El escritor peruano Juan Ochoa López
definió su novela 'El amor empieza en la carne' como un thriller
amazónico. El termino thriller se ha puesto de moda, no hay duda,
pero la historia no sólo nos da el suspenso que nos emociona, nos
trae mucho más, como les iré contando.
Para comenzar les diré que la novela
aborda un triángulo amoroso que pone en contrapunto a una mujer
joven, su amante y un marido muerto. Ese ingrediente de marido muerto
que vuelve a la vida le da un sabor mágico y cómico a la novela.
¿Dónde puede ocurrir el hecho de que un marido muerto
vuelva a la vida? En Comala o en un rincón de Mexico, responderán
algunos. Rulfo se aparece en un momento en la historia, claro, pero
Juan Ochoa nos recuerda de inmediato que lo que nos narra ocurre en
la selva sorprendente de Perú, en ese lugar que llamamos Amazonía.
Tampoco se trata de doña Flor y sus
dos maridos, no, aquí tenemos a Erlita, viuda del viejo Eustaquio
Vásquez, que tras la perdida trata de rehacer su vida con el también
joven Juan Nephtalí con quien ya estuvo engañando a su marido en
vida.
Eustaquio sabe leer los mensajes
ocultos que la selva ofrece, el viejo descubre -antes de morir- que
su mujer le esta engañando con otro, pues una vibora se ha metido a
su cama y tras revelarle lo que ocurre le clava los colmillos
filudos y llenos de veneno, razón por la que deja este mundo.
Desde el más allá, el viejo Eustaquio
tramará su venganza sobrenatural, entonces decide aparecerse en el
camino de su rival vivo. Juan, quien procede de Lima, ya conoce
algunos misterios de la selva, defenderá entonces su felicidad
presente recurriendo a la espiritualidad mágica de la selva y sus
curanderas. Juan cree sentir amor por Erlita de quien ya ha probado
su carne -como reza el titulo- y sabe que cuando eso ocurrió todo
empezó para su gozo y calvario.
Vayamos a la novela.
La primera página no me gusta. Me
cuesta ver a los miembros del jurado del premio Julio Ramón Ribeyro
del Banco Central de Reserva del Perú leyendo la entrada. Pienso que
pudieron parar ahí y dejar la historia al costado, pero que bueno,
hicieron su trabajo y leyeron todas las 177 páginas del libro.
Veo al jurado leyendo la primera página
y los veo dudar, pero de pronto creo que se les ocurrió abrir el
libro al azar y donde abrieron se encontraron con algo sorprendente.
Jugué también con el libro y me di
con la página en donde Ochoa nos cuenta la lucha de los perros
salvajes contra los sajinos o jabalíes. A estos cerdos con colmillos
y de carne exquisita, el escritor los muestra invadidos de demonios,
cuando los perros los persiguen también los exorcizan, los demonios
huyen, suben a los maldecidos árboles lupuna.
Se me ocurre pensar en los hobbits
peleando con los trolls o los goblins camino a la montaña. Juan
Ochoa es un escritor insertado en la sociedad y el mundo globalizado
y sin duda debe de haber gozado del mundo creado por Tolkien y
recreado por Jackson, pues en esta parte de la historia no dejé de
ver algo de eso.
Convencido que tenemos una novela
interesante, se me ocurre volver a leer la historia desde el
principio.
Juan Ochoa entra a puntillas a la selva
y se agarra de una pequeña hormiga traviesa. El la llama curuhinse
(con esa vocal final le quita la dulzura del sonido con que yo
conozco al insecto curuhuinsi).
Precisa el escritor que escogió su
entrada inicial copiando lo que hacen escritores que lo han
precedido, Hernández y Rumrill, quienes comienzan sus historias con
animales.
Lo cierto es que si pasamos esa primera
página, entramos a un mundo mítico, mágico, donde Juan se pule al
mostrar el lado erótico con el que siempre hemos imaginado a la
selva y su gente.
Juan Ochoa nos lleva a su mundo de la
mano de una mujer: Erlita. Una mujer oriunda de la zona y usa el
lenguaje como su mejor recurso.
Describe un engaño, una infidelidad, y
lo hace de una forma poética, salvaje, animalesca, aunque ese
salvajismo se torna tierno. Cito: “Ascendí a ella y noté que
seguía temblorosa, aunque dispusta y anhelante. Los jaguares negros
bajaron del cielo para meterse en mi alma y en mi boca. Los saludé y
los dejé pasar, denme furezas, tigres, como antes”.
No sé cuantas veces leyó Juan Ochoa
'La divina comedia' pues pienso que usa la historia de Dante como un
pilar importante para construir su mundo de ficción y -ahora- con
mano segura nos invita a ir a la conquista de Erlita y de su selva.
El libro esta lleno de historias, una
novela tiene que ser eso, un cúmulo de historias que se van
enlazando de manera inteligente para poder atrapar al lector. Juan
nos sumerge en ese mundo y juntos vamos a ver a los delfines bufeos,
a la serpiente yacumama. Y hay otras historias destacables, les hablé
de Juan Rulfo quien también se filtra en esta historia, viene
provisto de una máscara desde el purgatorio, se me antoja que el
autor de Pedro Páramo anda por ahí. Rulfo llega a beber con Juan
una cerveza, se queja del calor y tras hablar de su mundo, Juan el
personaje de la novela, le cuenta del suyo: la selva enmarañada que
aún no muestra sus palacios porque estan cubiertos de vegetación.
Rulfo debe irse y al irse se descubre, es Eustaquio.
Y quién es Eustaquio, nos vamos
preguntando. Juan el escritor nos cuenta su historia. Es un tipo que
caza y tráfica con pieles, pero también es un ladrón, un
mentiroso, con ese gramófono antiguo convence a un dios de la selva
para llevarse a su hija, a quien luego abandona por vieja y es
entonces cuando decide buscar a la joven y bella Erlita.
Hay varios Juanes en la historia,
primero esta el Juan escritor, después esta el Juan personaje y en
seguida están los juanes de la selva que hablan de la historia de
Juan el bautista, quien como sabemos históricamente murió
decapitado y de quien sirven su cabeza en bandeja de plata. Los
juanes de arroz envuelto en una hoja de bijao se sirven para celebrar
la fiesta de San Juan en toda la selva.
Juan Ochoa comenta que el personaje se
llama Juan por toda la historia de la selva y de ninguna manera es su
alter ego.
Antes de leer “El amor empieza en la
carne' había visto y oído la conferencia que dio Jorge Luis Borges
acerca de la pesadilla y lo que el escritor argentino dijo en aquella
oportunidad cayó como anillo al dedo para comentar lo siguiente.
Borges dice que los salvajes piensan
que sus sueños son episodios de la vigilia. Si alguien sueña que
mata a un tigre, cuando despierta piensa que su alma mató a la
fiera. Y agrega, los niños y los salvajes se parecen cuando hablan
de sus sueños. Cuenta que su sobrino le contó un sueño. El niño
estaba perdido en un bosque, pero de pronto descubre un claro, en el
lugar hay una casa, en la casa una puerta y por esa puerta sale
Borges. El niño se interrumpe en el relato onírico y pregunta, a
proposito tío, qué hacías ahí?
Borges agrega que la ficción es la
memoria del sueño, y quienes cuentan un sueño -lo escriben diríamos
aquí- dan cuenta de todo lo extraño y maravilloso que puede ser un
sueño. Cita luego al antiguo senador Boecio quien dice que en todo sueño
hay un espectador y otro detrás de este. El espectador ve una
carrera de caballos en el coliseo y ve como los caballos llegan a la
meta. Tras este espectador hay otro observador, es Dios, quien de un
solo vistazo ve todo el sueño: la partida, las vicisitudes de la
carrera y la llegada. A nosotros se nos permite en sueños, como sí
fueramos un pequeño dios, ver todo.
Lo que deseo decir aquí es que Ochoa
nos ha sumergido en su sueño, su vistazo mágico hecho libro, y como
somos seres humanos tenemos que hacer el esfuerzo grato de leerlo en cada
página. Al concluir nos ha convencido, ese sueño parece real.
Que un muerto llegue del otro mundo
-digamos- que hable con los animales y las plantas, todo eso nos
parece real porque Ochoa nos ha convencido de eso.
Por ratos sufre, sobre todo cuando
trata de explicarnos algo con su prosa. Recuerdo que eso pasa cuando
nos habla del manchari (manyari, dice el escritor) que no es
otra cosa que susto, pero su lengua recobra su riqueza cuando el
escritor decide jugar con las palabras. ¿Cómo andan sus dientes
señor caimán? ¿Qué dicen los resfríos señor tucán?
El escritor se permite todo y nosotros
los lectores aceptamos eso. De pronto, en esa selva intrincada de
sorpresas, donde las almas viajan traspasando todo a una velocidad
inmedible, donde las curanderas y el gran soñador que es Juan el
personaje piensa que su vida esta siendo una pesadilla y desea
despertar, busca la magia, la magia de las plantas, de los ríos, de
los animales, ahora viene un circo, qué es la vida a veces si no es
un circo, y ahí es donde esta el domador de serpientes quien le
extiende una mano.
Es lo que hace Juan Ochoa al escribir
su libro, extendernos la mano para invitarnos a leer. Gozarán con la
historia y el lenguaje.
Juan, has escrito un libro lindo,
felicitaciones.
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