis pezones me estaban doliendo y le dije a tu hermana, alguno de mis hijos está en peligro’.
Dormí como un bebé, con todos los electrodos colocados en mi pecho. La orden fue que no comiera nada, ni tomara agua. A las 6 de la mañana me despertó una enfermera, lo supe porque pregunté la hora. Nuevamente trataba de seguir el procedimiento de medirme la temperatura y lo que viene en seguida. Los árboles estaban ahí afuera y el viento matutino mecía sus ramas. Noté, además, que llovía.
-Quiero bañarme. ¿Puedo? – pregunté.
-No- fue la respuesta. Me olía mal, durante toda la noche había sudado mucho.
El viejito dormía a mi costado. Cuando la enfermera le despertó, protestó. “Leave me alone”, una y otra vez. Monótono y repetitivo. En inglés no había más expresiones adicionales que significaran lo mismo, me interrogué.
Al rato llegó Rocío. Una amiga peruana que por sus méritos era la jefa de enfermeras del piso. Sabía que ella trabajaba ahí y me sentía en buenas manos. Había un inmenso aprecio mutuo y se que ella iba a tomar mi caso con atención. Me dijo que había ido a verme en dos oportunidades, pero que me encontró profundamente dormido. Para ella eso era un buen síntoma. “Está relajado, porque duerme complacido”, es lo que pensó. Le pregunté si me escuchó roncar y me dijo que no. Me gusto saber eso, habían días que mis horribles ronquidos me despertaban asustado.
Me comentó lo que me iban a hacer en el otro hospital y me pidió que me relajara. Si deseaba, ella ordenaría ‘xanax’ en una dosis baja para calmarme. Desistí agradecido.
Bromeó conmigo. Me dijo que me veía muy solitario y no me dio tiempo a decirle qué es lo que estaba haciendo: “escribir y leer no es un trabajo grupal. Escribiendo me relajo”. Me dio su número de teléfono celular para que le comentara luego como me había ido durante la sesión de cateterismo al que me iban a someter. Me sorprendieron cuando me trajeron el desayuno y al consultar sí podía comer, me dijeron que sí. Como yo andaba con hambre, devoré casi todo. No comí los huevos revueltos que me dieron y me dejaron pensando, “nada de frituras y me estaban dando huevos fritos”. Reí por la pequeña contradicción.
Al promediar las 10.30 de la manana llegaron los encargados de la ambulancia. Phillip y Tom. Dos tipos altos y robustos que parecían guardaespaldas. El último se quejó con su colega de mi fuerte acento hispano cuando me escuchó decir algo en inglés. Como le entendí dije:
-You don’t like my strong accent, don t you? But I will try to say something better and soft.
Se disculpó. Y yo bromeé. Como no me conoce no sabe lo divertido que puedo ser, pensé. Bromeando nos fuimos de un hospital a otro. Yo trataba de relajarme y sonreía con mis ocurrencias.
-My nephews also complain about my Spanish accent. I can’t say ‘shit’ correctly- dije. Reímos. Cuando nos despedimos Tom me deseó lo mejor y yo le dije que estaba feliz con su trabajo, que le deseaba suerte y que iba a orar pidiendo que pudiera vender su casa a buen precio. Me deseo suerte también y cada uno tomó su camino. No creo que me vaya a morir, pensé. No quiero.
En el hospital me llevaron a una sala con una veintena de pacientes que esperaban algo que yo también necesitaba. El ajetreo era constante. Si tu pedías algo a las enfermeras, ellas te atendían, pero en el trayecto llegaba otro paciente y la enfermera hacía algo distinto olvidando tu pedido. No es que te dejara porque quisieran, sino algunas veces el caso que venía era más delicado y dramático.
En la sala se veía algunos jóvenes, adultos y ancianos. Al costado de mi cama colocaron a una mujer que dijo ser soltera, pero precisó que tenía 9 hijos. La enfermera se sorprendió porque la mujer centroamericana insistía en su soltería cuando un intérprete le preguntaba acerca de su estado civil. Yo reía tratando de olvidar que mi corazón seguía molestándome con esas pequeñas mordidas que iban del pecho a la espalda.
Más tarde traté de meditar en ese espacio donde el ajetreo era constante, pero no pude. Me dormí. De pronto, alguien me despertó. “Soy el doctor Lucas Boutis. En qué idioma desea que le hable”. “Cualquiera”, contesté. Para mi sorpresa tenía el nombre de mi sobrino Lucas, de quien mis familiares dicen que es un indigo y el médico se parecía a Daniel, el hijo de mi ‘mamá Lucha’ (así llame a mi vecina que era una viejita que me adoraba y que para sus hijos fui el primer bebé al que toleraron en sus malacrianzas. Ellos eran capaces de sentarme a la mesa mientras almorzaban y yo podía echar los platos al piso para su risa y su felicidad). El doctor me dijo que esperara que él se estaba haciendo cargo de mi caso. Pasaría a una sala distinta en aproximadamente media hora. La espera se prolongó varias horas. Al promediar las cuatro de la tarde entré a la esperada sala de operaciones. Dos enfermeras jóvenes y muy guapas me llevaron hasta el lugar y yo estuve todo el rato bromeando con ellas para aliviar mi nerviosismo. Cuando me tuvieron en la cama quirúrgica me pidieron quitarme los calzoncillos y me sentí avergonzado, llevaba dos días con la misma trusa. Sin que me diera cuenta, una de las chicas me destapó y me afeitó en un dos por tres. “Cuidado me vayas a cortar”, bromeé. En el mismo ambiente había una dama más preparando todo lo que iban a usar en mi cirugía. Me resultó incómodo estar solo y desarmado exhibiendo lo poco que tenía sin hacer nada frente a tres damas jóvenes y bonitas.
El doctor Lucas Boutis llegó y me explicó lo que iba a hacer. Frente a él habían tres monitores de televisión. A la altura de mi pecho estaba algo así como una caja de metal que se movía en 180 grados y que luego el doctor me explicó era una cámara. Me iba a pinchar una vez en la ingle y que ese sería el primer y único dolor que sentiría. Boutis iba a introducir por mi vena femoral un tubo que llegaría hasta la aorta. No sé por qué pensé en Paquirri, ese torero que murió en un ruedo tras ser embestido por un toro. Lo que tenía presente era su valentía, él decía a sus socorristas “tranquilos, todo va a salir bien” y estaba sangrando por la femoral. Por ese tubito Boutis iba a colocar un líquido azul que le serviría para hacer evidente mis arterias coronarias en el corazón frente al televisor para determinar qué es lo que realmente me afectaba.
Desde mi posición yo podía ver con comodidad los monitores. Y en los monitores de pronto se vieron mis costillas y detrás de mis costillas mi corazón protegido, pero sufriendo. Me dio gusto ver mi corazón palpitando con vida y ahí también estaban mis arterías, moviéndose a ritmo asincopado. El doctor agudizó la vista y yo lo miré. Lo que vi era evidente, mis arterías se veían como rutas normales en un mapa, que de pronto cambiaban y se volvían estrechas, tan estrechas que supuse ahí había algo anormal.
-Ves aquí esto- me dijo el cardiólogo en español.- Ahora compara con lo demás.
Comprendí de inmediato el problema.
-Esto está tapado al 95 por ciento y esto a más del 90 por ciento- agregó. Pensó por un momento y de pronto me soltó algo terrible en inglés: “I must open your chest”.
-No, please. You don’t have any other solution- yo soné diferente, pues por un momento perdí la valentía.
El doctor me miró y yo le dije que “no” moviendo la cabeza, asustado.
-Déjame ver un rato- me dijo en español y salió hacia una sala continúa. Ahí lo vi charlar con dos médicos más, sé que eran médicos porque vestían de celeste, además el técnico frente a una consola o un switcher donde se veían las imágenes de los monitores parecía opinar. A los 10 minutos , el cardiólogo volvió.
-Déjame hablar en inglés porque lo que debo decir es importante- dijo Boutis. –No quiero equivocarme.
-Go ahead- dije animándolo.
Y me dijo que estaba de acuerdo conmigo. No me iba a abrir el pecho.
-I’m young, please.
- I agree with you
Para lo que el doctor iba a hacer en mi pecho, yo debía seguir al pie de la letra su consejo. Me explicó que colocaría dos stents en mis coronarías para abrir el paso, pues la sangre a ese nivel se estancaba como en un dique y eso me producía el malestar que sentía. Que una vez colocados los stents (extensors en español) tenía que tomar una medicación precisa todos los días sin olvidarme, de lo contrario en tres días estaría muerto. Los sedimentos que viajan en la sangre se podían adherir a los stents y podrían bloquear la zona. Las pastillas tenían la función de crear una capa de revestimiento que evitaba el bloqueo y las aspirinas harían mas líquida mi sangre, por lo que la misma correría mejor y más rápido.
Dije que detestaba las pastillas, pero como yo no quería morir iba a tomar las mismas.
-Sino tomas las pastillas te mueres- dijo Boutis. Vas a poder comprar las pastillas, porque son muy caras?
-Las tengo que comprar sino me muero- respondí, no sé sí en español o inglés.
-Bien, nos hemos entendido. Voy a trabajar. Este es mi colega que me va a ayudar- me dijo presentándome a un doctor, quien me dijo su nombre, pero lo olvidé.
Para mí todo lo que ocurría era sorprendente. En ese momento pensé en lo fácil que puede ser morir para todo ser humano. Hoy estas aquí y al poco rato, todo se puede esfumar, como en un acto de magia, pero esta vez sin ninguna vuelta para volver a comenzar.
Los médicos empezaron su labor. Los miraba discutir, no los oía bien. Noté que tenía dos obstrucciones más en otras zonas, pero no eran tan estrechas como las que preocuparon a los galenos. Colocaron los extensores y mientras trabajaban noté como mi artería cobraba su dimensión real, primero en un lado y luego la otra, al final del corazón yendo hacia abajo. Limpiaron las otras áreas que no tenían gran obstruccion. Sé porque Boutis y su colega me explicaron que me pusieron dos stents, una de 26 milímetros y la otra un poco más larga. Además, me limpiaron la grasa acumulada en otras áreas de la artería coronaria descendente. Comprendí que las arterías son algo así como las chimeneas, se llenan de una serie de desperdicios que deja la leña y el humo que pasa por ahí y a la que hay que limpiar de vez en cuando para evitar incendios. Con las chimeneas todo esta bien, lo puedes hacer sin problema, con el corazón es otro cantar, sino tienes los extensores todo puede ser fatal. Veinte años atrás quizás no estaría contando lo que escribo.
Dos horas aproximadamente pasaron los médicos atendiendo a mi dolido corazón.
-Juan, cuando saque la manguerita vas a sentir un ardor que pasa, no te asustes, OK?- me previno el doctor.- Lo estoy haciendo ahora dijo mientras se movía.
Caramba, era un ardor como sí te estuvieran lanzando fuego por todos los agujeros , lo sientes desde las orejas hasta el ano, pero pasa. Jamás había experimentado algo así.
La cirugía había concluído. No se lo dije, pero el doctor me dio una tremenda confianza, se notaba que sabía lo que hacía y yo lo dejé trabajar. Se lo dije entonces, se lo repito ahora, gracias. Muchas gracias.
Cuando me pasaron a otra sala, me dormí. Aquella noche la pasé en el hospital. El personal de cardiología deseaba ver cómo iba a reaccionar a la pequeña, pero riesgosa cirugía. Cuando desperté olía mal, pero no me importaba, estaba vivo. Pedí a la enfermera unos paños para mi aseo, pues llevaba tres días sin bañarme y ella me atendió en seguida. Me metí al baño y me lavé. Vi mi cara y la tenía sin razurar, cuando pasé mis dedos oí y sentí lo que asocié a esa sensación de estar vivo. Recién entonces llamé a mi casa. Hablé con mi madre y me entraron ganas de llorar. Había estado en un momento difícil y mi madre me contó que lo había sentido. “No por nada te tuve dentro de mi”, me dijo.
Aquí me tienen, agradecido a Dios por la oportunidad. Y, claro, con ganas de hacer algunas cosas.

No comments: