A la sombra de un árbol se han contado muchas historias y a
la sombra de una higuera se han escrito algunas muy antiguas. En la Biblia,
Marcos refiere el de la higuera sin frutos que molestó a Jesús quien andaba
hambriento y que el buen cronista recogió para dejar a los cristianos desconcertados
hasta hoy. Me arriesgo a decir que sólo se trató de un fastidio expresado en
voz alta.
Más tarde, en la Biblia también, Lucas contó otra historia
de la higuera, sacando del contexto a Jesús y dando al árbol una nueva
oportunidad para dar frutos. Había que abonarla y esperar hasta la próxima
primavera.
El orientalista alemán, Gustav Wiel, recogió en Egipto “la
historia de los dos que soñaron” que Paulo Coelho tomó con astucia para
escribir “El alquimista’. Conociendo la historia del alemán jamás he podido
leer con agrado lo escrito por el brasilero. La historia de Wiel la he leído
muchas veces en la antología de literatura fantástica hecha por el argentino Jorge
Luis Borges.
La recuerdan sin duda, bajo una higuera, un hombre de El
Cairo cae rendido y duerme. En sueños recibe el mensaje de ir a Persia-Isfaján donde
el heraldo le dice que encontrará su fortuna. Al llegar cansado a Isfaján
vuelve a dormirse rendido en una mezquita, pero en la casa vecina se produce un
robo, los ladrones huyen al ser vistos por los vecinos que gritan por ayuda. Al
único que detienen es al visitante extranjero que luego es llevado ante el
juez. Este opta por contar la verdad y el juez ríe porque él también sueña y
nunca cree en la insensatez de que bajo una higuera en una vieja casa de El
Cairo pueda haber un tesoro enterrado. El detenido entiende que la casa egipcia
es realmente su casa, vuelve y precisamente encuentra lo escondido que lo vuelve
rico.
Annie Proulx también escribió un relato nada creíble de una árbol
que es adoptado por una familia huérfana de hijos y que comienza a ser
alimentado como un ser humano, convirtiéndose luego en un ser caníbal que
comienza a desaparecer a todo aquel que se asoma a sus ramas.
Sin duda hay más historias, pero acabo de leer por tercera
vez el relato ‘Isaac y su higuera’ y sigo encantado. Angeles Mastreta ha encontrado
una bonita forma de narrar sus historias. Cuentan que cuando su hija enfermó, la
escritora mexicana le relataba cuentos a su pequeña mientras se recuperaba, de
esa experiencia nació ‘Mujeres de ojos grandes’.
No hay nada más tierno que contarle cuentos a un niño o a
alguien y es precisamente lo que hace Mastreta en su libro titulado ‘Maridos’
donde Julia Corzas juega ajedrez con su tercer esposo y tras cada jugada le va
contando historias. El cónyuge seducido por la voz de su mujer sueña que algún
día ella le cuente la historia de los dos.
En ese conjunto de relatos que se leen con rápidez por la
agilidad de la narración, el que destaca -desde mi punto de vista- es ‘Isaac y
su higuera’. Alguien dirá, olvidas el relato titulado ‘Cana’ donde se habla
precisamente de una cana indiscreta y primeriza en el pubis de una de los cónyuges.
Se sumará alguien más a decir y por qué no el relato que cuenta del reloj
olvidado en un hotel tras un encuentro sexual pasajero de una pareja. O del
juanete odioso que parece un volcán en los pies de una mujer bella. Otro podría
decir que le encantó la fortaleza de esas mujeres que tras alumbrar, criar,
educar y ver casados a los hijos, casi abuelas –ahora sí- se lanzan a cumplir
su sueño de ser ingeniera o médico. Y de ese marido insensato que llega a ver a
su mujer durante la difícil labor de parto para quejarse de haber tenido un día
inimaginable.
Insisto, me quedo con ‘Isaac y su higuera’ no sólo porque
trata precisamente de lo que vengo escribiendo, las historias que se gestan
debajo de un árbol sin frutos o con higos, sino por los más matices que me da.
Es una historia que se gesta en oriente, en el Líbano, donde
Isacc se enamora de una mujer hermosa, pero sabe que ‘esa joya tiene que engarzarse
en oro y no en baratija’. Resignado se despide en la higuera y parte a México,
donde su amigo del alma espera. A Benjamín le cuenta de ella. Este amigo del
alma tiene la posibilidad de volver al Líbano y por fortuna del destino conseguir
a la dama. Esther tiene una hermana menor a quien deja comprometida con la
esperanza de llevarla con ella. Los viajes sólo se hacían entonces por barco. En
el recorrido, el amigo muere, pero logra escribir un último pedido: Isaac debe
desposar a la dama. Se cumple entonces con el sueño del primero. Envejecen y
pierden contacto con oriente, el sueño de Esther de contar con su hermana no
desmaya. La nieta se convierte en una especialista del medio oriente y se
compromete con un joven, quien resulta ser el nieto también de la hermana menor,
Abigail. Se cumple entonces con todos los deseos. Abigail recuerda a Isaac, Esther
le dice, es verdad, mi marido es el mismo hombre que se despidió en la higuera.
El relato es redondo y esta escrito con buen pulso.
Para terminar, yo también tenía un tesoro. Un árbol, claro. Un ciruelo agrio. Hoy, a la distancia, sus frutos me saben dulces.
Para terminar, yo también tenía un tesoro. Un árbol, claro. Un ciruelo agrio. Hoy, a la distancia, sus frutos me saben dulces.
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