Sunday, November 23, 2014

A la sombra de la higuera.


A la sombra de un árbol se han contado muchas historias y a la sombra de una higuera se han escrito algunas muy antiguas. En la Biblia, Marcos refiere el de la higuera sin frutos que molestó a Jesús quien andaba hambriento y que el buen cronista recogió para dejar a los cristianos desconcertados hasta hoy. Me arriesgo a decir que sólo se trató de un fastidio expresado en voz alta.

Más tarde, en la Biblia también, Lucas contó otra historia de la higuera, sacando del contexto a Jesús y dando al árbol una nueva oportunidad para dar frutos. Había que abonarla y esperar hasta la próxima primavera.

El orientalista alemán, Gustav Wiel, recogió en Egipto “la historia de los dos que soñaron” que Paulo Coelho tomó con astucia para escribir “El alquimista’. Conociendo la historia del alemán jamás he podido leer con agrado lo escrito por el brasilero. La historia de Wiel la he leído muchas veces en la antología de literatura fantástica hecha por el argentino Jorge Luis Borges.

La recuerdan sin duda, bajo una higuera, un hombre de El Cairo cae rendido y duerme. En sueños recibe el mensaje de ir a Persia-Isfaján donde el heraldo le dice que encontrará su fortuna. Al llegar cansado a Isfaján vuelve a dormirse rendido en una mezquita, pero en la casa vecina se produce un robo, los ladrones huyen al ser vistos por los vecinos que gritan por ayuda. Al único que detienen es al visitante extranjero que luego es llevado ante el juez. Este opta por contar la verdad y el juez ríe porque él también sueña y nunca cree en la insensatez de que bajo una higuera en una vieja casa de El Cairo pueda haber un tesoro enterrado. El detenido entiende que la casa egipcia es realmente su casa, vuelve y precisamente encuentra lo escondido que lo vuelve rico.

Annie Proulx también escribió un relato nada creíble de una árbol que es adoptado por una familia huérfana de hijos y que comienza a ser alimentado como un ser humano, convirtiéndose luego en un ser caníbal que comienza a desaparecer a todo aquel que se asoma a sus ramas.

Sin duda hay más historias, pero acabo de leer por tercera vez el relato ‘Isaac y su higuera’ y sigo encantado. Angeles Mastreta ha encontrado una bonita forma de narrar sus historias. Cuentan que cuando su hija enfermó, la escritora mexicana le relataba cuentos a su pequeña mientras se recuperaba, de esa experiencia nació ‘Mujeres de ojos grandes’.

No hay nada más tierno que contarle cuentos a un niño o a alguien y es precisamente lo que hace Mastreta en su libro titulado ‘Maridos’ donde Julia Corzas juega ajedrez con su tercer esposo y tras cada jugada le va contando historias. El cónyuge seducido por la voz de su mujer sueña que algún día ella le cuente la historia de los dos.

En ese conjunto de relatos que se leen con rápidez por la agilidad de la narración, el que destaca -desde mi punto de vista- es ‘Isaac y su higuera’. Alguien dirá, olvidas el relato titulado ‘Cana’ donde se habla precisamente de una cana indiscreta y primeriza en el pubis de una de los cónyuges. Se sumará alguien más a decir y por qué no el relato que cuenta del reloj olvidado en un hotel tras un encuentro sexual pasajero de una pareja. O del juanete odioso que parece un volcán en los pies de una mujer bella. Otro podría decir que le encantó la fortaleza de esas mujeres que tras alumbrar, criar, educar y ver casados a los hijos, casi abuelas –ahora sí- se lanzan a cumplir su sueño de ser ingeniera o médico. Y de ese marido insensato que llega a ver a su mujer durante la difícil labor de parto para quejarse de haber tenido un día inimaginable.

Insisto, me quedo con ‘Isaac y su higuera’ no sólo porque trata precisamente de lo que vengo escribiendo, las historias que se gestan debajo de un árbol sin frutos o con higos, sino por los más matices que me da.

Es una historia que se gesta en oriente, en el Líbano, donde Isacc se enamora de una mujer hermosa, pero sabe que ‘esa joya tiene que engarzarse en oro y no en baratija’. Resignado se despide en la higuera y parte a México, donde su amigo del alma espera. A Benjamín le cuenta de ella. Este amigo del alma tiene la posibilidad de volver al Líbano y por fortuna del destino conseguir a la dama. Esther tiene una hermana menor a quien deja comprometida con la esperanza de llevarla con ella. Los viajes sólo se hacían entonces por barco. En el recorrido, el amigo muere, pero logra escribir un último pedido: Isaac debe desposar a la dama. Se cumple entonces con el sueño del primero. Envejecen y pierden contacto con oriente, el sueño de Esther de contar con su hermana no desmaya. La nieta se convierte en una especialista del medio oriente y se compromete con un joven, quien resulta ser el nieto también de la hermana menor, Abigail. Se cumple entonces con todos los deseos. Abigail recuerda a Isaac, Esther le dice, es verdad, mi marido es el mismo hombre que se despidió en la higuera.

El relato es redondo y esta escrito con buen pulso.

Para terminar, yo también tenía un tesoro. Un árbol, claro. Un ciruelo agrio. Hoy, a la distancia, sus frutos me saben dulces.

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