Wednesday, April 13, 2011
Gritos y graznidos (Ficción)
‘El día estaba radiante. No quemaba, pero el sol brillaba. Bugs Bunny había salido de cacería con su escopeta de dos cañones. Se acercó al lago donde los gansos nadaban y se zambullían buscando algo de comer. El conejo tomó su largavista y miró más de cerca el objetivo que deseaba. Dos gansos salieron de pronto del agua, corrieron y alzaron vuelo. Bugs Bunny levantó la mirada y algo desagradable le cayó en el ojo derecho. Se limpió molesto y cambió su escopeta a un arma que se parecía a una metralleta. Apuntó y cuando iba a dispararar…’
-Basta Joe!. Te has pasado toda la mañana sin hacer nada, sentado frente al televisor y es hora de que hagas algo por tu vida- dijo una mujer gorda apagando el televisor y sermoneando desde muy cerca de la pantalla.
Joe había perdido la sonrisa que tenía mientras miraba la pantalla y disfrutaba de los dibujos animados. Trató de decir algo cuando su mujer lo dejó con la palabra en la boca. Ella se volteó y limpió el aparador de madera donde estaba el aparato, ahora en silencio. Todo estaba desordenado en aquella pequeña sala, los cojines de los muebles andaban tirados en el piso. La mesa de centro había perdido el vidrio que debía ir encima, sin embargo, en la tabla de la parte de abajo de aquella mesita habían dos latas cervezas: una vacía y la otra con algo más de la mitad. Las revistas dedicadas a la programación televisiva, el tejido a crochet y Mecánica Popular colgaban de los extremos de la mesa y estaban a punto de caer al viejo carpet manchado.
Joe prefirió no pelear, tenía la boca amarga, pero no le importó. Se paró, caminó alrededor de la mesa, no se percató que tocó las revistas y éstas se vinieron al piso.
-En tres años cumplirás cincuenta, pero sigues siendo un niño- dijo ella, irritada.
Joe dio una vuelta tratando de alejarse de su mujer y al mirar la puerta decidió salir. Tiró la puerta al ganar la calle y escuchó los gritos destempleados de su mujer. Subió a su auto, sin interesarse por el asiento que andaba con el cuero roto, tomó la llave que había dejado olvidado en el tablero de control, le dio al encendido y el vehículo también rugió. Apretó el botón respectivo y el mecanismo del antiguo Chevrolet tiró agua a la ventana delantera. Cuando el parabrisas cesó su movimiento de izquierda a derecha y viceversa, Joe pudo ver el camino.
Joe movió la palanca de cambios y partió sin ajustarse el cinturón al pecho. Cuando tomó la avenida principal miró las tiendas, pero precisó su mirada en el local de “7 Eleven” y hacía el lugar se dirigió. Antes de entrar al establecimiento, se paró, miró con detenimientro al costado izquierdo y cambió de rumbo. Sus pasos tomaron mayor determinación, esbozó una sonrisa cuando jaló la manecilla de la puerta de ingreso a ‘Petco’, una tienda con artículos para mascotas.
Joe había perdido el trabajo seis meses atrás y desde entonces volvió a las andadas. Al principio se sentó frente al televisor, bebiendo desde que despuntaba el día. De noche iba a la barra del bar de los irlandeses que tenía como dueña a una inmigrante polaca que en sus buenos tiempos retaba a beber a sus clientes. Ella tomaba vodka, mientras los clientes, que en mayor número eran irlandeses o sus descendientes, bebían whisky. Era una buena forma de alentar el negocio.
Al rato Joe salió de ‘Petco’ con una bolsa que decía ‘alimentos para aves’.
Joe había tenido un romance con Eva, la polaca, aunque la primera vez sólo durmieron juntos después de la borrachera que se dieron. Comenzaron días más tarde una relación que de amor no tenía nada, era algo así como la relación de dos seres heridos que se juntan para lamenrse las heridas. De sexo había poco, porque ambos preferían beber.
Eva fue muy tolerante con Joe. Alguna vez lo socorrió en el baño, cuando él se quedó dormido en el toilete, le limpió con su inmenso pañuelo de seda cuando le descubrió que sangraba al defecar. Ella en aquel momento estaba sobría y le rogó a Joe que dejara de beber. Joe no le hizo caso inicialmente y le tapó la boca lanzándole un beso agradecido. Recién reparó en la posibilidad de dejar de beber cuando Tom murió. Joe fue hasta el Funeral Home, ebrio, se acercó al féretro de su amigo y estuvo hablando con aquel cuerpo sin vida por algunos minutos hasta que se desplomó. Por más esfuerzos que hizo no se pudo mantener en pie, se balanceó y cayó, pero al tratar de no caer al piso se abrazó al ataúd y el ataúd se vino con él al piso. A Joe lo sacaron debajo de una corona de flores que se le había venido encima.
Tom, pobre Tom. El amigo se había quedado dormido en el parque, cayó al borde de la banca, llovió, el agua se empozó junto a su rostro y como estaba inconsciente y borracho no pudo reaccionar y se ahogó. Lo ocurrido creó una conmoción en Joe. Cuantas historias con Tom, habían sido echados de una casa cuando borrachos Joe comenzó a gritar “mi hermana se ahoga, ayúdenla, sálvenla, por favor”. La cara de Joe era un verdadero espanto, se había quedado dormido en el mueble de aquella casa y cuando despertó, gritó pidiendo ayuda y golpeó la puerta de uno de los dormitorios de donde salieron una mujer y su esposo. ‘Mi padre está lejos, cazando, y mi hermana se está ahogando, ayudenla, por favor’, les gritó.
-Aquí no hay nadie más, y por favor no siga, queremos dormir. Por favor, váyase de aquí, retírese-.
Joe volvió a su casa aquel día. Aquel día decidió aceptar lo que su esposa le sugirió, ir a visitar la Asociación de Alcohólicos Anónimos.
Joe fue al centro y dejó de beber por algunos días. Junto a quienes trataban de dejar de beber le costó aceptar -quizás nunca lo aceptó- que estaba enfermo. Sin embargo, Joe destacó en el centro con su buen humor. El hecho de haberse limpiado con un inmenso pañuelo de seda, luego de haberse quedado dormido en un baño y con la historia de su rescate debajo de un ataúd, se ganó la simpatía de sus compañeros. Todos, además, se animaron a contar sus propias historias y pasaron un buen rato. Habían algunos que habían pasado por la misma situación en un baño y habían terminado limpiándose el trasero con un pañuelo o un par de medias, cuando no encontraron papel por ningún lado.
A Joe le gustó el centro de atención y ayuda para alcohólicos, al principio, pero después como que cayó en una fuerte depresión. Temblaba y jamás pudo mantener la mirada directamente a los ojos de su interlocutor. Se sentía culpable de su cobardía, de su falta de valor y volvió a beber al cabo de algunas semanas.
Alguna vez llegó al bar manejando, cuando se bajó, apenas podía mantenerse en pie, descansó unos minutos y al despestar se encontró con un policía alcohólico con quien siguió bebiendo. El policía lo socorrió y se lo llevó hasta su casa, tocó la puerta con fuerza y lo dejó tirado en el lugar. Al día siguiente Joe no supo como había llegado a su cama, donde durmió con zapatos y con toda la ropa encima.
Joe sonrió al salir de la tienda de Petco, puso su carga en el asiento posterior de su destartalado auto Chevrolet y después de limpiar con sus manos el resto de la luna delantera que seguía sucia se sentó al volante. Limpió sus manos en sus pantalones y prendió el motor.
Tomó la avenida central y cruzando varios pueblos llegó hasta un lago donde habían algunas bancas. Los graznidos que hacían los gansos que nadaban en el lago fue ensordecedor. Parqueó su Chevrolet, esta vez quitó la llave del tablero cuando apagó el motor y se lo metió al bolsillo. Abrió la puerta de atrás y sacó la inmensa bolsa con comida para aves. Con su carga llegó a una de las bancas, la puso en el asiento y se sentó. Abrió la bolsa y sacó unos granos que contó, eran doce, como la edad de Margaret, el día que murió. Tiró los granos de inmediato, como sí le quemaran la mano. En el estanque pudo ver como los gansos se avalanzaban tras la comida. Como empezaron a pelearse por lo poco que había, Joe fue sacando la comida y lo tiraba compulsivo. Uno de los gansos se atrevió a salir del pequeño lago y se acercó a la banca de Joe, otro ganso le siguió y cuando Joe tiró los granos comenzaron a tratar de ganarse lo que había en el piso. Joe rió con lo que veía, algunos gansos llegaron volando directamente al agua y al ver a Joe tirando la comida, nadaron de prisa hasta el borde, donde Joe estaba sentado. Joe se paró y tiró los granos, cada vez más lejos al principio, luego más cerca y se complacía al ver como los gansos se movían. Los más atrevidos se acercaron a la bolsa y metieron el pico para alcanzar el alimento. Joe los ahuyentó. Riendo, cansado, Joe se sentó. Vio entonces como los gansos volvían al agua. El ganso que se acercó a Joe buscó a otro y se subió encima, era una hembra con la que copuló. Luego, el ganso se sentó a descansar, mostrando su sexo satisfecho y flácido. Joe rió con ganas hasta que una lágrima llegó a sus ojos.
Recordó que alguna vez fue a cazar y no le atinó a nada. El día estaba radiante y soleado. Su padre le reprendió por gastar las balas y por espantar a los gansos que habían llegado al lago. Cuando su padre se alejó y fue en busca de los gansos para cazarlos, Joe se quedó con su hermana, quien le retó a nadar en el lago. Con ocho años, Joe no se atrevió a tirarse y sólo mojó sus pies en el agua, aquel día que vio con lágrimas en los ojos como Margaret se perdió de su vista sin que el pudiera gritar.
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