-Un perro puede ser buda? Pregunta el
joven discípulo.
-Mu- responde el maestro budista.
Este es una de las koans más famosas
en el budismo Zen y tiene otras traducciones, usaré esta que es
personal. Un koan es un enunciado, una pregunta que genera una gran
duda. Sorprende porque lo que se dice es o parece ilógico, absurdo,
vanal.
Con el enunciado, un maestro puede llegar a saber el grado de
progreso de su alumno y darse cuenta del momento de su despertar.
Hay muchos koans, quizás uno también
famoso sea este
-Cuál es el sonido de dos manos?
-El aplauso.
-Entonces, cuál es el sonido de una
mano?
… Para pensarlo, no es cierto?
Lo que he aprendido de los koans es que
te ayudan a fijar tu mente en un solo punto. Todos sabemos que la
mente tiene como función principal pensar y lo hace sin parar. Es
como la función de un manantial inagotable de donde brota agua en
cada momento, así es la mente humana.
Sin embargo, con la meditación uno
puede llegar a tener control de los pensaminetos. Control en el
sentido de no dejarse ganar por una mente que piensa y piensa a
borbotones y hace que cada uno de nosotros actue sin gobierno propio.
Los budistas suelen graficar una mente descontrolada con la imagen de
unos monos saltando por doquier haciendo lo que se les viene en gana.
Y haciendo de nosotros unos meros seguidores de los monos*.
Meditando hay que poner primero nuestra
atención en el acto de respirar, poco a poco podremos ir viendo el
comportamiento descontrolado de esos monos que se descuelgan de la
mente y hacen lo que se les antoja.
Muchos critican la meditación y lo
hacen en muchos casos por desconocimiento. Como nunca han puesto
atención a sus pensamientos desconocen de lo que hablo. No es tan
fácil precisar la mente en la respiración, precisamente por culpa
de nuestros pensamientos descontrolados. Además, al descontrol se
junta también el cuerpo humano en sus distintas zonas. Mientras tratamos de
fijar nuestra atención mental, de pronto descubrimos que nos pica
aquí, nos duele acá y es entonces cuando perdemos el foco de
atención. Meditar es un reto, más todavía al principio.
Lo que acabo de ver es que dándole a
la mente un koan en que pensar, la mente calmada (con la respiración
inicial, sin duda) llega a fijarse mejor y de pronto le forzamos (uso
este término un poco para graficar lo que les digo) a que la mente
observe un koan.
Los budistas Zen dicen que cada uno de
nosotros debería buscar un koan en el que pensar siempre.
Acabo de descubrir que el koan que se
presta mejor en mis meditaciones es el siguiente
*Un alumno viene con una vela
encendida.
El maestro al verlo, le pregunta
-De dónde procede la luz de esa vela?
El alumno que ha logrado cierto grado
de crecimiento y va camino a despertar apaga la vela y contesta
-Maestro, le respondo sí usted me
dice a dónde se fue la luz que acabo de soplar.
Cuando leí el enunciado, llamó mi
atención, Cuando medito es lo que viene a mi mente.
Lo que hago es sentarme o acostarme a
respirar hasta lograr cierto control de mis pensamientos. En cuanto
noto que voy por buen camino, 'fuerzo' a mi mente a ahondar en
el diálogo de maestro y alumno, en ese que acabo de contarles: La
luz de la vela.
Es difícil enunciar las respuestas,
porque en el grado de concentración que uno logra al meditar, las
respuestas suelen ir más allá de la vela, más allá de la luz. Uno
entra en un viaje sorprendente de aclaración infinita. Hay que
forzar a la mente a hacer el viaje, a intentar esa iluminación.
Satori es el término con el que
describen los budistas Zen a este proceso. Uno ve más allá de lo
que perciben nuestros sentidos. Y no sólo es calma lo que se
encuentra, es luz, entedimiento, sabiduría.
Sé que muchos critican la meditación
porque se ha puesto tan de moda, que todos se acercan a ella, sólo
para buscar paz, calma. Lo logran, claro, pero en cuanto haya algo
que provoca y da la voz de alarma, ese sentimiento de calma y paz
se trastoca, se hace irrespirable.
En esto hay charlatanes, sin duda. Y
con el sufrimiento y el dolor ajeno se están llenando los bolsillos.
Ojalá yo no este pecando de ser uno de
ellos. En mi esencia sé que no es así. Mi propósito es ayudar.
Leyendo algunos ensayos de D. T. Susuki
encontré explicaciones que aclaran lo que les vengo diciendo.
Satori es la esencia del budismo Zen y
consiste en adquirir un nuevo punto de vista de la vida y de las
cosas en general. Para llegar a la esencia tenemos que renunciar a
nuestros hábitos ordinarios de pensamiento y tenemos que ir allá
pese a las dificultades, venciendo tormentas que se presenten.
Satori puede ser definido también como
una intuitiva vista dentro de la naturaleza de las cosas en
contradicción de la lógica y el analítico entendiemiento de todo
eso. Le vamos a dar a la mente un nuevo mundo, el mismo que no se
puede percibir con nuestra mente confundida y dualística a la que
estamos acostumbrados. Cuando se logra el satori, la satisfación es
más amplia que el dar con la solución de un problema matemático,
es amplísimo, revolucionario, purificante y exacto. Si tú tratas de
encontrar a Buda (Buda no es el gordito al que el mundo comercial nos
ha acostumbrado a ver, no), tú debes mirar dentro de tu propio
naturaleza, por eso uno tiene las ayudas de las koans, las
repeticiones y los preceptos que suelen dar los maestros. Pero hay
que ir más allá, de lo contrario sólo estaremos inmersos en la
recopilación de información que sirve para decir sé de esto y de
aquello.
Para hallar el satori hay caminos
(budismo para mi es también camino para alcanzar algo) que pueden
resultar sorprendentes. Están las koans y están los pequeños
detalles que se pueden llenar de hondo significado.
Un ser humano busca su camino mordiendo
una rama.
-¿Cómo es posible que haya llegado
ahí?
Tiene que contestar, debe de hacerlo
gritando.
El ser humano que en este caso es un
monje no puede dejar de sonreír por lo absurdo del enunciado, es
entonces que suelta la rama y encuentra su satori.
Un hecho que también me ha dado que
pensar es el siguiente.
Hay un inmenso lago que tiene sus aguas
muy quietas, de pronto una piedra cae en el medio de la misma y
genera pequeñas olas que van haciendo un sin número de
circunferencias.
¿Quién tiró la piedra, cuál fue el
propósito de que tirara la piedra?.
Bueno, recuerdan cómo suena una sola
mano.
Denle un chasquido a su dedo pulgar y
medio y quizás logren alcanzar una respuesta.
*Cuando hablo de controlar a los monos que saltan por doquier no estoy hablando de bloquear, de cortar o de hacer el esfuerzo para terminar con sus acciones, no. De lo que hablo aquí es de observarlos con atención, con aceptación, con hondo sentido compasivo. Son nuestros propios monos y suelen tener ese comportamiento por nuestra propia falta de paciencia. Saltan alocadamente porque representan nuestra ira, nuestra envidia, el odio, la ansiedad y tantas otras cosas negativas que sentimos y experimentamos.
*Cuando hablo de controlar a los monos que saltan por doquier no estoy hablando de bloquear, de cortar o de hacer el esfuerzo para terminar con sus acciones, no. De lo que hablo aquí es de observarlos con atención, con aceptación, con hondo sentido compasivo. Son nuestros propios monos y suelen tener ese comportamiento por nuestra propia falta de paciencia. Saltan alocadamente porque representan nuestra ira, nuestra envidia, el odio, la ansiedad y tantas otras cosas negativas que sentimos y experimentamos.
Los budistas lo descubrieron hace más
de 2,500 años atrás.
Ahora, en la Universidad de Stanford,
en California, EE. UU. el neurocirujano Phillipe Goldin esta
observando el cerebro a través de los aparatos de Resonancia
Magnética (MRI) y descubrió que cuanto más nos resistimos a ver
esos pensamientos negativos (esos monos de los que vengo hablando),
la gente sufre y se estresa más. La prueba va más allá, el doctor
Goldin le pide a sus colaboradores dentro de la máquina de MRI que
sólo observen y acepten lo que ven con atención, aceptación y
mucha compasión.
Es como si estuvieramos viendo una
película proyectada en el ecran. Nuestra película, sin duda.
Cuanto más nos resistimos a
aceptarlos, esos monos se vuelven más furiosos y saltan hasta
crearnos líos tremendos. Cuando los miramos compasivamente, aceptan
que los hemos desnudado y poco a poco van asumiendo un comportamiento
más aceptable. Digamos que los hemos amaestrado.
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