Thursday, November 7, 2013

El amor empieza en la carne (Comentario)

El escritor peruano Juan Ochoa López definió su novela 'El amor empieza en la carne' como un thriller amazónico. El termino thriller se ha puesto de moda, no hay duda, pero la historia no sólo nos da el suspenso que nos emociona, nos trae mucho más, como les iré contando.
Para comenzar les diré que la novela aborda un triángulo amoroso que pone en contrapunto a una mujer joven, su amante y un marido muerto. Ese ingrediente de marido muerto que vuelve a la vida le da un sabor mágico y cómico a la novela. ¿Dónde puede ocurrir el hecho de que un marido muerto vuelva a la vida? En Comala o en un rincón de Mexico, responderán algunos. Rulfo se aparece en un momento en la historia, claro, pero Juan Ochoa nos recuerda de inmediato que lo que nos narra ocurre en la selva sorprendente de Perú, en ese lugar que llamamos Amazonía.
Tampoco se trata de doña Flor y sus dos maridos, no, aquí tenemos a Erlita, viuda del viejo Eustaquio Vásquez, que tras la perdida trata de rehacer su vida con el también joven Juan Nephtalí con quien ya estuvo engañando a su marido en vida.
Eustaquio sabe leer los mensajes ocultos que la selva ofrece, el viejo descubre -antes de morir- que su mujer le esta engañando con otro, pues una vibora se ha metido a su cama y tras revelarle lo que ocurre le clava los colmillos filudos y llenos de veneno, razón por la que deja este mundo.
Desde el más allá, el viejo Eustaquio tramará su venganza sobrenatural, entonces decide aparecerse en el camino de su rival vivo. Juan, quien procede de Lima, ya conoce algunos misterios de la selva, defenderá entonces su felicidad presente recurriendo a la espiritualidad mágica de la selva y sus curanderas. Juan cree sentir amor por Erlita de quien ya ha probado su carne -como reza el titulo- y sabe que cuando eso ocurrió todo empezó para su gozo y calvario.

Vayamos a la novela.

La primera página no me gusta. Me cuesta ver a los miembros del jurado del premio Julio Ramón Ribeyro del Banco Central de Reserva del Perú leyendo la entrada. Pienso que pudieron parar ahí y dejar la historia al costado, pero que bueno, hicieron su trabajo y leyeron todas las 177 páginas del libro.
Veo al jurado leyendo la primera página y los veo dudar, pero de pronto creo que se les ocurrió abrir el libro al azar y donde abrieron se encontraron con algo sorprendente.
Jugué también con el libro y me di con la página en donde Ochoa nos cuenta la lucha de los perros salvajes contra los sajinos o jabalíes. A estos cerdos con colmillos y de carne exquisita, el escritor los muestra invadidos de demonios, cuando los perros los persiguen también los exorcizan, los demonios huyen, suben a los maldecidos árboles lupuna.
Se me ocurre pensar en los hobbits peleando con los trolls o los goblins camino a la montaña. Juan Ochoa es un escritor insertado en la sociedad y el mundo globalizado y sin duda debe de haber gozado del mundo creado por Tolkien y recreado por Jackson, pues en esta parte de la historia no dejé de ver algo de eso.
Convencido que tenemos una novela interesante, se me ocurre volver a leer la historia desde el principio.
Juan Ochoa entra a puntillas a la selva y se agarra de una pequeña hormiga traviesa. El la llama curuhinse (con esa vocal final le quita la dulzura del sonido con que yo conozco al insecto curuhuinsi).
Precisa el escritor que escogió su entrada inicial copiando lo que hacen escritores que lo han precedido, Hernández y Rumrill, quienes comienzan sus historias con animales.
Lo cierto es que si pasamos esa primera página, entramos a un mundo mítico, mágico, donde Juan se pule al mostrar el lado erótico con el que siempre hemos imaginado a la selva y su gente.
Juan Ochoa nos lleva a su mundo de la mano de una mujer: Erlita. Una mujer oriunda de la zona y usa el lenguaje como su mejor recurso.
Describe un engaño, una infidelidad, y lo hace de una forma poética, salvaje, animalesca, aunque ese salvajismo se torna tierno. Cito: “Ascendí a ella y noté que seguía temblorosa, aunque dispusta y anhelante. Los jaguares negros bajaron del cielo para meterse en mi alma y en mi boca. Los saludé y los dejé pasar, denme furezas, tigres, como antes”.
No sé cuantas veces leyó Juan Ochoa 'La divina comedia' pues pienso que usa la historia de Dante como un pilar importante para construir su mundo de ficción y -ahora- con mano segura nos invita a ir a la conquista de Erlita y de su selva.
El libro esta lleno de historias, una novela tiene que ser eso, un cúmulo de historias que se van enlazando de manera inteligente para poder atrapar al lector. Juan nos sumerge en ese mundo y juntos vamos a ver a los delfines bufeos, a la serpiente yacumama. Y hay otras historias destacables, les hablé de Juan Rulfo quien también se filtra en esta historia, viene provisto de una máscara desde el purgatorio, se me antoja que el autor de Pedro Páramo anda por ahí. Rulfo llega a beber con Juan una cerveza, se queja del calor y tras hablar de su mundo, Juan el personaje de la novela, le cuenta del suyo: la selva enmarañada que aún no muestra sus palacios porque estan cubiertos de vegetación. Rulfo debe irse y al irse se descubre, es Eustaquio.
Y quién es Eustaquio, nos vamos preguntando. Juan el escritor nos cuenta su historia. Es un tipo que caza y tráfica con pieles, pero también es un ladrón, un mentiroso, con ese gramófono antiguo convence a un dios de la selva para llevarse a su hija, a quien luego abandona por vieja y es entonces cuando decide buscar a la joven y bella Erlita.
Hay varios Juanes en la historia, primero esta el Juan escritor, después esta el Juan personaje y en seguida están los juanes de la selva que hablan de la historia de Juan el bautista, quien como sabemos históricamente murió decapitado y de quien sirven su cabeza en bandeja de plata. Los juanes de arroz envuelto en una hoja de bijao se sirven para celebrar la fiesta de San Juan en toda la selva.
Juan Ochoa comenta que el personaje se llama Juan por toda la historia de la selva y de ninguna manera es su alter ego.
Antes de leer “El amor empieza en la carne' había visto y oído la conferencia que dio Jorge Luis Borges acerca de la pesadilla y lo que el escritor argentino dijo en aquella oportunidad cayó como anillo al dedo para comentar lo siguiente.
Borges dice que los salvajes piensan que sus sueños son episodios de la vigilia. Si alguien sueña que mata a un tigre, cuando despierta piensa que su alma mató a la fiera. Y agrega, los niños y los salvajes se parecen cuando hablan de sus sueños. Cuenta que su sobrino le contó un sueño. El niño estaba perdido en un bosque, pero de pronto descubre un claro, en el lugar hay una casa, en la casa una puerta y por esa puerta sale Borges. El niño se interrumpe en el relato onírico y pregunta, a proposito tío, qué hacías ahí?
Borges agrega que la ficción es la memoria del sueño, y quienes cuentan un sueño -lo escriben diríamos aquí- dan cuenta de todo lo extraño y maravilloso que puede ser un sueño. Cita luego al antiguo senador Boecio quien dice que en todo sueño hay un espectador y otro detrás de este. El espectador ve una carrera de caballos en el coliseo y ve como los caballos llegan a la meta. Tras este espectador hay otro observador, es Dios, quien de un solo vistazo ve todo el sueño: la partida, las vicisitudes de la carrera y la llegada. A nosotros se nos permite en sueños, como sí fueramos un pequeño dios, ver todo.
Lo que deseo decir aquí es que Ochoa nos ha sumergido en su sueño, su vistazo mágico hecho libro, y como somos seres humanos tenemos que hacer el esfuerzo grato de leerlo en cada página. Al concluir nos ha convencido, ese sueño parece real.
Que un muerto llegue del otro mundo -digamos- que hable con los animales y las plantas, todo eso nos parece real porque Ochoa nos ha convencido de eso.
Por ratos sufre, sobre todo cuando trata de explicarnos algo con su prosa. Recuerdo que eso pasa cuando nos habla del manchari (manyari, dice el escritor) que no es otra cosa que susto, pero su lengua recobra su riqueza cuando el escritor decide jugar con las palabras. ¿Cómo andan sus dientes señor caimán? ¿Qué dicen los resfríos señor tucán?
El escritor se permite todo y nosotros los lectores aceptamos eso. De pronto, en esa selva intrincada de sorpresas, donde las almas viajan traspasando todo a una velocidad inmedible, donde las curanderas y el gran soñador que es Juan el personaje piensa que su vida esta siendo una pesadilla y desea despertar, busca la magia, la magia de las plantas, de los ríos, de los animales, ahora viene un circo, qué es la vida a veces si no es un circo, y ahí es donde esta el domador de serpientes quien le extiende una mano.
Es lo que hace Juan Ochoa al escribir su libro, extendernos la mano para invitarnos a leer. Gozarán con la historia y el lenguaje.
Juan, has escrito un libro lindo, felicitaciones.
  

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