A un hombre burlado por su amada se le exige revancha.
Envuelto en el conflicto opta por revelarse como lo que en esencia es, un
hombre que sufre, pero ama. Esa es la premisa del relato ‘Lupuna’ escrito por el peruano
Juan Ochoa. En esencia, el escritor dice que ‘el amor no es vengativo y es
capaz de sacrificarse’. (1)
Desde el inicio sabemos que el personaje principal se mueve
en el mundo mágico de la selva amazónica. Pueblan ese mundo: árboles, animales,
hombres y también están las deidades y los demonios. Todos ellos interactúan en
ese universo de alguna manera.
Juan Ochoa recoge una serie de leyendas selváticas para
adaptarlas a su relato. La lupuna es un árbol inmenso, lleno de agujeros que
parecen ombligos, los pobladores de la selva creen que esta maldito. Algunos
dicen que basta enterrar la pisada de un hombre en el tronco para que muera al
poco tiempo. El chullachaqui es el demonio, algunos creen que ha sido el
culpable de la desaparición de muchos niños, se presenta como alguien familiar,
pero con un pie deforme. Los brujos en la selva son los médicos que curan a los
dolidos. Se cree en la madre selva y que puede variar de fisonomía, en algunas
zonas se puede presentar como una hembra búfea (delfín rosado) que tomando la
apariencia de una mujer, sale del río para seducir a los hombres. En la cópula
es inolvidable por su sexo absorbente. Los animales tienen un nombre peculiar,
los cashacuchillos son los puerco espines, la yacumama es la gran boa
constrictor de dimensiones insospechadas que vive en el lecho del río. Ochoa
habla de los búhos, los selváticos también las conocen como urcututos. Valiéndose
de este mundo mítico, el escritor reconstruye su pequeño universo y nos narra
una historia maravillosa.
Un hombre enamorado sufre, su amada se ha ido con otro y
para tenerla de regreso busca consejo, primero del brujo o chamán y luego de la
madre selva, pero ellos exigen justicia sin piedad. El árbol torcido no se
endereza. El hombre se muestra noble y sabe que puede optar con libertad e
indulgencia, porque apela al verdadero amor. El escritor será guiado sin
titubeos hacía esa verdad (2).
Ochoa da cuenta de lo siguiente: un brujo de la aldea
aconseja que hay que cumplir con la venganza, hay que darle una lección a la mujer
adúltera. Ella no puede estar riéndose burlonamente del marido tras su acto
reprochable. De un tronco tiene que salir un demonio para ejecutarla. El
demonio se llama chullachaqui y como característica principal tiene los pies
deformes.
En un tronco maldito anida el hijo de sátanas que es el que
se encarga de tomar justicia. Ese árbol se llama lupuna, es el mismo árbol de
cuyo madera se hace los ataúdes de los brujos a quienes se les arroja al río
donde se hunden y son tragados por las yacumamas.
Ahí en la lupuna anidan algunas aves misteriosas, los búhos
o urcututos que esperan la noche para salir de rapiña. Los otorongos negros
llegan también a rascarse los lomos y hacerse inmunes a las balas de los
cazadores.
El brujo recomienda que el burlado lupuneé a su mujer. Así
es como se da justicia en la selva, sin piedad, de lo contrario no podremos
tener y gozar de la belleza enmarañada de la selva. La naturaleza avanza
inmisericorde.
Lupunear entonces significa enterrar una fotografía de la adúltera
en un orificio del árbol, su muerte vendrá luego de manera irremediable y
dolorosa.
Es el castigo que se da en la selva desde tiempos inmemoriales
nos recuerda el escritor. A los españoles
que llegaron a saquear se les hacía justicia de esa manera. Los sacerdotes que
desobedecían sus votos de castidad y se acostaban con las mujeres de los
nativos, se les sometía también a la ley de la selva. Muchos terminaron envueltos
en lanzas y flechas como si fueran una bola de púas.
El burlado decide buscar el consejo de la madre de la selva.
Ante ella se confiesa que amó a su mujer. Se siente indeciso de aceptar los
consejos del brujo, pero también se siente dolido con lo ocurrido.
La consejera madre selva no duda en su morada a la orilla
del río y, en plena oscuridad, recomienda también hacer justicia. Al emitir su
sentencia, en el mundo donde es la reina, todos obedecen o se paralizan: los
delfines búfeos dejan de nadar, las aves dejan de cantar. ‘Acepta la decisión,
purifícate’, ordena la mayor justiciera.
Más allá un joven árbol de lupuna parece relamerse esperando
al demandante.
El burlado sigue meditando y decide, se acerca al árbol, le
abre un orificio en el tronco y ahí entierra una fotografía. Oímos estonces
como el demonio que vive en el tronco horrendo ríe groseramente, pero el marido
engañado se orina ante él, no de miedo, con desprecio.
Luego el personaje vuelve a casa para esperar el desenlace.
Mientras espera la llegada del demonio chullachaqui prepara el ataúd, esta vez
de capirona, una madera más noble en la selva y se encomienda a la imagen redentora
de un Cristo.
Mientras yace en su lecho marital abandonado, tres días
después efectivamente el chullachaqui llega. Lo imaginamos horrendo, sale del tronco
para tomar su apariencia, olfatea como perro y llega hasta donde mora el mismo
ser que observa en la foto. El chullachaqui esta extrañado, pero mira con
admiración a su víctima. La víctima derrama entonces su sangre incluso por sus
uñas, es como si hubiese recibido un mordisco de shushupe, la más venenosa y feroz
víbora de la selva.
El demonio esta atónito, no es a la mujer a quien dio
muerte, es el propio marido burlado.
La madre selva llora desconsolada, el árbol sigue gestando
su feto satánico, las hormigas se meten al tronco y se comen la fotografía
abandonada. (Me di el trabajo de reescribir el cuento casi en su totalidad,
para que vean asimismo la diferencia entre un lenguaje informativo y literario).
El relato tiene más detalles, un detalle invisible que te
impulsa a releer. Pese al sorprendente final, pese a saber el desenlace, la
historia tiene algo más. Es la genialidad de la premisa que el escritor se ha
guardado como ‘as’ debajo de la manga, lo que empuja a la relectura. El lector
se pregunta: ¿qué hay en este cuento que me conmina a releer? La premisa hace
que este relato sea de antología.
No sé si el escritor conoce cómo funcionan las premisas, si
lo sabe, en buena hora. Si no lo sabe y trabaja por intuición, genial,
demuestra que tiene talento. En el caso del relato, el amor decidido vence, va
más allá de la revancha, pasa a una dimensión superior. El cuento no es un
tratado filosófico, el escritor no da clases de moral, si así fuera tendría que
explicar si el suicidio es aparente o no y en ese caso dejaría de motivarnos a
leer su trabajo. El escritor tiene que ser consciente de lo que nos quiere
contar, si para el autor, el amor no es vengativo, debe demostrarlo. Quizás
para otro escritor el amor puede ser destructivo y si trabaja ese tema, debe también
demostrarlo.
Un dato final, un escritor nunca empieza con la premisa,
sólo se dedica a escribir. De pronto cuando tiene una historia y quiere darle
la trascendencia universal es cuando tiene que pensar en eso de ¿cúal es el
tema de fondo de mi relato. De qué trata realmente mi cuento (o film)?
(1) Insisto con la premisa, la premisa es la
idea (invisible) sobre la que se construye una historia. Es la base sobre la
que levantamos una obra de ficción. Si la base de una casa es sólida nada la
traerá abajo. Para el escritor la premisa es también la quilla o esqueleto
sobre la que se construye un barco. Todo se subordina a esa idea. La idea se
vuelve tiránica. Para más ejemplos, es la copa en la que se vierte el vino.
Para el lector, el vino es suficiente, para el escritor todo tiene que estar en
su dominio si desea lograr una historia redonda. Es el único que puede ver la
forma invisible de la copa.
( (2) Ejemplos de premisas: *Ni el más punitivo lugar
puede acabar con el espíritu humano, la novela se hizo película, todos
recordamos a Jack Nicholson en ‘Atrapado sin salida’. **El coraje nos lleva a
la redención liberadora de todo. Ernest Hemingway lo abordó en “El viejo y el
mar”. ***Un amor ilícito nos lleva a la muerte, lo probó Gustav Flaubert en
“Madame Bovary”.